-¡Papi!- grité saliendo a toda prisa de la cocina con los dedos pegajosos a causa del dulce de canela que nana Vilma me había dado.
-Mi princesa hermosa, ¿cómo has estado?- se agachó mi padre dejando sus maletas en el suelo, cogiéndome luego en brazos sin importar que pudiera manchar su negro traje.
-¿Me trajiste mi muñeca?
-Claro que si, hermosa. Pero antes...¿quién merece una ronda de abrazos y besos?- sonrió picando suavemente mis costillas, iniciando una avalancha de risas y grititos de mi parte. Intentaba pillar sus costados pero mis manos aún eran muy pequeñas para lograrlo, así que me dejé hacer y reí lo más alto que podía, mis ojos comenzaron a ver borroso a causa de las lágrimas de felicidad, cuando de pronto sus manos se detuvieron, tomaron mi sonrojado rostro entre ellas y despejando de mi frente mis cabellos adheridos por el sudor a mi frente, me dice:
-Despierta.
Abro los ojos inmediatamente, alerta de lo que hay a mi alrededor, y lo primero que veo es la figura de mi nana inclinada sobre mí. En su rostro comienza a dibujarse una sonrisa de alivio.
-¿Qué...- hablo con trabajos a causa del nudo en mi garganta producto de mi sueño. Al menos esta vez ya era un sueño diferente, un sueño mucho más bonito, un sueño también mucho más lejano.
-Tranquila, niña. Llamaron para avisarme que te habías desmayado. Iremos a casa- me sonrió levemente mientras yo comenzaba a enderezarme. Si la llamaron seguramente ahora ya sabía la verdad, y...
-¿Y mis cosas?- pregunté alarmada al recordar de pronto el CD.
-Justo ahí- me señaló al taburete blanco que estaba en la esquina del consultorio. No esperé más y corrí hacia ellas, suspirando de alivio cuando lo tuve entre mis manos de nuevo. Lo volví a guardar rápidamente y me coloqué la mochila en la espalda lista para salir. Mi nana sólo movió desaprobatoriamente la cabeza antes de que saliéramos del consultorio, claro, no sin antes llenar la forma de salida que la enfermera de turno nos dio.
-Sabes que no es bueno mentir, ¿verdad?- preguntó mi nana una vez que entramos a su casa. Suspiré resignada, mientras la seguía a la pequeña sala de estar que tenía en el centro de la casa.
-Se supone- respondí hundiéndome en el sofá chocolate, mientras ella se acomodaba suavemente en el asiento de enfrente.
-Sí, Sharon. Se supone tanto como se supone que confías en mí, ¿o no?
-Confío en tí.
-No, no lo haces y no te culpo. Sólo que creo que deberías ser un poco más responsable, y esa responsabilidad incluye tu salud. ¿Por qué la universidad no sabe de tus ataques?
A eso es a lo que yo le llamaba ser directa, y nana Vilma vaya que lo era. Era una de las cosas que admiraba de ella, aunque era una lástima que no pudiera aplicarla. Después de todo yo era una mentirosa empedernida y eso no se llevaba muy bien con el hecho de ir directo al grano.
-No era necesario. Jamás me ha dado uno.
-Hoy te dio uno. No lo vayas a negar- me reprimió suavemente. Ya, también había ocasiones en que me descubrían, como ésta. Pero vamos, ¿quién era perfecto? Y la mentira era un verdadero arte.
-Sí, pero...
-Pero nada. Luego, ¿por qué has proporcionado datos falsos?
Directa de nuevo.
-En realidad no son falsos.
Y evasión de nuevo también. Aunque eso no era mentira. Debía contar algo, ¿no?
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El secreto del callejón A
Teen FictionA Sharon la impulsa una sola cosa: la venganza. A Matthew lo motiva un secreto que exije fidelidad: la ley. Hace un once años en una callejuela al sur de Phoenix, Nicholas Doyle fue asesinado tras ser brutalmente golpeado y su muerte ha quedado impu...