EL PROBLEMA DE LOS CUATRO DORMITORIOS

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El monte Kilimantajaro es una cutrada.

El móvil de la Wiquipeta me da toda la información que necesito saber. Está al noroeste de Tarzania, un país donde tengo una cantidad de seguidores muy inferior a su población, la cual es básicamente insultante. Mide menos de seis kilómetros. La página uep asegura que es la montaña independiente más alta del mundo, pero yo sé que eso es mentira.

En Marte, nuestro precioso y amarillento planeta, se encuentra el volcán más alto del Sistema Sonar: el Monte Ohlindo. Mis hermanos siempre me han asegurado que vivimos allí, en la cumbre. Más de veintiún kilómetros por encima de todo el mundo.

Así que el Kilimantajaro este es una bajada de nivel impresionante.

Y yo nunca, nunca, bajo de nivel.

Frustrada, bajo del helicóptero, intentando ignorar su horrendo color. Pero todo está cubierto de nieve y un sol demasiado brillante hace que se refleje el rojo por todas partes.

AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH...

Suspiro.

¿Podría ser mi vida peor?

Pues claro, susurra Estrella dentro de mi cabeza. Piénsalo: podrías ser rubia natural.

Me estremezco. Ahora no, Estrella. No tengo tiempo para historias de terror.

Peter no se ha dignado ni a ofrecerme unas chanclas. Mis preciosos pies, curados con esmero en baños diarios de leche de cabra virgen del hemisferio suroeste, tocan ese hielo hecho picadillo que tanto se empeña en caer del cielo y se queman. Espero no perderlos. No me harían menos perfecta, pero me gusta que el Mayordomo Ocho me haga la pedicura los días múltiples de veintisiete.

El frío me aguijonea. Llevo solo un bañador con flecos de láminas de oro de veinticuatro quarks y un anorak relleno de las plumas del rarísimo pájaro arcoíris de los anillos de Saturno (el vendedor trató de contarme toda la expedición, pero pasear por anillos planos me pareció un logro muy aburrido y lo ignoré). Eso es lo que entiende Peter por vestirme para la ocasión.

Hunter sigue ahí plantado, permitiendo que un viento inclemente, bastante descarado, prácticamente lo levante del suelo. Tiene la mirada fija en su móvil, pero no me llegan mensajes. ¿Estará jugando a las muñecas virtuales? ¿Ese jueguecito de ligues y leyendas que tan famoso le ha hecho?

Francamente, me parece una falta de respeto.

El batir de las aspas del helicóptero del Color Prohibido no me despeina: me cambia el peinado. Se aleja con un escándalo que solo puedo interpretar como el ruego de Peter por un poco de atención. Con lo bueno que está, me sorprende el don que tiene por convertirse en un ser retorcido y horrendo cada vez que abre la boca. Al menos ahora solo tendrá que soportarlo el santo de Roberto.

A parte de Hunter y las publicistas, no hay nadie más aquí. La voz de Peter sigue taladrándome el cerebro:

—También me han contado que vendrá otro chaval, uno que juega a waterfofo, y algo de unos continentes...

No se me ocurre quiénes podrían ser los demás invitados.

Me molesta que Peter siempre sea tan críptico.

Se cree que así se hace el interesante.

* * *

Tras una caminata de casi dos minutos y medio, llegamos a la choza donde se supone que nos instalaremos mientras dure el reality xou.

Es una construcción de unos tres pisos, aunque las nubes están tan bajas que las ventanas del tercero se pierden en la bruma. La fachada es casi toda de cristal espejado, y los pilares que la sostienen son runas milenarias. Veo un trozo de un arco del Koliseo, un bloque de arenisca de las Pirámides de Gisa, el rostro de uno de los guerreros de terracota del Mausoleo de Qin Shi Juan y la punta de la nariz de Jorg Washingmachine del Monte Rushmore.

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