Parte XII: Para toda la eternidad

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Un mes después en Nueva York...

Kongpob y Arthit completaron su registro matrimonial en la oficina del secretario municipal. Fueron allí en un Taxi desde el Residence Inn en Manhattan, lugar donde se quedarían por cuatro días. Hicieron 26 minutos de camino.

—Eso fue rápido —comentó Arthit. Creyó que sería problemático, pero no, todo fue muy bien. Llegaron y mostraron el número de confirmación y el oficial les dio los documentos para que los revisaran y firmaran. Eso fue todo.

—Te lo dije —Kongpob sonrió orgulloso. —Pero mañana por la mañana tenemos que volver para la ceremonia.

—¿Ceremonia? ¿Cuál ceremonia?

—La ceremonia de bodas.

Arthit se quedó boquiabierto. No podía creer lo que dijo Kongpob.

—¿Va a haber una fiesta de bodas? Santo cielo, Kongpob, ¿qué harás?

—No es una fiesta de bodas, P'Arthit... Es una ceremonia de bodas. El costo es incluso más barato que el registro —explicó Kongpob con claridad. —Aún quiero comprar un auto algún día, sabes —Kongpob molestó a Arthit. —Sé que estabas siendo considerado porque lo dije hace dos o tres años.

Arthit rio levemente.

—¿Quién crees que soy? Yo no soy solamente tu novio, tú también eres el mío —y se alejó así como así.

—¡Pero ahora eres mi esposo! —Gritó Kongpob desde su lugar, aún sin seguir a Arthit.

Arthit suspiró. ¿Por qué su esposo era tan desvergonzado? Se preguntó a sí mismo.

—¿Vas a quedarte allí y anunciarlo al mundo todo el día? —Arthit le dio la espalda a su esposo que estaba de pie, mirándolo con felicidad. —¡Date prisa! ¡Tengo hambre!

Kongpob corrió un poco para estar al lado de Arthit. Caminaron casi 10 minutos desde que salieron de la oficina. Se miraban el uno al otro con frecuencia. No se tomaron de las manos ni hablaron.

—¿Qué quieres para comer? —Kongpob rompió el silencio.

—Hamburguesa.

—¿Por qué hamburguesa?

—¿Por qué preguntas?

—¿Por qué?

Arthit rio.

—Está bien, detente.

Había una amplia sonrisa en el rostro de su esposo. Tenía éxito en molestarlo la mayoría del tiempo, pero no hoy. Esa mirada demasiado feliz no podía molestarlo ni siquiera un poco.

—¿No quieres hamburguesa?

—Comería lo que sea que me dieras —dijo Kongpob.

Arthit asintió. Entendía perfectamente a su esposo. No tanto como Kongpob a él, pero... lo suficiente como para saber a lo que se refería.

—¿Quieres ir allá? —Arthit apuntó a un pequeño restaurante con banderillas amarillas, llamado Sole Di Capri.

Kongpob estuvo de acuerdo.

—Claro.

Entraron al pequeño y lindo restaurante y escogieron la mesa al lado de la barra. Pidieron dos platos de dos tipos diferentes de pasta y dos botellas de agua mineral.

—Por favor esperen alrededor de 20 minutos por la pasta —les dijo el amable empleado.

Arthit miraba alrededor del restaurante cuando sintió que le tocaban la palma. Kongpob envolvió la mano de Arthit con la suya y la estrujó ligeramente.

1. La historia de la pareja que no podía vivir sin el otroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora