LA BÚSQUEDA

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Tres de mis hermanos me han retado esta mañana.

—Seguro que no sabes ni hacer la compra —se burlaban mientras masticaban el desayuno como gorrinos—. ¡Si desde que terminaste la escuela lo único que te vemos hacer es maquillarte!

Y yo fruncía el cejo de esa forma tan mona que solo yo sé hacer (aunque ese intento de influencer de pacotilla de Los Ángulos se esforzara tanto en copiarme) por encima del borde de mi taza de café.

—Claro que sé. ¿De dónde crees que saco mis modelitos, o el equipo para mis sesiones de fotos?

Pero ellos no se daban por vencidos.

—Seguro que compras por Intraned —Aaron miró de reojo el pasillo a su espalda—. De hecho, se nos han acabado los huevos. Los vagos que aún duermen van a querer tortitas y se nos van a comer los muebles como no se las demos...

Un brillo diabólico iluminó los ojos de Bernard al ver adónde quería llegar nuestro hermano mayor.

—Podrías ir a comprarlos tú —dijo.

Dejé mi taza termosensible sobre el mármol de la isla, indignada.

—¡Yo no tengo por qué ir! Nuestros padres ya pagan a mucha gente para que se ocupen de esas cosas.

Cornelius se levantó, haciéndose el desinteresado.

—Ah, así que nos das la razón...

Ahora, ya llevo más de una hora buscando un supermercado.

*      *      *

En mi defensa diré que Chikogo es una ciudad complicada. Hay mucho callejón y he de admitir que tampoco es que me haya dedicado a explorarla en ningún momento de mi vida. Siempre voy a las plazas más concurridas o centros comerciales cuando salgo con mis amigas, aunque sí que es cierto que he utilizado alguno de esos rincones oscuros de mi ciudad como estudio fotográfico, porque quedaba monísimo con el resto de mi portafolio.

Ninguno de esos lugares tan cucos fue nunca un supermercado.

Las mañanas en Chikogo son frías y húmedas. Mientras intento descubrir hacia qué dirección pretende enviarme el Guguel Mapas en mi móvil, mi jersey blanco y peludito, normalmente tan agradable (tanto al tacto como a la vista), ha quedado chafado y extrañamente helado.

Empiezo a ponerme nerviosa. ¿Por qué me habré dejado arrastrar por la estúpida apuesta de mis hermanos? Bastante tengo ya aguantándolos.

Pongo los ojos en blanco. De repente, de refilón, veo una fila de personas.

Bueno, más que una fila, parece más un buñuelo de gente. Pero ya me entiendes.

¿Los supermercados acostumbran a formar cola? No tengo ni idea. Pero mucha gente va a comprar allí, ¿no? Digo yo que a veces habrá demasiados clientes y se acumularan fuera.

Convencida de que voy a demostrarles a mis hermanos que están equivocados, como siempre, me dirijo hacia allí.

WaterloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora