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Evan y yo ya llevábamos un bonito y maravilloso mes de relación. En el instituto todo el mundo sabía ya que éramos pareja y por culpa de eso me llevaba miradas extrañadas y cautelosas. Pero no me importaba porque tenía a Iris siempre conmigo.

Como en ese preciso momento; Iris estaba conmigo en mi habitación, pintándose las uñas de color rosa, al mismo tiempo que hablábamos de la vida de las chicas con las que compartíamos clase. Lo típico que hacen las adolescentes en su tiempo libre. Yo redecoraba mi pared con fotos para darle otro aire mientras tanto. Cambiaba las fotos de lugar y les añadía adornos como mariposas hechas de papel de colores o corazones hechos del mismo material porque ya me había cansado de verla siempre igual.

Unos golpes a mi puerta nos hicieron callarnos abruptamente antes de yo decir:

–Adelante.

Mi madre asomó la cabeza por la puerta con una sonrisa pintada en la cara.

–Hola, chicas –saludó ella al adentrarse–. ¿Qué hacéis?

–Pues, Iris pintarse las uñas y yo cambiando de estilo la pared.

Mi madre caminó hasta la cama y se sentó al lado de Iris, con cuidado para no molestarla en su misión.

–¿Qué tal van las clases, Iris? –le preguntó mi madre.

–Bastante bien, como siempre.

–¿Y los chicos? ¿Tienes novio ya?

–¡¡Mamá!! –grité avergonzada ante su curiosidad por la vida de mi amiga.

–¿He dicho algo malo? –preguntó la mayor sin percatarse de que Iris podría sentirse incómoda.

–No, no. No te preocupes, Melissa –se apresuró a decir mi amiga para que no se sintiera mal–. Los chicos me van bien, la verdad. Estoy saliendo con alguien desde hace dos meses –le informó mi amiga, y mi madre sonrió alegre.

–¡Que bien! –exclamó mamá–. Me alegra mucho oír eso. Por lo menos tú estás saliendo con alguien –mi madre me echó una miradita extraña un par de segundos–. Nayra parece ser más testaruda en ese tema.

–¡¡Mamá!! –grite de nuevo.

–¿Qué? Sólo digo la verdad –expresó con inocencia.

Solté un bufido y puse los ojos en blanco, levantándome de la cama en la que estábamos las tres, e Iris dejó escapar una pequeña risa.

–¡No soy testaruda, es solo que no tengo por qué contártelo! –grité, muerta de la vergüenza.

–O sea que sales con alguien, ¿verdad? –supuso mi madre sonriente–. ¿Es ese chico?

Miré a Iris con complicidad, sabiendo que las dos estábamos pensando en lo mismo. Mi madre no iba a dejar el tema de lado y sabía que su insistencia podía llegar hasta límites insospechados, así que asentí con pesadez.

–¿Desde cuándo estáis saliendo? –inquirió ilusionada, lo que me pareció muy raro porque hacía dos meses me hubiera gritado sólo por acercarme a un chico.

–¿Desde cuándo te parece bien que tenga novio? –respondí.

Mamá me dedicó un gesto cariñoso.

–Cielo, nunca dije que no pudieras tener novio.

–Entonces, ¿por qué me castigaste aquella vez cuando descubriste que estaba con él y no con Iris?

–¿Es el mismo chico? –preguntó ella sorprendida, y yo asentí–. No estaba enfadada porque salieras con un chico, lo estaba por habernos mentido a tu padre y a mí. Por eso te castigué.

Apariencias (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora