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Estaba muerta de sueño.

La noche anterior me había pasado hasta las tres de la mañana estudiando y luchando contra las ganas de acostarme en mi cama a dormir, pero creo que esas horas dedicadas a bostezar y leer dieron su fruto porque no dejé ni una respuesta sin contestar en el examen de historia.

Seguramente yo estaba feliz por haberlas respondido todas y luego habría alguna que estuviera mal, pero no me importaba. Mi madre siempre decía que sin esfuerzo no consigues nada, y yo había hecho un esfuerzo inmenso por no abrazar a mi cama y besar el colchón para estudiar, así que esperé ansiosa a que mi esfuerzo diera su fruto.

Iris se había marchado a casa después del examen porque se encontraba mal. Me dijo que su hermana estaba enferma y que probablemente se lo habría contagiado. Le aconsejé que lo mejor era que se fuera y que se acostara a dormir, desde la distancia claro, no podía permitirme ponerme enferma ahora que estábamos a tope de exámenes.

Como Iris era mi única cómplice en los descansos no quise ir a la cafetería para estar sentada sola como la loca del instituto, así que me compré un bollo de chocolate y me fui hacia las gradas de la pista de fútbol donde sabía que a esa hora no habría prácticamente nadie. Me senté en la última grada y comencé a devorar el dulce mientras revisaba mis redes sociales en mi móvil.

Escuché a gente hablar en voz baja, pero cuando levanté mi cabeza no vi a nadie, así que devolví mi vista al aparato entre mis manos para pasar el rato hasta tener que entrar de nuevo a clase. Sin embargo, pocos minutos después vi que dos chicos salían de debajo de las gradas y se marchaban. Los reconocí al instante.

Eran los amigos de Evan, el arrogante desinteresado que me irritaba con solo su presencia. De pensar que tenía que pasar la tarde con su compañía ya empezaba a enfadarme. Sólo esperaba no tener que volver a hablar con él, aunque ya era mi último día de castigo y no tendría que volver a dirigirle la palabra en lo que quedaba de curso.

Un olor desagradable llegó a mi nariz y levanté mi cabeza creyendo que algo se estaba quemando. Entonces bajé las gradas e intenté seguir el olor sólo por asegurarme de que no era un incendio. Y claro que no lo era.

Evan estaba de pie bajo las gradas apoyado en una de las vigas fumando esa cosa que tan mal olor dejaba en el aire, eso que había fumado el día anterior durante nuestro castigo. Cuando alzó su cabeza para ver quién le estaba observando, me miró sin emoción alguna, como siempre hacía. Era como si todo le importara una mierda y le gustara que los demás lo supieran.

–Y mi suerte se acaba de terminar –habló con pesar, como si yo le molestara.

–Eres muy desagradable.

–Y tú muy molesta –añadió con una sonrisa falsa.

Le dio una calada a eso que estaba fumando y el humo viajó por todos lados hasta llegar a mi cara, por lo que moví la mano de lado a lado para espantarlo llegando a toser un poco por el horrible olor que desprendía.

Evan soltó una pequeña risa al verme toser.

–¿Qué te hace tanta gracia? –inquirí confundida.

–Que eres una remilgada –comunicó con otra sonrisa falsa.

–¿Perdón? -dije boquiabierta–. ¿Me estás llamando delicada?

–Es un sinónimo, sí.

Crucé los brazos sobre mi pecho indignada con la mueca más molesta que era capaz de poner. Él seguía fumando tan tranquilamente como si no estuviéramos insultándonos, como si le importara todo una mierda. Y odiaba que hiciera eso.

Apariencias (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora