TENÍA RAZÓN: TIENE RAZÓN

76 6 0
                                    

-¿Por qué no entraste a clases? Compton nos ha dejado otra tarea. Ojalá se muera su perro- refunfuñó Diana, sacando su libreta de la mochila, abriéndola y apuntando con el dedo hacia el apunte que me había perdido.

-¿No él no tiene mascotas?- recordé mientras comenzaba a copiar las notas en mi libreta.

-Cierto...le regalaré una y luego la mataré para que sufra.

-Eso es absurdo, Compton no sufriría ni aunque le dijeran que las matemáticas no existen- bromeé con esfuerzos tratando de mitigar la sensación que la palabra "muerte" causaba ahora en mí.

Dylan Compton era nuestro maestro de Matemáticas avanzadas, un señor un poco mayor con el cabello salpicado de canas, que siempre (no bromeo), siempre estaba molesto. Obviamente nosotros no éramos la excepción a su mal humor, y por lo regular solía dejar tarea sobre tarea sin importarle que agonizáramos lenta y dolorosamente para hacerlas, total, él era el maestro y nosotros los alumnos. Sus palabras, no las mías.

-Como sea, ahora dime por qué no fuiste a clases.

-Me sentía un poco mal, la verdad- mentí hábilmente, después de todo no era como si me apeteciera contarle de primeras a segundas, que acababa de ver cómo murió mi padre.

-Ya, ¿te sientes mejor ahora?

-No del todo, pero sí, un poco mejor.

Mentira, me sentía peor.

-¿Sabes? Fue malo que no estuvieras hoy, te perdiste de un montón de cosas- me miró expectante en espera de que le pidiera por los detalles. Me pregunté internamente que pudo haber sucedido como para que Diana tuviera esa cara, sí, una cara de "Dios, dime que te cuente. ¡Ahora!"

-¿Qué me perdí?- pregunté volviendo a garabatear en mi libreta.

-Vale, que si me lo dices así no te cuento nada- volteé a mirarla rolando los ojos.

-Sabes que jamás lo haré, ¿no?

-Está bien, pero sólo porque en serio es...¿podas creértelo que han golpeado a Alexander?- me miró esperando por una reacción de mi parte. Una reacción obvia de sorpresa que debí de haber manifestado de no ser porque ya lo sabía, de no ser porque yo estuve ahí.

-¿Quién lo hizo?

-Matthew Dovalier, el chico nuevo. Esa es otra de las cosas que te has perdido, aunque imagino que te da lo mismo. Pero mira que está bastante sexy, a varias las trae babeando- suspiró tontamente, tomando otra galleta recien horneada que nana Vilma nos había traido, mordisqueándola lentamente.

Así que Matthew Dovalier es el chico de pupilas grises que me ha salvado de Alexander. Probablemente tendría que agradecerle lo que hizo, y pedirle si era necesario (que lo era), que no dijera nada, algo que seguramente había estado haciendo porque de lo contrario Diana no estaría hiperventilando en mi habitación sin darse cuenta de que la dejaba sola, bajando a la cocina por un vaso de leche.

-¿Y Diana?- me preguntó mi nana cuando pasé a su lado y abrí el refrigerador en busca de leche.

-Arriba. Creo que hay un chico nuevo en la universidad que le gusta y está en nubes rosas, ya sabes- me encogí de hombros vaciando la leche en mi vaso.

-Me pregunto cuándo te veré a tí enamorada.

-No lo hagas, hay preguntas para las que no hay respuestas.

-O para las que no quieres dárselas. Sharon, tú eres muy joven, niña.

-¿Sharon? ¿Por qué Sharon, Alex?- ambas volteamos a ver a una extrañada Diana en el pie de las escaleras.

-Eh...Diana, bueno, ella me dice así de cariño, ¿verdad mamá Vilma?- le regresé la vista esperando porque me ayudara.

-Así es, Diana. ¿Vas a quedarte a comer?

-No, no gracias, Sra. Ellyds. Mamá me espera para comer y la verdad no quiero darle motivos para que restrinja mis salidas, menos ahora que viene el campamento, ¿le dará permiso a Alex de venir?- le preguntó con las palmas de las manos juntas.

Que diga que no, que diga que no.

-Aún no hemos hablado de ello, Diana, pero en cuanto lo hagamos Alex te dará la noticia.

-Bien. Entonces compermiso, y gracias por las galletas. Estaban deliciosas- se dirigió a la puerta- y Alex, te veo mañana- me dijo antes de salir.

-Entonces Alexandra Ellyds- confirmó mi nana segundos después. Me tomé de un solo sorbo lo que restaba de leche en mi vaso.

-Siento no habértelo dicho antes, pero no sabía cómo hacerlo. Se que hize mal en no hacerlo, mucho menos el no registrar mi enfermedad, pero el escucharte llamarme Sharon, tratarme como siempre...no se. Me hacía sentir como si todavía tuviera diez años, como si todo fuera como antes y mi padre aún estuviera conmigo- solté el aire que hasta entonces había estado reteniendo, y me sorprendió el sentirme deseando de pronto un abrazo, uno que llegó cuando mi nana tomó la iniciativa.

-Lo siento- se disculpó retirándose segundos después.

-No te preocupes, creo que lo voy superando.

-Sigo insistiendo en que lo mejor es que visitemos a un médico. En once años ese avance es realmente poco- me recordó con pesar mi nana, volviendo la vista hacia lo que sea que estaba cocinando.

-Pero es un avance. No te preocupes, lo sabré llevar.

-A veces hay cargas que no siempre puedes llevar, Sharon- me miró afligida- Iré a por el pan- me dijo antes de dejarme sola en la cocina.

¿Acaso podría ella tener razón?

Lastimosamente la tenía.

El secreto del callejón ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora