Hoy es un nuevo día como solía decir mi papá. Mi papá. Cuánto le extrañaba. Con su muerte lo perdí no solo a él, sino toda mi vida. Aún recuerdo a los cargadores llevándose nuestros muebles y colocando los sellos en las entradas de mi casa antes de que el vehículo en el que la trabajadora social y yo estábamos, arrancara velozmente hacia mi nuevo hogar. Había perdido a mi madre cuando tenía dos años, y con la muerte de mi padre había quedado sola en el mundo: mis padres eran hijos únicos y nadie podía hacerse cargo de mi cuidado y educación.
Asi fue como pasé ocho años en un orfanato, ya que por fortuna había logrado salir antes de que cumpliera la mayoría de edad oficial, y aunque ahora he podido subsistir gracias a la buena voluntad de mi antigua nana, aún no soy tan libre como quisiera.
Pensé que al salir de las grises paredes de ese orfanato, me sentiría libre pero lo cierto es que no fue así.
Tal vez tenga que ver con el dije en forma de ancla que tengo colgada al cuello. La presiono entre la palma de mi mano en señal de recordatorio.
-Niña Sharon, le he preparado el desayuno- tocó débilmente mi nana al otro lado de la puerta, asomando con cuidado la cabeza por entre la pequeña rejilla que se formó cuando la abrió.
-Nana, sólo Sharon ¿está bien?- la reprimí cariñosamente. Había insistido tanto con ella en que no me tratara como si aún siguiera bajo las órdenes de mi padre, que pensé que en dos años eso podría solucinarse, pero por lo visto no era así.
-Y yo también dije que sólo Vilma.
-No es lo mismo, aparte, estoy viviendo en tu casa. Supongo que eso debe de otorgarte autoridad.
-Jamás serás una carga, Sharon- sonrió conciente de que me hacía caso- estoy segura que harías lo mismo por mí si fuera el caso.
-Que no te quede duda. Gracias- respondí llena de gratitud ante aquella señora mayor que fue la única que me brindó apoyo cuando ni siquiera los conocidos de mi padre lo hicieron.
-No hay de qué, ahora date prisa si es que quieres llegar puntual a la universidad- advirtió antes de cerrar la puerta tras sí.
Me levanté con rapidez de la cama y una vez que estuve lista para salir, escondí con cuidado el dije bajo mi blusón azul. Nadie debía verlo, y mucho menos mi nana, ya que de hacerlo, me volvería a dar una de sus pláticas acerca de lo malo que resulta el odio y el rencor.
Lo que no sabía ella, era que ambos sentimientos, ya no podrían causar más daño del que ya habían hecho en mí.
-Sharon...quiero hablar contigo- comenzó mi nana una vez que ambas estuvimos en el comedor y tras un poco de silencio en el que yo aprovechaba para comer las tortitas que había preparado. Amaba esas tortitas. Me recordaban a mi infancia, a mi padre.
-Por favor.
-Niña, se que no tengo la suficiente autoridad para decirte lo que debes o no de hacer pero creo que es hora de que dejes de lado todo el odio que sientes por la muerte de tu padre- dijo viendo directamente hacia mi cuello. El dije debía de estar fuera, lo sabía.
-Nana...no puedo hacerlo. Necesito descubrir quién ha sido el maldito que lo ha hecho, hacerle pagar lo que hizo, hacer que se arrepienta hasta de haber nacido- expulsé con fiereza apretando fuertemente el tenedor en mi mano, tanto que de no ser porque las manos de mi nana suavizaron mi agarre, seguramente me hubiera hecho daño.
-Niña...por favor- suplicó retirando su contacto de inmediato apenas reaccioné soltando el cubierto en la mesa.
-No, es algo que he decidido hacer desde que fui a enterrar a mi padre. Él era un hombre bueno, no había derecho.
-Y tampoco lo hay para que arruines tu vida. A él no le hubiera gustado, ¿no crees?
-Pero él ya no está, y eso es gracias a que lo mataron. Voy a descubrir quién lo hizo, así se me vaya la vida en ello- terminé echándome la mochila al hombro antes de salir hacia la parada del bus.
-¡Alex!- gritaron a mis espaldas apenas hube entrado a la escuela. Ese tenía que ser David- Lo he conseguido. Aquí tienes- me entregó un CD cuando estuvo frente a mí. Una sonrisa de victoria se coló en mi rostro.
-¿A qué hora?
-Quédatelo. Dejé una copia en la base de datos.
-¿Qué? ¿Me estás tratando de decir que es el original? ¡Oh, por Dios! Eres un genio- miré embobada el disco con ganas de salir corriendo a mi computadora para verlo.
-Sólo no vayas a faltar a clases, ¿si?- adivinó mis intenciones sacudiendo luego la cabeza al darse cuenta que había acertado- ya...sólo no hagas más cosas imprudentes- sonrió mirando hacia el pasillo de salones, vacilando entre acercarse o no a mí para despedirse. Con un gesto de manos le dije adiós sintiéndome realmente estúpida por no poder ser capaz de tener un simple contacto con él, ni siquiera por agradecimiento.
-Pobre chico, al parecer ni sus regalos le permiten siquiera uno de tus besos. Me pregunto si a mí me darías uno- me interceptó Alexander en mi huida justo antes de que llegara a la salida. Alexander: rubio, ojos azules y cuerpo de dios griego. Cualquier chica que se encontrara en mi lugar en este preciso instante, no dudaría en darle un sí. ¿Quién se resiste al chico más sexy de toda la universidad?
-Vete a la mierda- le respondo. Creo que la respuesta a mi pregunta quedó clara. Y es que todo su encanto se iba por la borda cuando abría la boca. Y cuando intentaba acercarse a mí más de lo que era permitido.
-Se mi guía- me alcanzó acorralándome contra una de las paredes, provocando picor en la zona de mi antebrazo que ahora sus dedos sujetaban con fuerza. El pánico comenzó a correr por mis venas en cuanto ví demasiado claro sus intenciones. Su cuerpo comenzó a inclinarse más cerca del mío y aunque quise retroceder, la pared evidentemente no se movía. Quería gritarle lo estúpido que era y golpearle con fuerza la cara, quería exigirle que se apartara de mí pero la garganta la tenía cerrada. Hacía mucho que nadie se acercaba tanto a mí, tanto que había olvidado esa apabullante sensación. Empecé a respirar trabajosamente con el sudor acumulándose en mi frente, cuello y palmas de las manos, pero en el último minuto, justo a milímetros de que sus labios rozaran los míos, su cuerpo se alejó con rapidez, no, mejor dicho, lo alejaron con rapidez. Un par de puños golpearon el maravilloso rostro de Alexander antes de que pudiera ver el rostro de su dueño acercándose a mí.
-¿Estás bien? Oye, ¿me escuchas?- insistió antes de que sus pupilas grises desaparecieran junto con la oscuridad de mis párpados.
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El secreto del callejón A
Genç KurguA Sharon la impulsa una sola cosa: la venganza. A Matthew lo motiva un secreto que exije fidelidad: la ley. Hace un once años en una callejuela al sur de Phoenix, Nicholas Doyle fue asesinado tras ser brutalmente golpeado y su muerte ha quedado impu...