Salimos del pequeño pueblo y a medida que va pasando el tiempo siento mis ojos pesados y el cuerpo adolorido. No sé cuanto tiempo ha transcurrido cuando me estaciono en la calle y apago el motor. Cierro los ojos un momento para recobrar fuerzas y continuar el viaje.
—Yo puedo conducir—Dice mi acompañante en tono bajo y yo solo niego con la cabeza. Al hacerlo hago una mueca de dolor.
Ella no dice nada más y me alegro, pienso en que son pocas las veces que me he enfermado, pero comparado a esto, nunca me he sentido tan adolorido, respiro profundo y entro a un pequeño trance mientras relajo los músculos y me recupero.
Después el sueño viene a mí y me rindo ante él, hasta que de repente, siento algo sobre mí, o mejor dicho a alguien sobre mí, abro los ojos de golpe y caigo en cuenta de inmediato donde estoy y con quién.
Y es que en este momento, tengo a Elisa Villasmil en frente de mí y siento como su cabello desprende un olor a frutas.
—¿Qué rayos estás haciendo? —Digo mientras la veo de rodillas en su asiento e inclinada hacia donde estoy. Al escucharme Elisa se sobresalta al momento.
—Lo siento—Dice esta mirándome a los ojos.
—¿Qué estás haciendo?—Insisto y veo como toma aire y se deja caer en su asiento.
—Estoy segura que esto no lo tenías hace 30 minutos.
—¿Qué? Digo mientras posa sus manos en mi rostro y examina quien sabe que cosas.
—¿Nunca has tenido lechinas?
—¿Lechinas? ¿Y eso qué es?
—Es una enfermedad que generalmente sale en la infancia, pero algunas personas solo la sufren en la adultez.
—No recuerdo.
-
—¿Y tus padres no te dijeron si la pasaste de niño?— Pregúntales.¿Padres?
—Fallecieron así que no tengo como— Miento como tantas veces he hecho con este tema.
—Lo siento.— Dice mirándome a los ojos.
—No te preocupes no lo sabías— Digo mientras reprimo un bostezo.
—Deberías dormir mientras yo conduzco, y así llegamos a buena hora. No seas tan machista, prometo no chocar ni hacerle un rasguño a tu auto.
La miro detalladamente y podría pasar horas enteras contando las pecas en su rostro, pero sobre todo, unas cuantas intrusas presentes en los labios.
—Está bien— Digo dándome por vencido mientras desabrocho el cinturón y abro la puerta para dejarle espacio.
Tomo mi lugar del lado del copiloto, abrocho mi cinturón mientras la veo hacer lo respectivo con el de ella y siento celos al ver como mete la mano debajo del asiento y lo ajusta un poco más al frente.
Es aquí donde recuerdo la glock 43 que siempre llevo en el auto y deseo que no la encuentre.
—Bien. Puedes dormir tranquilo que yo te llevaré a salvo a casa.— Dice interrumpiendo mis pensamientos.
-Buenas noches. Y veo como me mira fijamente con una enorme sonrisa.
—Ninguna mujer ha conducido mi auto, nunca, así que disfruta porque en este preciso momento me siento fatal y ni ganas tengo de quitarte de allí para hacerlo yo mismo.
—Confía en mí, duré un año en la escuela de conducir así que mi licencia está más que legal.
—Lo creo de ti. —Digo para imaginarme a una Elisa de aprendíz.
Oigo como se ríe, pero cierro los ojos más por el sueño inducido por el medicamento que por otra cosa. Siento como el auto se pone en marcha y deseo más que nada, poder llegar con vida a la ciudad.
En todo el camino de vez en cuando, escucho una suave melodía proveniente del reproductor y una voz acompañándola. Sé que es Elisa quien canta, pero caigo de nuevo en la inconsciencia hasta que siento como alguien toca mi brazo.
—Bello durmiente.
—¿Mmm?
—Estamos a la ciudad necesito la dirección para llegar a tu casa.
Recito la dirección y que avenida tomar para llegar a mi apartamento y vuelvo a dormirme, parece que solamente he cerrado los ojos cuando nuevamente Elisa me despierta.
—Llegamos— Susurra.
—Me siento fatal.— Confieso, porque en este momento siento dolor en el cuerpo acompañado de picazón en algunas áreas.
—Bajemos. Te ayudaré.
Veo que al instante está a mi lado y me avergüenzo por no poder ni siquiera ser rápido y bajarme por mi cuenta.
—Apóyate en mí.
—Estoy bien.— Miento, pero ella igual me sostiene del brazo y entramos al edificio.
Tomamos el ascensor y después de algunos segundos estamos frente a la puerta de mi apartamento, saco mis llaves, las coloco en sus manos para ver como ella abre con un poco de dificultad y luego enciende la luz para dirigirnos enseguida a la única habitación.
—Deberías darte un baño.— Dice mientras me siento en la cama.
—Esta bien— Digo a pesar del frío que siento en estos momentos y veo como ella comienza a desabotonar mi camisa.
—Espera—Digo mientras tomo sus manos.
—Yo puedo hacerlo.
—Si. Dis...disculpa iré a prepararte algo de comer.
Estoy seguro que mientras sale de la habitación está ruborizada. Comienzo a despojarme de la ropa y camino al baño mientras el dolor aumenta en mis extremidades, me deshago de los lentes de contacto para después entrar a la ducha y al estar en contacto con el agua siento pequeños aguijonazos al igual que esta mañana en cada lugar de mi espalda. Después de lavarme y ya dispuesto a secarme escucho un llamado en la puerta.
—¿Si?
—Soy yo.
¿Quién sino?
—¿Estás bien?—Pregunta al ver que no respondo— No encontré comida decente en tu alacena y perdón, pero es la verdad. Así que iré un momento al centro comercial y compraré algo. ¿Estarás bien un momento?
—Si, no hay problema.
—Bien. Ya vengo.
Después de salir, oigo como cierra la puerta y en este momento sé que estoy solo. Decido colocarme una sudaderas y me recuesto un rato. Son pocas las veces que estoy enfermo, pero no recuerdo alguna vez que fuese como esta.
Apago las luces y me dispongo a dormir un poco sin pensar en ningún momento en la joven fuera del apartamento.
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Juego Del Destino
RomanceQue se llame Caín no es un buen presagio... Caín Baptista es un hombre de 33 años de edad, alto, moreno, y quien se desempeña desde hace 10 años aproximadamente en el Centro de Inteligencia Científica y Penal de su País. Según sus propias palabras...