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El primer recuerdo que tengo de él se remonta a una calurosa tarde de agosto escondida en un inolvidable 1991, en algún barrio de Las Vegas. Atravesé la puerta, estaba oscuro; las paredes y ventanas tapizadas de arriba abajo con paneles de espuma para insonorizar el salón. Casi me ahogo en una pesada y espesa nube de humo de tabaco y marihuana.

La única iluminación emanaba de una bombilla que irradiaba luz azul marino desde el techo y del televisor, que estaba atascado en un canal que transmitía vídeos musicales. Nunca, en todo el tiempo que pasé ahí, vi a nadie tener siquiera la intención de cambiarle. En esa caja negra solo se usaban los botones de encendido, apagado y los del volumen.

Al dar el primer paso, con Sam y George siguiéndome de cerca, se me enredó el pie en uno de los tantos cables despatarrados por el suelo; era de un amplificador. Trastabillé un poco al intentar recuperar el equilibrio y lo conseguí al toparme de frente con la batería, golpeé uno de los platos con las manos causando todo un alboroto dentro del pequeño estudio improvisado/sala de ensayos/salón de juntas.

Hoy pienso en ello y todavía siento que me arden las mejillas; yo no era así de torpe ni distraído, aquel día simplemente estaba más nervioso de lo normal. ¿Qué se hacía en el ensayo de una banda? George, amigo mío desde los quince, me presentó a Sam, un tipo seis años mayor que nosotros, colega suyo, que estaba en una banda que buscaba con desesperación un guitarrista. Yo era un guitarrista, y resulté tan buena opción como cualquier otro para Sam, quien no tardó en pedir que me uniese a Waterhunt.

Todo mi alboroto llamó la atención, ya que segundos después se unieron a nosotros dos personas desde la cocina. Ambos llevaban una lata de cerveza y me observaron durante un instante, aunque tampoco me pusieron demasiada atención.

―¿Este es el crío del que nos hablaste? ―preguntó Bryan, a quien después aprendí a reconocer como mi propio amigo; era el dueño de la batería que con tan poca gracia manosee en mi intento de no romperme la cara contra el suelo.

Ese año yo tenía veinte, ocho años de experiencia con la guitarra y varios meses de haber comenzado a presentarme en distintos bares y cafeterías de la ciudad. Pude haberme ofendido por ser llamado crío, pero antes de poder hacerlo, el otro se aproximó hacia mí.

Sí, el otro, no hay ningún modo especial para llamarte, porque aquella tarde quedé tan deslumbrado por ti que podría hacerlo de nuevo ahora si me atrevo a evocar con exactitud todo lo demás. Serás el otro hasta que a mi yo del presente se le olvide, al igual que a mi yo del pasado, que debo guardar la compostura.

―¿Cómo te llamas? ―Me extendió la mano y después su cerveza.

―Alessio. ―Le tomé la mano, rechacé la bebida.

―Alessio ―repitió―, curioso tu nombre. Yo soy Jackson.

No éramos paralelos. Yo buscaba la costa oeste y él las montañas del norte, e incluso eso significó nada cuando la carretera A tuvo su intersección con la autopista J y de pronto ambos caminos se desviaron para vacacionar juntos en los valles del sureste. Admito ahora que me olvidé demasiado pronto que tarde o temprano todos vuelven a fijar la vista sobre su propio destino, tampoco sería la primera vez que lo hiciese. Era y sigo siendo un fanático empedernido tanto de las rutas alternas como de los romances enredados.

Todo comenzó ahí. Incluso en los días que intento convencerme de que no fue así, una parte de mí lo sabe tan bien como sé que una parte de ti lo hace también. No digo que fuese admiración, deseo o amistad; ni mucho menos esa palabra de cuatro letras que no mencionaré por respeto a quien eres ahora, pero no vayas a celebrar demasiado pronto, no prometo que no lo haré dentro de poco. Empezó ahí. ¿El qué? Si hallas la respuesta escríbeme una carta o llámame al teléfono y solo dime eso, después puedes colgar. Si te sientes osado busca mi dirección y aparécete en mi puerta, aunque ten cuidado, tampoco te puedo asegurar que vayas a ser tan bien recibido como la última vez. Mis sentimientos por ti cambian como el clima en tierra de huracanes. Puedes jugar, al igual que yo he hecho siempre contigo, a intentar pronosticar si estoy soleado o se avecina tormenta.

Aquel día cantaste una canción que aún tengo grabada en las profundidades de mi conciencia. Cada vez que vuelvo a este momento es lo que recuerdo con más lucidez, quizá por las palabras de Tony Lewis saliendo de tu boca mientras yo te acompañaba en la guitarra: «sabes que haría cualquier cosa por ti, quédate, pero mantenlo en secreto. Solo quiero usar tu amor esta noche».

Debí haber tomado esa melodía como lo que era: una premonición. ¿Fue esa tu manera de advertírmelo, Jackson? Te pronostiqué despejado y a veinticinco grados, The Outfield, en cambio, te anunció como tifón.

 ¿Fue esa tu manera de advertírmelo, Jackson? Te pronostiqué despejado y a veinticinco grados, The Outfield, en cambio, te anunció como tifón

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