Capítulo 18

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El frío de cada día se convertía en una tortura, allí cautiva en una fortaleza de piedra, maniatada y apegada a la húmeda pared

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El frío de cada día se convertía en una tortura, allí cautiva en una fortaleza de piedra, maniatada y apegada a la húmeda pared. La joven de cabellos oscuros no sabía si era de noche o de día, tampoco dónde estaba. Mucho menos cuánto tiempo había pasado desde su captura. Incluso, aunque agudizara su oído, su capacidad auditiva solo captaba el silencio que envolvía a aquel paraje.

Sus muñecas ardían como si fueran abrazadas por las llamas de una ardiente fogata. A pesar de presentar mejoras, estas volvían a romperse, sobre todo por aquellas veces, en que presa por la rabia, intentó liberarse de los grilletes. Lamentablemente, pese a todos sus esfuerzos, estos habían sido completamente en vano. Quien fuera que la tuviera cautiva conocía muy bien su condición y se había encargado de conseguir los mejores materiales para evitar su escape.

Sus piernas ya temblaban entonces, cansadas de mantenerla en pie mientras sus brazos colgaban sobre su cabeza por culpa de las cadenas. Se encontraba temblorosa por el profundo dolor de sus extremidades, aturdida y desorientada, muchas veces por el veneno que ponían entre forcejeos dentro de su boca, aquella misma sustancia que la hacía vomitar lo poco que consumía. Carne roja y sangrante, muchas veces de varios días.

Al menos no la habían obligado a cometer el peor pecado que podría condenar a uno de los suyos.

Su cabeza permanecía colgando mientras goteaba sudor, muchas veces sangre, pero nunca lágrimas. Ni siquiera cuando intentaron arrancar una muela que ahora permanecía medio floja en su hinchada encía. No permitiría rebajarse a llorar, ni mucho menos suplicar. Era fuerte, siempre lo había sido, y por esa misma razón no se rendiría hasta salir de allí y avisar a la siguiente víctima que las bestias tenían planeado desaparecer.

Aquello estaba recién empezando, fuese lo que fuese. Lo único que sabía era que la energía inusual del pueblo había atraído a las verdaderas Bestias y cuando se trataba de poder, ellos no descansarían hasta acapararlo por completo. Atacarían por las sombras, traerían desgracias y cuando los pocos que quedaban estuvieran agonizando en su lecho, no tendrían suficiente fuerza para protegerse de la oscuridad.

Había permanecido atenta a cada visita antes de que le quitaran la venda que cubría sus ojos. Llevaba contado el tiempo que tardaban en volver a verla, y si bien no reconoció el aroma que desprendía su captor, sabía muy bien que, por el sonido de sus pisadas, era bastante alto y corpulento. Lo confirmó una vez que necesitaron sus ojos como medio para sacar información y vio que se trataba de un hombre gigante, de aspecto desaseado y largos cabellos. En otras condiciones no sería ningún rival para ella, sin importar su consistencia, sin embargo, no estaba en el mejor estado para un enfrentamiento. Debía ser astuta y encontrar una salida menos arriesgada.

Tal como había previsto hace unos minutos, el eco de las pisadas sobre la piedra y los charcos de agua estancada resonaron por el pasillo que conducía hasta el calabozo. No movió ni un músculo mientras tenía la vista fija sobre sus pies ensangrentados, hundidos en un charco de su propia sangre, agua y musgos adheridos a la piedra. Solo los cerró cuando una imagen de su primera tortura removió sus cimientos, llenándola de odio. Casi podía volver a escuchar sus propios gritos de dolor.

Valle de lágrimas©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora