Capítulo dieciocho.

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"Agárrame la mano al atardecer, 

cuando la luz del día se apaga y la 

oscuridad hace deslizar su constelado 

de estrellas...

Mantenla apretada cuando no 

pueda vivir este mundo imperfecto...

Coge mi mano... 

Llévame donde el tiempo no existe..."

(Hermann Hesse- No me dejes ir)

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Luego de que el cielo se tornara de colores rojizos, naranjas y amarillos, característicos del momento en que el sol se oculta hasta que no existe presencia de su brillante luz en el cielo durante el ocaso, la luna y las estrellas se hicieron presentes, lanzando tiernos destellos para iluminar la tierra. Fue entonces cuando ambos chicos decidieron volver a casa.

Louis miraba al frente, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones y una pequeña sonrisa en su rostro.

Harry, en cambio, miraba al suelo. Sus brazos cruzados en su pecho y un sentimiento de irritación que habitaba en su cuerpo le impedían cambiar la mirada que mantenía en su rostro. ¿Cómo podía ser la vida tan cruel con Louis? ¿Cómo, aún después de lo ocurrido, podía mostrarse tan alegre y optimista con él? ¿Había guardado tanto tiempo los deseos de hacer catarsis que había aprendido a vivir sin mostrar la tristeza que sentía?

— Llegamos—. Señaló el castaño, sacando al rizado de sus pensamientos.

Louis quitó el seguro del portón para que esté comenzara a abrir, mirando de reojo al rizado. Soltó un pesado suspiro y volvió la vista al frente, entrando al patio en cuánto el portón abrió lo suficiente. El rizado le siguió, y sin detenerse a mirar al contrario, continúo su marcha al interior de la casa.

— No... Harry—. Susurró con temor.

Se apresuró a cerrar el portón de forma manual. Claro que Harry era capaz de reclamar a sus padres, de gritar todo lo que quizás Louis nunca se atrevió por cobardía y por la misma razón que decidió huir, creyendo que era la mejor opción.

En cuanto las puertas del portón se cerraron de par en par, el castaño corrió a la puerta, empujando abruptamente la misma para entrar.

— Harry—. Gritó, impetuoso.

Las presentes lo miraron interrogantes. En la sala de estar solo se encontraban las gemelas mirando televisión, sin rastro alguno de Harry.

— ¿Harry?—. Preguntaron ambas chicas, extrañadas.

— Harriet... ¿Dónde está ella?—. Preguntó, ignorando la confusión de las menores.

— Subió las escaleras, supongo que está en su recámara—. Respondió Phoebe, volviendo su mirada a la pantalla. — Mala idea en tener una discusión a pocas horas de la boda, ¿Sabes cuántos días dura el enojo de una mujer?

El ojiazul la miró con el entrecejo surcado. Ignoró lo último que su hermana comentó y subió escaleras arriba. Caminó a zancadas en dirección a la puerta de su recámara y la abrió de golpe.

| Pretty Lie |  Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora