Entre Mundos (Capítulo 5)

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En aquella hora el bar estaba ocupado por los clientes habituales que estaban disfrutando de su menú diario. Reinaba la tranquilidad, solo se oía el sonido de las noticias en la televisión, que algunos miraban sin mucho interés mientras otros leían el periódico entre bocado y bocado.

Era una monotonía diaria, un hacer mecánico; cada día podían verse las mismas situaciones o tan similares que apenas había diferencia entre ellas. Era un entorno que parecía un sacrilegio romperlo, sin embargo aquel día alguien se había atrevido a ello.

Unos jóvenes habían entrado en el bar y dos de ellos evitaban que un tercero saliera al exterior. El chico que quería salir fuera intentaba zafarse de los otros dos que estaban de espaldas a la puerta y le agarraban por los brazos.

- ¿Qué estáis haciendo? – gritaba el que intentaba salir.

- Será un momento. – dijo uno de ellos.

- ¡Dejadme salir! – gritó el que estaba siendo retenido.

El forcejeo entre ellos estaba durando demasiado, creando una situación tensa en el local por lo que uno de los clientes de bar se levantó de su silla y se acercó hasta la puerta para intermediar entre los jóvenes. Separó a los chicos con los brazos y se dispuso a preguntarles qué estaban haciendo cuando algo en el exterior le llamó la atención. Un par de adolescentes se estaban peleando en el exterior y se giró para advertir al propietario del bar para que llamara a la policía. Ante la advertencia para que se llamara a la policía, otros clientes se levantaron de sus sillas y comenzaron a acercarse hasta la puerta pero un grito les sorprendió y les dejó por un momento paralizados.

- ¡Nooooooooo! – gritó el muchacho que miraba hacia fuera - ¡Una ambulancia, maldita sea, llamen a una ambulancia!

El cliente que se encontraba con los jóvenes miró hacia el exterior y se asombró cuando vio la escena que ocurría en el exterior. Su mirada se posó sobre dos chicos que estaban frente a la puerta del bar, uno encima del otro. El que estaba debajo parecía, por la gran cantidad de sangre que tenía encima, que estaba gravemente herido. Sin embargo el que estaba sobre él, sólo hacía que mirarse la mano en la que tenía una navaja y después desviar su mirada hacia la cara del otro joven. Al instante siguiente el muchacho de la navaja se levantó y se dio a la fuga.

Los que no se habían acercado pero habían seguido la escena, dejaron sus platos para agolparse junto a la entrada del local y averiguar qué sucedía.  El dueño del bar, terminaba de colgar el teléfono y con el auricular en la mano miró hacia la puerta.  Uno de los usuarios del bar le decía que llamara a una ambulancia mientras observaba que otro de sus clientes salía fuera, mientras otros cogían a los chavales, que se habían quedado paralizados y los apartaron de la entrada.

La policía y la ambulancia no tardaron en llegar. Mientras los sanitarios relevaban al cliente que estaban auxiliando al herido, la policía acordonó la zona y tras un breve diálogo con el médico de la ambulancia, dejaron que ésta se marchara urgentemente hacia el hospital más cercano.

Uno de los policías hablaba con el propietario del bar y el cliente que ayudó al muchacho herido, mientras su compañero solicitaba, por radio, el apoyo de más agentes para acordonar la zona.

El cliente y el propietario entraron en el bar con el policía cuando el médico de la ambulancia se acercó corriendo al policía que hablaba por radio para decirle que se llevaban al chaval al hospital, aunque habían conseguido taponar la herida había perdido mucha sangre.

El motor de la ambulancia rugió y las sirenas comenzaron a aullar cuando otra patrulla de policía, se personó en el lugar de los hechos y desplegó  un cordón policial para evitar que todos los curiosos invadieran la zona del crimen. La cinta de plástico a franjas azules y blancas impedía asimismo que nadie más pudiera entrar en el bar. Otra patrulla llegó y se encargó de que la gente no se concentrara demasiado, tratando de dispersarla.

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