¡(DES)ORDEN EN LA SALA!

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Stock.

Silencio.

Poco a poco, un sonido agudísimo va en aumento hasta hacerse ensordecedor. La silla dañina para los ojos cae al suelo y América vuela hacia la puerta.

Aparta a Marco de un placaje (quien, ¡oh, sorpresa!, trastabilla un poco) y se lanza en brazos del anfibio del demonio ese de antes.

—¡Hunter! —chilla. El tal Hunter se inclina y le succiona la cara ante el Cónclave Espléndido en su totalidad. ¿Cómo se atreve? ¡América está siendo juzgada justo por eso!—. ¡Gracias a Dior que has venido a salvarme! Están tratando de convenceme de que nuestro amor es imposible...

A su lado, el engendo de todo lo pútrido levanta una ceja. Se cruza de brazos y nos mira al resto.

A .

Noto como mi rostro empieza a formar un mohín. ¡No! Me contengo. Él no merece una visión tan maravillosa.

—Hemos venido a avisaros de que la cena está lista —tiene el morro de decir—. Aunque llevamos más de veinte minutos buscándoos. Tus hermanos ya se lo habrán zampado todo.

Y se gira y se marcha.

Sin ser excusado por la autoridad aquí reinante.

Que soy yo, claramente.

Me levanto de un salto y corro tras él. Tengo que esquivar a la criminal y su esbirro, que prácticamente bloquean la entrada entera de la sala de operaciones, pero mi determinación lo puede todo.

¿Adónde ha ido? Con esa altura que me lleva a cada paso que dé se alejará cinco de los míos.

Cierro los ojos y me concentro.

Si yo tuviera la cabeza llena de agua en vez de cerebro, ¿en qué dirección caminaría?

La respuesta viene a mí a toda velocidad. El universo me indica el camino con el sonido de unos pasos alejándose a mi izquierda.

El eco de mis tacones retumba por el pasillo cuando empiezo a perseguir al malhechor.

* * *

No llego a tiempo.

Para cuando lo atrapo, diez minutos más tarde, él ya está cómodamente sentado ante la mesa, comiendo como un puerco con varios de mis hermanos.

¡Ni siquiera nos han esperado!

Veo que han escogido el Salón Medio para la cena. Es el segundo comedor con más aforo de la casa, con una mesa de caoba rodeada por hasta sesenta sillas acolchadas con un estampado dorado.

Del techo altísimo cuelgan dos arañas de cristal y el suelo está alfombrado del rojo más señorial que existe.

Hago un mueca. Es demasiado elegante, demasiado bueno para nuestros invitados.

Cruzo la mirada con mi hermano Nicanor, que se lleva a la boca un muslo de pollo bañado en algún tipo de salsa de aspecto muy apetitoso. Si no fuera por el asco que me da verlo comer con la boca abierta, me entraría un hambre atroz.

A su lado, Bernard mete los dedos en el cuenco de sopa de calabaza del que se sirve todo el mundo y se lame las yemas. Unas sillas más lejos, presencio como Enrique le tira bolas de pan especiado a Kalet, que a su vez se dedica a apuñalar el sushi con sus bastoncillos, como el troglodita que es. Jacinto está susurrándole algo a Marco, quien se ríe.

Lo mismo están haciendo Lakshmi, Aaron y Cornelius, jugando a un pulso con tres de los jugadores de lowapetro, con el codo hundido en sus platos repletos de sobras de lasaña.

De reojo, veo que llegan mis Cinco Continentes (Cuatro y la Traidora) con Hunter, que sonríe como el bobo que es con el brazo alrededor de los hombros de América.

Genial. Ya estamos todos.

Los mayordomos Siete, Dieciocho y Veintidós revolotean alrededor de la mesa, tratando de hacer de la cena algo en apariencia civilizado. Agradezco sus esfuerzos, pero es una batalla perdida. Cada día lo es.

Y entonces me doy cuenta. ¡Horror!

Me he quedado demasiado tiempo observando la escena. Mis amigas ya se han sentado. Hunter también.

Solo queda un lugar libre.

Al lado de Marco.

Quiero chillar. ¡¿Cómo pueden hacerme esto?! ¿Es que ya no puedo fiarme de nadie? Traicionada primero por América, ¡y ahora por todo el mundo!

Inspiro. Espiro. Inspiro...

No puedo.

Debes hacerlo.

¡Cállate, Estrella! Ahora no es el momento.

Demuestra que estás por encima de todos estos paletos.

¡Lo estoy! ¡Soy mucho más guapa!

Pues déjales claro quién manda.

Maldición, Estrella.

De nada, amor.

Espiro. Y me dirijo a mi sitio.

Marco me ve y sonríe:

—¡Hey, Huevín! Parece que volvemos a...

¡NOPE!

Agarro la primera bandeja que encuentro y me alejo hacia mi habitación.

* * *

Castañas.

¿A quién se le ocurre servir una bandeja de castañas para cenar?

Las observo sobre mi tocador, tostadas, doradas. Secas. ¡Si es que no son más que corcho que crece en los árboles!

Gruño. Tengo que comer. ¿Cómo, sino, voy a seguir tan despampanante? A regañadientes, me meto una castaña en la boca y la mastico.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo.

No sabe a nada.

¡Y pensar que justo al lado había un bol de la más deliciosa ensalada que prepara el mayordomo Once! Es todo culpa de Marco y esa presencia tan odiosa que acarrea por todas partes...

Invierto lo que me parecen horas en vaciar la bandeja de castañas. Habré comido un kilo. Todavía tengo hambre, y mucha sed, pero no pienso jugármela y toparme con algún mono submarino de camino a la cocina.

Hace rato que la luna casi llena ilumina el cielo cuando me decido a iniciar el protocolo que me llevará a mis reparadoras veinticuatro horas de sueño al día.

Ha sido una jornada muy estresante.

Aparto la bandeja vacía y me planto ante el espejo del tocador. Primero, he de limpiarme la cara.

El proceso dura unos veinticinco minutos; tengo que limpiarme les poros individualmente y asegurarme de que no queda nada de maquillaje en mi rostro.

Me sonrío. Sigo siendo preciosa, no hay duda.

¡Siguiente paso!

El momento más satisfactorio del día.

Me quito las botas. Cuando los pies tocan la alfombra persa estoy a punto de reír. ¡Liberación! A veces la moda se cobra un precio por estar deslumbrante, incluso a mí.

Me destrenzo el pelo y lo peino. Me quito el vestidito por la cabeza.

Estoy desabrochándome el sostén cuando las cortinas de terciopelo bordado se apartan bruscamente.

Chillo.

WaterloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora