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—¡Pichón! —exclamó la mujer lavando los platos. Yo corrí a la mujer.

—¿Sí, mamá? —ella se giró y se agachó. —¡Mamá! ¿Qué te pasó? —pregunté notablemente preocupado, mirando el dedo que sangraba de la mujer.

—Oh, no te preocupes, pichón —besó uno de mis cachetes y torcí los labios.

—¡Voy por el botiquín! —corrí al baño y luego volví. —¡Mira! —abrí el botiquín y saqué una curita. Me acerqué a su dedo y —sacando la lengua— se la puse. —Listo —agrandé mi sonrisa.

—¡Oh, Dios, eres mi héroe! —colocó una mano en su pecho, dramática. —Deberías ser un doctor para salvarme la vida siempre —bromeó, achicando los ojos. Asentí repetidas veces.

—¡Eso haré! ¡Seré un doctor! ¡Siempre estaremos juntos! —le extendí el dedo meñique, infantil. Ella sonrió con ternura y lo juntó conmigo.

—¿Me salvarás?

—Siempre.

Spinel | Stevnel [Nora Au]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora