Entre Mundos (Capítulo 35)

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                                                                    35 

Sobrevolaba el mar Mediterráneo en dirección a Ciudad del Vaticano. A su lado se hallaba Manuel que dormía prácticamente desde el momento del despegue, como le había dicho, prefería dormir a saber que estaba subido a un avión. Salieron precipitadamente de África, sin tener tiempo siquiera de despedirse de sus amigos nativos. 

Llegaron a su aldea tres sacerdotes, de los que dos resultaron ser misioneros, y el tercero era el secretario de un cardenal que fue enviado especialmente desde el Vaticano para llevarles de vuelta a casa. El encuentro fue una gran sorpresa para Manuel pero no para Marcos que ya se esperaba que un día u otro vendrían a buscarlo. Recordaba como Baraku llegó corriendo a la iglesia gritando que había llegado a la aldea una comitiva religiosa y que habían preguntado por ellos.

Vieron como llegaban los religiosos seguidos por una multitud de creyentes que venían de todos los pueblos y aldeas por los que habían ido pasando y se había corrido el rumor que venían a llevarse al “hombre santo”.

Cuando por fin se hallaron cara a cara todos los religiosos, la multitud los envolvió como si de un manto se tratara. 

- ¿El padre Marcos y el padre Manuel? – preguntó uno de los tres religiosos. 

- Yo soy Marcos, – contestó – y a mi lado tenéis a Manuel. A sus espaldas oía como alguien había traducido lo que acababan de decir a la lengua nativa y empezó a extenderse la traducción entre la multitud como un reguero de pólvora. 

- Mi nombre es Pedro y soy el secretario del Cardenal Loreto y me acompañan los padres Inocencio y Felipe, que les vienen a relevar de sus funciones en esta misión. – El secretario giró levemente su cabeza al oír el murmullo que se produjo cuanto terminó de pronunciar sus palabras. 

- ¿Cómo? – se exaltó Manuel al oír aquellas palabras. 

- ¿Cuáles son sus órdenes? – preguntó Marcos poniendo una mano sobre el hombro de su compañero para tranquilizarlo. 

- Ustedes – dijo el secretario – deberán acompañarme a la Ciudad del Vaticano, tienen una audiencia con el Papa dentro de dos días. – Ahora el murmullo fue mucho mayor. 

- ¿Cuándo partimos? – preguntó Manuel sorprendido. 

- Ahora mismo – contestó el secretario. 

- Pero... 

- Tranquilo Manuel, no pasa nada. Prepárate, saldremos en cuanto dé un par de instrucciones a Baraku. ¡Baraku! – Gritó – Ahora aparte del murmullo empezaron a oírse algunos sollozos y llantos entre la multitud. 

Nadie oyó la conversación entre Marcos y Baraku pero tras la breve charla, el nativo se llevó a los dos padres recién llegados hacia el interior de la aldea. La gente les abrió paso sin perder de vista las reacciones de Marcos y Manuel.

Baraku volvió de acomodar a los recién llegados y traía dos objetos en sus manos. Eran las Biblias de los misioneros que partían y que entregó con una reverencia. 

- Cuando quiera – le dijo Marcos al secretario del Cardenal Loreto mientras tomaba su Biblia de la mano de Baraku. 

- ¿No lleva equipaje? 

- Llevo cuanto necesito – dijo Marcos mostrándole la Biblia. 

Aquello fue como una señal. Nada más coger sus Biblias, la gente comenzó a apartarse para dejarles camino al tiempo que se arrodillaban al paso de sus sacerdotes. El secretario quedó atónito por lo que acababa de ver. Marcos iba al frente seguido de Manuel y cerrando la comitiva el secretario que veía como se iba formando un efecto cremallera. Enfrente la gente se apartaba y arrodillaba ante Marcos y Manuel como si fueran dioses, realmente estaban venerando a aquellos hombres. Detrás de él la gente, al poco que habían pasado, se iba levantando y comenzaba a entonar un cántico que pudo  identificar como el padre nuestro en un buen castellano. La multitud los seguía con fervor, al secretario le pareció vivir una de aquellas representaciones de la pasión de Cristo que se hacían por Semana Santa cuando Jesús entraba en Jerusalén recibido como el Mesías. 

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