Entre Mundos (Capítulo 28)

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Su despacho se encontraba en las plantas más altas de las torres gemelas que se levantaban en el litoral barcelonés. Era bastante grande, decorado con estilo clásico, con moqueta en el suelo y madera en las paredes. En una de ellas, la que se hallaba a la derecha de su mesa, había una pantalla de plasma, donde podía ver canales de todo el mundo. A la izquierda de su mesa, había tres sofás de dos plazas con una mesita en el centro y un mueble bar. Enfrente, a unos diez pasos, estaba la puerta de su despacho. A Cristina le había encantado el despacho cuando se lo enseñó la primera vez, aunque él creía que no era necesaria tanta opulencia, tampoco tuvo opción de escoger la decoración. Como le dijo el presidente de la compañía el despacho iba en consonancia con el cargo y además había que mantener un cierto estatus con los clientes. Poco a poco se había ido acostumbrando a su despacho y a su nuevo cargo.

Ahora estaba sentado frente a la pantalla de su ordenador pero no la veía, ante sus ojos iban pasando las imágenes que su mente le recordaba, analizando las últimas situaciones que habían acontecido en su vida. Siempre le había gustado soñar cuando dormía porque tenía la sensación que se trasladaba a otra dimensión y se evadía de las inquietudes y problemas de la vida real. Sin embargo, últimamente no quería soñar, porque cada vez estaba más convencido de que sus sueños eran premonitorios. Todo había comenzado cuando soñó que su suegro moriría de un infarto. Al principio no le dio importancia, pero al repetirse con bastante frecuencia empezó a preocuparse. No comentó nada con Cristina pero sí que habló con su suegro, intentando por varios medios que se hiciera una revisión. Insistió tantas veces que al final, el padre de Cristina, le preguntó si sucedía algo. Miguel le contó lo de su sueño que se había repetido en varias ocasiones pero su suegro le dijo que no había necesidad de hacerse ningún chequeo puesto que se encontraba fuerte como un toro, además le contó, que cuando se sueña que alguien muere se le alarga la vida.

Hacía años, él había contestado algo parecido a su amigo Luis respecto a un sueño que había tenido, y ahora estaba muerto.

No suplicó más y pensó que debería haberlo hecho, porque su suegro falleció al cabo de un par de meses de tener el primer sueño.  Quizá debería habérselo comentado a su mujer para que su padre fuera al médico, pero decidió en ese momento que no la preocuparía por algo que a lo mejor no tenía importancia.

El dolor que sufrió Cristina por la muerte de su padre le hirió profundamente y siempre tenía aquella sensación de que a lo mejor podría haber hecho algo para evitarlo. Durante un tiempo estuvo prestando atención a sus sueños por si se producía alguna situación similar y buscó en su memoria si antes había tenido alguna experiencia similar. Comprobó de que su mente almacenaba sueños que recordaba perfectamente por la nitidez con que se habían producido y la mayoría de ellos se referían a su carrera política. Le sorprendió que los recordara tan bien.

Uno de los primeros sueños que recordaba con mayor claridad, era de cuando lo promocionaron en el trabajo. Ese día se levantó y, como en otras ocasiones, recordó lo que había soñado, pero en aquella ocasión pensó para sí que estaría bien que se cumpliera. Pasadas tres semanas de aquel sueño, la premonición se realizó y le propusieron que entrara como socio en la empresa en la que trabajaba, a lo que accedió sin titubeos, porque había tenido tiempo suficiente de analizar todas las opciones en el caso de que se materializara el sueño.

Había habido otros, que ahora recordaba y hacían referencia a su carrera política, como el que, hacía referencia a las elecciones municipales a las que tenía pensado presentarse.

En aquella ocasión había soñado que, pese a las encuestas desfavorables, lograba la alcaldía de su municipio por una amplia mayoría. Todo cuanto había acontecido en su vida política, prácticamente lo había soñado antes. Soñó que ganaba las elecciones y las ganó, gobernando su municipio con mano firme, consiguiendo todos los objetivos que se había propuesto y logrando que la ciudad se modernizara, avanzando hacia el progreso. El trabajo en la alcaldía de su ciudad dio sus frutos e hicieron que la dirección ejecutiva del partido se fijara en él y pronto accedió a un escaño en el Parlamento de Cataluña. Su forma de trabajar, incansable y constante, y la manera cómo resolvía los conflictos que surgían, hicieron que su prestigio dentro del partido subiera con tal fuerza que, después de un periodo de tiempo, fue elegido presidente del partido y candidato a las próximas elecciones generales.

Todo, pudo recordar, lo había soñado antes y, aunque no le había dado mucha importancia cuando lo había soñado, ahora volvía a su mente de una forma clara y nítida. Ahora entendía aquella sensación de “dejà vu” que había experimentado cuando el sueño se realizaba. No tenía una explicación científica para demostrar que cuanto más vívido era el sueño, más fácil era que llegara a cumplirse. De hecho, podía asegurar que cualquier sueño referente a su carrera política se había materializado.

Le estaba dando vueltas a aquellos pensamientos porque hacía unas semanas que se repetía el mismo sueño y si se realizaba sería el próximo presidente de la nación. Aquello le gustaba y cuando se levantaba se sentía muy bien y con ganas de alcanzar ese destino.

Sin embargo, hacía un par de días que el sueño había cambiado y al despertar supo que su destino estaba cambiando y no era nada agradable. En el sueño le estaban realizando una entrevista en un conocido programa de televisión donde estaba contestando preguntas sobre cómo gestionaría el país, cuando de repente se oyó una explosión. Todo a su alrededor tembló en cuestión de segundos y alzó la vista para ver como el techo se le venía encima. Notaba que perdía la conciencia en su sueño y se despertaba temblando y sudando. La repetición de aquel sueño le había dejado intranquilo. No era como los otros sueños que le daban cierta tranquilidad y seguridad, si no todo lo contrario, porque la negrura que le envolvía, cuando le caía el techo encima, le generaba mucha preocupación. Aunque aún quedaban unos meses hasta las elecciones, no sabía si resistiría hasta ese momento para saber si ese sueño también se cumpliría.

Miguel no sabía si debía contárselo a su esposa Cristina. Durante todos estos años nunca le había dicho nada referente a sus sueños, porque tenía miedo de que alguna vez aparecieran involucrados ella o su hijo y no fueran lo agradables que desearía. 

Sin embargo, esta vez, creía que la cuestión era más trascendente de lo que parecía. Se trataba de su vida, de que quizá tras aquel accidente, que supuestamente tenía que ocurrir, no volvería a ver a su mujer ni a su hijo. No había nada en el sueño que le pudiera confirmar que viviría o moriría en aquella entrevista, pero, la oscuridad que le envolvía después de desplomarse el techo encima de él, no presagiaba nada bueno. Por ello estaba calibrando la posibilidad de explicárselo todo a Cristina. A lo mejor ella, de forma más objetiva, pudiera encontrar una solución al problema que se le planteaba, aunque sabía que si su destino estaba escrito no habría mucha cosa que hacer.

De momento, aparcaría el problema hasta la hora de la cena, momento en que pondría al corriente a su esposa de cómo había ido el día, y así tendría más tiempo para encontrar la forma de exponer sus ideas sin preocuparla innecesariamente.

Si llegaba a realizarse aquel sueño, era muy probable que dejara a Cristina y a sus hijos, Jacob y Mónica, desamparados, pero seguro que lograrían salir adelante. Lo que le daba rabia era que no vería crecer a sus hijos, ni volvería a jugar con ellos, y no alcanzaría la vejez junto a su querida mujer. Por otro lado pensó que, si llegaba a morir, se reuniría con su amigo Luis. Aunque habían transcurrido ya muchos años de la muerte de aquel, aun seguía vivo en su recuerdo. Le hacía visitas en el cementerio siempre que podía y le contaba cómo transcurrían las cosas. Si moría, al menos se alegraría de poder abrazar a su querido amigo en el más allá. 

Su mente le devolvió a su despacho, y a pesar del mucho trabajo que tenía, no le importó dejarlo todo como estaba y con la excusa de que era la hora de comer, salió de su despacho. Cerró la puerta y le dijo a su secretaria que se iba a comer y que después tenía una cita. La secretaria, que llevaba un control exhaustivo de su agenda, sabía que aquella tarde no tenía ninguna cita, y aunque le miró extrañada, no dijo nada.

Salió del garaje de la empresa con su nuevo coche y, en lugar de ir a comer, optó por ir al cementerio para hablar con Luis. Era consciente de que Luis no estaba allí para escucharle pero siempre que terminaba la visita y su charla con él, se sentía muy bien, con la mente despejada y con su ánimo reconfortado, sintiéndose capaz de encontrar soluciones a sus problemas, incluso los que creía que tenían difícil solución.

Ahora, más que nunca, necesitaba hallar consejo para remediar la situación en la que se encontraba.

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