CAPÍTULO 4

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Zane

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Zane.

Delicadeza no era una palabra que conociera, tampoco conocía de paciencia y suavidad.

Unique siempre me hablaba de esos protagonistas de ficción, príncipes llenos de elegancia, ternura y sensibilidad; seguro en estos momentos deseaba uno de esos a su lado, la conocía tan bien como para saber que seguro quería ser abrazada y consolada por un perfecto príncipe de cuentos. Pero esta era la realidad: no era un príncipe, solo era un adolescente bruto y lleno de frustración; uno que no había tenido la mejor idea que forzar la puerta a golpes para entrar.

Uno. Dos. Y un grito de Ruth, desde la cocina para que parara, bastaron para que por fin la puerta abriera.

Toda la habitación estaba a oscuras, eran cerca de las seis de la tarde en plena primavera y aun así se había encerrado con el calor que hacía, mantas obstruían por completo el paso de luz y aire por la ventana; se las había arreglado para cerrar todo a la perfección y que el cuarto quedase en una penumbra total, la única luz que se encontraba provenía de la notebook sobre sus piernas, estaba de espaldas a la puerta pero aun así había logrado ver cómo en la pantalla se reproducía su capítulo favorito de One Upon a Time.

—Unique Ashworth —Comencé.

Un escalofrió me recorrió todo el cuerpo al ingresar y recibir de lleno el fuerte frío del aire acondicionado, parecía la punta del Glaciar Perito Moreno su cuarto. Lo ignoré, no me molestaba tanto el frío, aunque era raro en ella que lo ponga tan alto, siempre había sido muy friolenta.

Me acerqué con lentitud, no encendí ni una sola luz, tampoco calmé las emociones y sentimientos que tenía atoradas en mi garanta; estaba molesto, irritado y lleno de frustración, pero la bolsa en mi mano me recordaba a qué había venido desde el inicio.

—Sabes que un chico guapo —continué, intentando hacerme el gracioso y bajar la tensión entre ambos—, amable, romántico, inteligente y con más dotes que dios me ha dado, puede lucir aterrador cuando lo hacen enojar.

Estaba sentada justo en el punto medio de su habitación, tirada en el suelo con los cascos puestos, no me estaba escuchando o quizá solo me ignoraba en un patético intento de hacer que me marchara. Me puse de cuclillas para quedar a su altura y le quité los cascos para que me escuchara con claridad.

Me estaba costando horrores mantener la compostura, después de como se había comportado ansiaba gritarle y reprocharle cada una de sus acciones; no quería dejarla sola, pero tampoco quería ser tratado como un tonto cuando tan solo me había preocupado por ella y venía a darle los gustos para que estuviera mejor.

Posé una de mis manos en su hombro y acerqué mi rostro a su oído para susurrarle:

—Sabes que puedo ser muchas cosas, pero no soy paciente.

Un repentino sollozo salió de su boca y lo supe...

La había cagado una vez más.

Lo que comenzó como un sollozo bajito y escondido, se transformó en un desconsolado llanto que rompió mi corazón. Se suponía que había venido a ayudarla, a hacer que se pusiera de mejor ánimo y todo lo que había hecho fue amenazarla y asustarla.

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