VERGÜENZA

31 6 2
                                    

De repente me doy cuenta de la situación.

Marco es mi peor enemigo, junto con los zapatos sin tacón y la ropa que no complementa mi persona (escasa).

Estamos en una sesión fotográfica de Noke, que me ha contratado para convertir en inolvidables a un grupo de tíos que juegan al desconocido deporte del wateploro.

Weatprolo.

Ewatolpor.

¡Watorpole!

Pff. Lo que sea.

Y no sé cómo, dañando mi imagen, reputación y dignidad, he acabado en los brazos del capitán Aquí-no-vendemos-huevos.

Imran sigue mirándonos descaradamente. Su cara se ha teñido de un color desconocido para mí: pálido y todavía muy cercano al blanco sucio de las paredes, pero manchado irregularmente de un rojo azulado nada favorecedor.

Será por eso que no sé qué color es.

No existe nadie en este mundo que pudiera quedar bien en ese tono.

Fulmino a Imran con la mirada. Mi asistente se tambalea y aparta los ojos.

Las manos me queman cuando las planto en el pecho ulímpico de Marco. Trato de empujarlo lejos de mí, pero no se mueve un pelo.

Baja la mirada y me sonríe sin amabilidad. La curvatura de sus labios solo contiene diversión insana y burla engreída.

Lo miro a los ojos.

He tomado una decisión.

Situaciones desesperadas requieren soluciones desesperadas.

Sin parpadear, abro la boca.

Y chillo.

Chillo tan alto que los cristales empiezan a moverse. Tan alto que la sonrisa de Marco se convierte en una mueca de dolor.

Pero no he pensado mi huida tan bien como creía.

Con un gesto hastiado, el capitán Voy-a-llamarte-Huevín deja caer los brazos y me suelta.

Me precipito.

El agua vuelve a tragarme.

*          *          *

Horas más tarde, la sesión de fotos ya ha terminado.

Mi exuberante pelo sigue algo mojado y el maquillaje todavía no se me pega a la piel, por lo que me veo obligada a levantar la cabeza con orgullo y soportar las miradas menos deslumbradas de la gente por la calle cuando emprendo el camino de vuelta a mi casa.

Meto la mano en mi bolsa Miguel Korazones y busco entre mis móviles hasta que encuentro lo que busco. Me pongo el gorro de Prado y las gafas de sol de Armario que uso cuando tengo que huir de los fans enloquecidos.

Si me vieran ahora, perdería mi estatus y sería exiliada de las redes sociales.

Sería una devacle.

Cuando finalmente llego a la verja de entrada a la parcela de mi familia, la espera a que el reconocimiento facial descubra que tras ese rostro diezmado por el agua y el estrés estoy yo se me hace eterna.

Aunque no puedo culparlo.

Mientras empiezo a recorrer la avenida de los cipreses, me vuelven a la cabeza las últimas palabras de Marco.

No es que haya muerto pero, en lo que a mí respecta, ya ha desaparecido por completo de mi vida.

—No es por ser poco chic —le he dicho yo—. Pero espero no volver a verte, dependiente. Jamás.

Esa sonrisa. Esa sonrisa engreída.

Si no corriera riesgo de romperme las uñas perfectas, se la borraría de la cara de un manotazo.

—Lo mismo digo, Huevín.

Cierro los puños con tanta fuerza que se me acalambran los dedos.

¿Cómo osa llamarme eso? ¿Huevín? ¿Qué significa? ¿Será algún juego de palabras enfermizo? No me sorprendería.

Por más que pienso en ello, no se me ocurre nada que explique tal memez de sobrenombre.

Y se ha apropiado de mis las palabras. ¡Copyright! ¿Es que no sabe que no puede robarme el contenido? Muy capitán y lo que quieras, pero...

Seguramente un día le entró agua por la oreja durante un entreno de watrolope y se le pudrió el cerebro.

Estoy tan absorta en mis pensamientos que no veo mi casa acercárseme.

Suerte que no llevo maquillaje, porque choco frontalmente con la fachada. No querría volver a dejar la impresión de mi cara en un muro.

Alguien golpea el vitral al otro lado de la columna corintia a mi derecha.

—Te tenemos dicho que pensar es una afición peligrosa, hermanita —es Indalecio, uno de los peores hermanos que tengo. Está estudiando Matemáticas (las de mentira, las que no tienen números) en la Universidad de Osfor, y no tengo ni idea de qué hace aquí, si estudia al otro lado del Lago Meexigam—. No querrás que la electricidad de tus neuronas te ponga los pelos de punta.

No estoy de humor para soportar sus cuentos de terror sobre ciencia, así que corro.

Llego a la puerta de entrada (que algún patán ha dejado abierta de par en par) y sigo corriendo.

En mi vida he corrido tanto cuando finalmente llego a mi habitación.

Aparto las preciosas cortinas de terciopelo bordado (nunca abro puertas) y me dispongo a lanzarme sobre mi cama.

Pero todos mis móviles suenan a la vez.

He recibido una notificación.

Saco el primer smarty que encuentro (rosa, la funda es de cuarzo) y el reconocimiento facial vuelve a tardar más de lo normal.

Oh, ¿¡en serio!? No hace falta que me restrieguen más el desastre de mi aspecto.

La campaña de Noke ya ha sido publicada.

Me veo empapada, horrible, mi maquillaje imperfecto y el bañador arrugado.

Veo a Marco sacándome del riachuelo de la fuente, justo después de caer.

Se me ve confundida y pequeña. Marco parece el héroe de la escena (no, no, no, ¡no!).

Lo odio. ¡Le odio!

Lanzo el smartphone por la ventana e inmediatamente me siento algo mejor.

Pero la pantalla de otro móvil (oro rosa, la funda es de pelaje faux de zorro de las nieves) se enciende.

El eslogan es la gota que colma el vaso.

WaterloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora