Capitulo 2

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Darien

Amor verdadero

Agatha era arte, la expresión más literal de belleza. Ella claramente era consciente del efecto que tenía sobre mí. Junto a sus profundos ojos cambiantes y largo cabello del color del café, poseía una intuición y suspicacia que a menudo me sorprendía, a pesar de haberme encontrado en esta posición desde hace bastante. No era necesario cruzar una sola palabra con ella y probablemente podía saber exactamente lo que estaba pensando. Al principio era irritante y desalentador que una simple mortal pudiera ver a través de mí después de que yo me había esforzado tanto para que no supiera nada de mí, que no fuera más que un solo fantasma en su vida. Pero me di cuenta que Agatha era más que una simple mortal, era casi como ver a una ninfa del bosque, burlándose de mí mientras me seducía sin siquiera intentarlo, moviendo sus caderas de lado a lado, escondiéndose tras los árboles pensando con inocencia que nunca la atraparía, nunca creí que en ese juego de niños terminaría enamorado desde lo más profundo de mi ser. A mis cortos 19 años le había pedido más de una vez que se casara conmigo, no me atrevía a siquiera pensar que sería algo totalmente prohibido en nuestro mundo tan elitista, tan tabú, tan opuesto a lo que ella y yo representamos cuando nos juntamos. Ella, no obstante siempre se negaba y yo tenía muy en claro el porqué, no era lo que me pasaba por la cabeza cuando me sumía en mis pensamientos de camino a casa y la escuela. Era otra razón mucho más compleja y que probablemente en el momento en que me enamoré no entendí en lo más mínimo.

Por ellos.

Desgraciadamente yo no podía simplemente deshacerme de ellos, a pesar de que eran la razón por la cual yo compartía tan poco tiempo con mi agapi, a pesar de que eran una molestia las veinticuatro horas del día, a pesar de que yo lo hubiera dado todo por nunca haber tenido la obligación de tenerlos a mi lado. Pero bueno, no vengo a contarte qué tan molesto estaba con el mundo por darme la realidad que tenía, ni las razones por las cuales la joven me tenía tan loco por sólo un segundo de su atención.

Yo vengo a contarles qué fue esa gran acción que tuve que hacer por amor, una acción que no se compara a nada de lo que cualquier otro hombre hubiera hecho por ella, de hecho sólo yo puedo completar esta petición sin pestañear ni dedicarle un segundo más de reflexión. Una vez, en uno de esos escasos días en los que podía compartir más de una hora con ella, me confesó que un extranjero con mucho dinero le había propuesto matrimonio. Sus padres obviamente la habían obligado a aceptar, pues la situación actual de los Domínguez era bastante penosa. Tan sólo imagínense tener que mantener una apariencia de mucho dinero y clase, cuando a cada segundo la familia se sumía más en la miseria de la autocompasión. De hecho, esa misma noche también aprovechó para decirme que me amaba con todas y cada una de sus fuerzas, que incluso prefería morir antes que alejarse definitivamente de mí. Dios, esas palabras fueron claves. Esas palabras eran lo único que me pudieron mantener cuerdo después de semejante confesión.

En el momento en que sus suaves labios soltaron ese conjunto de letras, reaccioné con calma a pesar de estar en plena explosión en mi interior. Después de todo, un aparecido había entrado en nuestras vidas y me la iba a quitar como si eso no importara nada, como si los cinco años en los que llevamos nuestro amor clandestino no fueran nada más que segundos, minutos, horas y días perdidos.

Me limité a darle un dulce beso en los labios y me fui. No la volví a ver hasta el día de su muerte. No hubiera podido manejar mi cuerpo de haberla visto antes, no hubiera podido completar su petición implícita con tanto éxito si la hubiera visitado antes, mis manos a cada día que pasaba estaban más ansiosas e inquietas por hacer lo que debían hacer.

El 23 de Agosto, intercepté su salida con su querida amiga para perpetuar el crimen a las afueras del pueblo. Nada muy extravagante, pero sí lo suficientemente intenso para despedir a una persona como ella. Lo vi, vi como ella abrazaba a su amiga como quien se despide de un ser muy querido, otra prueba sútil de que ella esperaba que cumpliera con lo prometido hace tantos años.

Era un día soleado con una ligera brisa que nos refrescaba la cara de vez en cuando. A decir verdad, todo me pareció muy romántico: la caminata con una charla que me sabía a adiós, las risas que me supieron agridulces porque sabría que su humor negro nunca jamás haría acto de presencia para otra persona que no sea yo, y por último nuestras manos juntas sellando un juramento que me iba a llevar a la tumba. Mi egoísmo era tan grande y a la vez tan aliviante para ambos. Después de todo, no me estaba haciendo el favor sólo a mí, sino a todas esas personas que ella amaba con la misma intensidad que me amaba a mí y claramente ella me lo estaba agradeciendo.

Al llegar al campo le hice saber que yo también la amaba, que ella era definitivamente la cosa más hermosa que me pasó en la vida y que verla casarse con ese imbécil no iba a hacer más que quemar en envidia y celos cada célula de mi ser. Ella simplemente me contempló en silencio mientras hablaba, sabiendo callar cuando debía, haciendo uso de esa bendita prudencia que era tan importante en nuestro romance adolescente.

-- Si estás conmigo no tienes por qué estar con nadie más. -- Le había dicho con toda seguridad mientras me quitaba el guante izquierdo -- Nos pertenecemos Agapi, lo tenemos claro desde hace mucho tiempo.

Eso hubiera sonado normal para cualquier persona, pero Agatha no era cualquier persona y su suspicacia se hizo presente para sorprenderme por última vez.

-- Escúchame bien Darien, -- dijo mirándome a los ojos y acercando su cara a la mía -- prefiero morir en tus brazos antes que hacerlo lentamente en los de él.

Con suma delicadeza reposó su mano en la mía desguantada, mientras yo sacaba el arma de entre mis ropas. Era un revólver de seis municiones que solamente estaba cargado con cuatro. Nada más nuestro que jugar a la ruleta rusa minutos antes de su deceso, un último juego en donde solo había perdedores.

A pesar de ser zurdo quería cometer el crimen con la derecha, así no lo sentiría como algo que yo hice, sino como una decisión que tomamos ambos. Agatha me arrebató el revólver, asegurándose de que sus huella quedarán en el arma homicida.

-- No quiero que vayas a la cárcel por esto. --Me había dicho ella con un tono de voz tan suave como la seda.

Ella era un todo dentro de un solo ser, un vestido de seda, dos piedras preciosas, una voz ronca pero femenina, una sonrisa misteriosa, unas mejillas rosadas, y una melodía tan trágica que te haría llorar aunque la hayas escuchado cientos de veces.

Suspiré y sin revisar las municiones le quité el arma y se la puse con lentitud por debajo de la quijada, cerrada con fuerza demostrando miedo pero también una determinación que, si era posible, me enamoró un poco más. Ambos cerramos los ojos nerviosos por lo que iba a suceder. Con un poco de esfuerzo, apreté el gatillo.

Nada. En el primer disparo no hubo sangre, no hubo bala en el primer cuarto del cilindro. Tanto Agatha como yo soltamos una pequeña risa, pero antes de que ella pudiera perder la sonrisa, volví a apretar el gatillo.

CLICK BUM

Ahora no había nada que hacer, mis oídos pitaban resentidos mientras que mis caros zapatos se llenaban de la sangre de mi dulce Agapi. Agatha finalmente yacía muerta a mis pies. Pero tranquilos, yo había planeado muy bien este suceso, así que concienzudamente lleve en brazos a la chica hacia el río, donde la dejé sobre la yerba, me lavé la sangre y finalmente dejé el revólver en sus manos.

El revólver no existía para nadie más que para mí, un arma que mi padre solía guardar bajo llave, escondida de mi madre, y que yo descubrí tiempo después de su muerte, una larga historia que no me corresponde contar. Dándole una última mirada a Agatha, me fui sin ninguna culpa en mi interior.

-- Te amo tanto, Agatha. -- Murmuré con una sonrisa partiendo mi cara.

Cuestion de perspectivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora