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–¡Ya es el cuarto mensaje que le dejo! –le grité a Iris desquiciada.

–Quizá se le ha olvidado –opinó no muy convencida de lo que ella misma había dicho.

–Lo dudo, Evan jamás ha llegado tarde y mucho menos se le ha olvidado que había quedado conmigo.

Desvié la mirada de la pantalla de mi smartphone, desde donde Iris me observaba caminar de aquí para allá , y estiré de la raíz de mi cabello.

–Tranquilízate, Nayra –me pidió, pero ya era imposible que me relajara–. Te conozco y si sigues así vas a hacer una tontería.

Pero la tontería ya se me había ocurrido en ese mismo instante.

–Voy a hacerlo –sonreí, cogiendo mi móvil de encima de mi mesita.

–¿Qué vas a hacer?

–Voy a ir a buscarle –afirmé decidida, sintiendo que todo mi ser vibraba por el enfado.

–¡No sabes dónde está!

–Oh, claro que sí. Estoy segura de que está en el edificio.

–¡Pero está lejísimos! ¡¿Cómo vas a ir hasta allí?!

Me encogí de hombros y cogí las llaves de casa.

–A pie. Aún es de día, tengo tiempo suficiente para volver a la hora que mis padres quieran.

–Esto es una locura –suspiró–. Hirst te está volviendo demente.

–Ya lo sé, y créeme que va a saber lo loca que puedo llegar a estar –sonreí con maldad–. Te llamo luego.

–¡Ten cuidado, por dios!

–Lo tendré –afirmé, y colgué la llamada.

Bajé la escalera con rapidez y le dije a mi madre que me marchaba, a lo que ella me respondió que me quería temprano en casa.

Salí por la puerta a paso ligero y me encaminé a hacia el edificio decidida a cantarle las cuarenta a Evan.

¡¿Quién coño se había creído?! ¡A mí no me dejaba plantada nadie y menos aún un macarra maleducado!

Podía haber respondido a mis mensajes, podía haberme llamado. Pero no, tuvo que dejarme en visto. Evan había leído mis mensajes y ni se molestó en responderlos. ¡Se iba a enterar! Evan no me conocía pero iba a hacerlo en cuanto pusiera un pie en el edificio. Le iba a decir todo tipo de insultos y sandeces, se iba a arrepentir de haberme dejado tirada como lo había hecho.

Casi dos horas después y ya con la respiración más agitada que nunca y el corazón saliéndoseme por la boca, llegué al edificio donde sabía que él estaría.

Todavía no se había hecho de noche, pero no faltaba mucho para que ocurriera, así que tuve la suerte entrar a esa sala con algo de iluminación. Aunque con la furia que recorría mi cuerpo la oscuridad me daba exactamente igual en ese momento. Bajé las escaleras sintiendo que con cada escalón la ira se apoderaba más de mí; estaba tan enfadada que hasta sentía calor a pesar de estar en invierno.

Tomé una profunda respiración dos pasos antes de abrir la puerta de par en par, produciendo tal estruendo que las pocas personas que habían allí se quedaron en silencio observándome.

Barrí con mis ojos la estancia rápidamente y encontré al macarra, al creador del descomunal enfado que se había apoderado de mí. Sin embargo, la ira en mi cuerpo incrementó más todavía cuando vi que Evan no estaba sentado solo en el sofá, sino que Sheila estaba a su lado abrazándole de lado. Sentí que mi cuerpo ardía de furia de forma increíble pese a que Evan no la abrazaba a ella.

Apariencias (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora