Capítulo 2

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—¡Dakota!— grité, sintiendo el corazón a punto de salir de mi pecho

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—¡Dakota!— grité, sintiendo el corazón a punto de salir de mi pecho. Abracé su anatomía, acariciando su felpudo pelaje. Este había saltado sobre mí después de seguirme en "silencio". Era algo que hacía todo el tiempo, como si quisiera asustarme.

Lo obligue a bajar de mi torso, comenzaba a pesarme, y aunque ya sabía que era él quien me seguía, aún me sentía incómoda. Mis músculos permanecían algo tensos, mis sentidos atentos a cualquier sonido.

—¿Sabes? Primera vez que siento tanto miedo en este lugar —confesé, comenzando a caminar. Dakota me seguía de cerca, olfateando por todo lados y chocando su cuerpo con el mío de vez en cuando.

Seguimos la ruta que usualmente recorremos para ir al río. A pesar del susto, creí que no sería mala idea pasear un momento, sobretodo para relajarme. Andamos por un camino silvestre que prácticamente estaba marcado entre los arbustos por haber sido ocupado continuamente por años. Obviamente requería ser mantenido así que siempre estaba quitando las hojas caídas, ramas o lo que fuera que cayera y lo obstruyera.

Recogí una ramita seca y la fui quebrando en pequeños trozos a medida que recorremos el lugar. Necesitaba distraerme urgentemente, olvidar la tediosa mañana que había sufrido. Por supuesto, la sensación de no estar completamente solos aún no abandonaba mi ser. De vez en cuando volteaba y revisaba entre los árboles. Cuando Dakota se adelantaba, apresuraba mi paso para no alejarme demasiado. Toda esa incertidumbre me mantenía inquieta y comenzaba a hartarme.

Sobretodo porque yo no era así, mi lugar preferido en el mundo no me provocaba aquellas sensaciones.

De pronto, me detuve en seco y apretando lo que quedaba de ramita entre mis manos, me di vuelta. Mi ceño se frunció al escuchar unas pisadas no muy lejanas.

—¿Quién anda ahí? —pregunté temblorosa, pero nadie respondió.

Un suspiro de cansancio se escapó por entre mis labios. Empezaba a creer que sería mejor volver a casa, si observaba el cielo entre las copas de los árboles, podía notar que no faltaba mucho para que anocheciera.

Tiré la ramita que producto del suspenso había terminado por romper y silbé con los dedos en mi boca. Mi acompañante se había alejado unos metros sin que me diera cuenta.

—¡Dakota, es hora de volver! —grité, viéndolo correr a toda velocidad a mi lugar, saltando arbustos con agilidad. Envidié su agilidad.

Esbocé una sonrisa ante una idea. ¿Por qué no empezar a desarrollar esa habilidad ahora?

Viendo llegar a mi amigo, me volteé para retornar por el camino de vuelta a casa. Mis piernas se movieron con la mayor rapidez posible, me cansaría pero definitivamente tardaría menos tiempo del que comúnmente me tardaba en llegar a casa.

Mi respiración no tardó en agitarse, algo normal debido a mi deplorable estado físico. El lobo me seguía de cerca, comenzado a jadear por el esfuerzo. Llevábamos algo más de la mitad del camino recorrido, la brisa chocaba contra mi cara y aliviaba ligeramente el calor horrible que sentía. Hasta entonces mi nuca sudaba y podía notar como mis blancas mejillas ardían.

Valle de lágrimas©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora