LA BUENA Y GUAPA Y EL MALO

27 5 0
                                    

—Volvemos a vernos, Huevín —sonríe, mostrando todos los dientes, blancos y... ¡puntiagudos! Marco es el mal, Raymunda. ¡El mal!

¡¿Qué haces mirándole la boca?!

¿Acaso te ha contagiado su alma perturbada? ¿Ha logrado doblegar una parte de ti y llevarte a su reino de tinieblas y luz nada favorecedora?

¡No!

Me aparto de él a toda velocidad. Me resbalan los tacones sobre el suelo mojado, pero me da igual. Si caigo, será por una buena causa.

A mi espalda, oigo los gritos consternados de cuatro de mis Cinco Continentes. Sobre todo de Japón, que tiene una voz de tenor muy potente.

Marco se está levantando. Tengo que actuar rápido.

Mi decisión es y será siempre derrotar el mal. Soy una heroína, digna y de belleza legendaria.

Tengo que actuar como tal.

Me pego a Marco. Él me observa, con una ceja alzada. Petulante.

Le cojo la camiseta por el pecho, para tener mejor equilibrio.

Por vosotros, pivones.

Levanto la rodilla con todas las fuerzas que me quedan.

Y corro hacia la salida.

De reojo, veo como Marco se derrumba.

*          *          *

Mis amigas chillan desde la entrada a la pequeña piscina. Cuando me ven pasar a toda velocidad, me siguen.

—¡Te admiro, Rayita! —me grita al oído África.

—¡Eres una superviviente! —Europa trastabilla a mi lado, pero logra mantener el equilibro.

Giramos justo antes de llegar al vestíbulo. No quisiera encontrarme ahora con mis hermanos ni el resto del equipo de wetrapolo.

—¡Le has dejado estéril! —comenta Asia, admirada.

Sonrío para mis adentros. Es como estar leyendo los comentarios de mis redes sociales. Me adoran.

Amortiguado por la distancia, oigo el grito desgarrador de Jacinto, el traidor:

—¡RAYMUNDAAAAAAA!

Oh, no. Ha utilizado mi nombre entero. La cosa es seria.

Japón se ríe unos pasos detrás de mí.

J no parece contento.

Acelero.

*          *          *

Nos internamos en el Ala Sur. Allí, el Sol parece más apagado y algunos muebles son de la temporada pasada. El eco sigue nuestros pasos y las luces no se encienden automáticamente cuando cruzamos las salas desiertas.

Me avergüenza haber llevado a mis más fieles aliadas a este antro, pero no he tenido opción.

La primera batalla contra el mal se ha librado.

Y he ganado.

Hace rato que ya no oigo los gritos de Jacinto, el cerebro lavado, ni del equipo de tralopowe. Creo que estamos a salvo.

Me dejo caer sobre el sofá del área de descanso que hay a medio camino de algunos pasillos. Tiene un estampado de bambú que estaba muy de moda hará tres meses, pero que ahora no es más que una pieza tristemente retro olvidada en este recoveco de mi casa.

Europa se lo queda mirando un segundo más de la cuenta, dudando. La entiendo. Las reliquias son para evitarlas, no para sentarse en ellas. Por algo están escondidas en museos. Así una no tiene que sufrir la visión de algo nada trendy.

—Creo que nos hemos salvado —suspira Japón, sentada en el suelo—. Aunque ha sido tan épico... ¡ya estoy viendo el poema que voy a escribir sobre ello!

África bufa, haciendo comillas con los dedos.

Poema...

Japón agarra un cojín tachonado (¡horror!, de hace dos temporadas) y se lo lanza.

Los lápices azules impactan con la frente de mi amiga y se enredan en su coleta rubia. Ella cae de espaldas sobre el respaldo del sofá y se queda en silencio.

No se mueve.

—La has... ¿matado? —susurra Asia, al lado del presunto cadáver. Se acerca un poco más a los aros enjoyados de nuestra amiga—. ¡Hay sangre! Eso va a dejar una cicatriz de al menos medio centímetro...

Observo el cuerpo inerte de África. Un hilo de color rojo mancha la raíz de su cabello dorado.

—Va a costar mucho devolverle el brillo original a esa parte de su cabeza —afirmo, pensativa—. La sangre requiere como seis lociones diferentes para desaparecer del todo...

Europa se inclina sobre nuestra compañera caída. En algún momento de la carrera se ha metido un chicle de fresa en la boca. Hincha una burbuja y permite que le explote antes de hablar:

—Vamos a tener que deshacernos de las pruebas —mira a Japón de reojo, que sigue apoltronada en el suelo—. En menudo lío...

—¡Yo no he hecho nada! —la interrumpe con un chillido la asesina—. ¡Se ha muerto ella solita! Los abogados de mis madres lo probarán si hace falta...

Pero el sonido de algo cayendo para en seco las divagaciones de la criminal entre nosotras. Suena a que se ha roto algo delicado.

Espero que no sea uno de esos jarrones de la dinastía Pin. Por alguna razón, a mamá le gustan mucho esas baratijas de mercado negro de traficantes de antigüedades.

Dejamos el cuerpo de África descomponiéndose en el sofá de bambú (también muerto aunque, más que físicamente, muerto para la moda) y corremos por un pasillo anexo que nos lleva a un baño para invitados.

La sauna está vacía, el jacuzzi está apagado y la ducha de hidromasaje, seca. Frunzo el entrecejo y abro la puerta que conduce a la habitación de invitados a la que pertenece el baño.

Y allí, sobre el colchón de agua circular, entrelazada en las sábanas de satén rojo (de, ¡tragedia!, hace quizá una década) hay una imagen terrible.

América nos mira, implorando clemencia. Su traición ensucia el aire y atenúa la luz del Sol. Ha insultado todo lo que nuestra amistad representa.

Y, sobre todo, se ha insultado a sí misma.

El pintalabios azul se le ha esparcido hasta la raíz de su despampanante melena negra, hasta ahora siempre brillante e impolutamente lisa. Enrojece.

Abraza con más fuerza al anfibio del demonio que yace con ella en la cama.

—Oh, América... —susurra Asia.

Cierro los ojos. No puedo seguir dañando así mis retinas.

Giro 360 grados y vuelvo a meterme en el baño. Voy a hacer compañía a África. No ha podido escoger mejor momento para morir.

Antes de empezar a recorrer el pasillo, observo la pecaminosa escena una última vez, por encima del hombro.

—Por tus crímenes contra la Alianza Fashionista —me duele decirlo—, América, se te llama a comparecer ante aquellas a quienes has traicionado. El Cónclave Espléndido te esperará al ocaso.

WaterloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora