Capítulo 3

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Lo que la gente de Saint Woods sabe sobre la muerte de Selene Roux es que murió de una enfermedad al corazón, pero lo que los forenses saben, lo que Essie y yo sabemos, es que ella murió bajo extrañas circunstancias

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Lo que la gente de Saint Woods sabe sobre la muerte de Selene Roux es que murió de una enfermedad al corazón, pero lo que los forenses saben, lo que Essie y yo sabemos, es que ella murió bajo extrañas circunstancias. Nada ni nadie podía determinar la causa de su muerte. Pero con el tiempo, algo comenzó a surgir. Una idea que no me dejaba dormir ni comer.

Era mi culpa, yo la había asesinado.

Esta era un idea obsesiva que no me dejaba tranquila en ningún momento.

Ser la rarita del pueblo no era nada comparado con ser la hija de en medio. No ser ni la mayor, la madura y responsable, ni ser la menor, la consentida y querida por todos. No. Yo era la que sobraba, a la que nadie tomaba en cuenta.

Muchas veces soñé con ser consentida o ser considerada madura para ciertas cosas. O que simplemente creyeran más en mi, que me prestarán más atención. Y ahora que lo tengo no estoy satisfecha. Yo no era la hija perfecta ni la pequeña consentida. No. Yo era la asesina. La que por culpa de su insensatez causó la muerte de su hermana. Toda la culpa la llevaba yo.

¿Cómo mirar a mis padres?, ¿A Essie?, ¿Cómo saldría de casa sin atender los murmullos a mis espaldas? ¿y en la escuela? ¿qué haría cuando todos me vieran?

Caminar por los pasillos de la escuela siempre había sido difícil. El hecho de ser la hermana invisible, la rarita del pueblo me había alejado de todo el mundo. No. Ellos me habían alejado de sí mismos. Y lo entendía: yo no tenía nada de bueno. Ahora mucho menos.

El primer día de clases llegó cuando menos lo esperaba y no estaba para nada preparada. Había pasado el último tiempo huyendo de todo y todos. Intentado en vano olvidar lo que había sucedido. Claramente mi consciencia adoraba torturarme y tanto el dolor como la culpa me consumían. El miedo, el miedo al rechazo y al prejuicio se intensificaron, aquello que antes no tenía mucho en cuenta, ahora estaba presente en mi cabeza todo el tiempo.

Ya no podía estar tranquila, todo era un recordatorio, una amenaza.

Desperté minutos antes de que sonara la alarma, con mis músculos rígidos y dolor de mandíbula. Había dormido con los dientes apretados. Eran tanto los nervios que había sentido estas últimas semanas, que dormir bien era historia pasada. Había noches en las que no podía conciliar el sueño o aparecía ese desagradable hábito llamado bruxismo.

Después de asearme y vestirme baje a la cocina para prepararme algo rápido de comer. Allí estaban mis padres, cada uno en su mundo, desayunando un café bien cargado.

—Buenos días... —salude en un susurro, intentado que no prestaran atención en mi.

Mi padre levantó la vista de su revista y me saludó, sin embargo, mi madre parecía estar inmersa en sus propios pensamientos y lo entendía completamente. La muerte de un hijo es lo más terrible en el mundo, y lo peor es que yo había contribuido con ello.

Valle de lágrimas©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora