Entre Mundos (Capítulo 21)

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                                                           21 

Luis se despertó sobresaltado pensando que había vivido una terrible pesadilla pero pronto descubrió que, tanto por el lugar como por la situación, aquello no era ningún sueño.

Se levantó, se desperezó un poco, gozando de aquella situación de momentánea tranquilidad. Observó detenidamente las paredes que le rodeaban desde su posición para posar su mirada en las dos grandes puertas, sabiendo que una de ellas le marcaría el destino.

Vio las tallas que se dibujaban en las puertas y pensativo, se acercó hacia aquella que tenía tallado un camino más abrupto y difícil de realizar. Examinó la talla y se fijó en las imágenes que tenía grabadas. Enfrentado a ella, buscó un picaporte, manecilla o cualquier cosa que estuviera oculta a la vista y que le permitiera abrirla, pero no encontró nada parecido. Deslizó su mano por la gruesa madera y siguió con sus dedos el camino tallado. Presionó con ambas manos la puerta intentado abrirla, y a pesar de hacer mayor presión, no consiguió el resultado esperado. Soltó una maldición y dejó aflorar su rabia dando un puntapié a la puerta. Se giró y echando una rápida mirada a Alberto, que seguía durmiendo, se dirigió  a la otra puerta con la esperanza de que aquella sí tuviera el instrumento necesario para abrirla, para salir de allí y dejar atrás a su asesino. Odiaba a Alberto con todo su ser por lo que le había hecho. Su sentimiento de rabia y odio aumentaba cuando pensaba en todo lo que había dejado en su vida terrenal, en todo lo que no había podido disfrutar y ahora no tendría oportunidad de hacerlo. Su mano fue acariciando los relieves de la puerta mientras que su mirada estaba enfocada hacia el final del camino que estaba tallado en esa puerta. Dio un empujón enérgico tratando de moverla, aunque sabía que su esfuerzo sería en vano.

¿Y si la puerta se abría hacia dentro? ¿Debería quedarse allí? No conseguiría salir de allí y todo por culpa de Alberto. Se dio la vuelta y apoyó la espalda contra la puerta y fue doblando las rodillas hasta que se quedó sentado. Volvió a mirar a Alberto, que seguía durmiendo, y una oleada de rabia surgió de su interior. Tenía enfrente a la persona causante de todos sus males, y aunque le había pedido perdón, él no podía perdonarlo. Quería deshacerse de él, no podía aguantar tener que soportar la compañía de su asesino. Pensó en que, ahora que estaba dormido, podría aprovechar y poner fin a aquella situación, y mandar a Alberto al mismo lugar que habían mandado a aquellas dos almas que se habían encontrado en su camino. Cerró los ojos y se imaginó levantando su pie derecho por encima de la cabeza de Alberto y descargarlo sobre su sien. Después continuaría dándole patadas en su cara y saltaría sobre su cuerpo inerte hasta que su furia se apaciguara. Una sonrisa se estaba dibujando en su cara cuando la puerta empezó a moverse perezosamente, con suavidad y de forma continuada. Continuó abriéndose sin hacer el más mínimo chirrido, dejando cada vez mayor espacio para que pudiera pasar Luis. Se puso en pie y miró por la apertura. Vio unos escalones hechos de un mármol blanco que ascendían. A la izquierda de ellos se levantaba una pared no muy alta con espejos. A la derecha había una pared que se iniciaba en los escalones y se proyectaba hacia abajo con lo que no había ninguna protección, solo un negro vacío. La escalera tenía unos cuatros metros de ancho y se elevaban sin que se viera su final.

Luis dio un paso hacia el interior de la puerta, dudó unos instantes, miró a Alberto, quien seguía durmiendo ajeno a lo que ocurría, y tras preguntarse si debería despertarlo, decidió averiguar él solo qué nuevas sensaciones le aguardaban.

Traspasado el linde, la puerta se cerró con el mismo sigilo con que se había abierto. No le importó que la puerta se cerrara si no que, en su interior, agradeció que hubiera algo que se interpusiera entre él y su asesino.

Tenía ante sí el camino hacia su destino. Sus ojos recorrían una y otra vez los tramos ascendentes flanqueados por los espejos que hacían, aparentemente, más ancho el camino.

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