33

2.9K 503 336
                                    

Contrario a lo que yo me hubiese imaginado, luego de tener nuestra conversación me resultó mucho más sencillo reintegrarme a la vida. Supuse que habiendo puesto las cartas sobre la mesa me saqué asimismo un enorme peso de los hombros; me aliviaba no tener que rehuir a compartir el mismo espacio vital que él, por lo cual me di la oportunidad de volver a comer en compañía de la banda, incluso a quedarme en el mismo camerino que todos los demás antes de dar un show.

Nuestras conversaciones no eran muy extensas y, por supuesto, jamás las mantuvimos estando a solas, en principio porque yo deseaba darle su espacio para no hacerle pensar que estaba tratando de presionarlo. Yo entendí que cuando hubiese tomado una decisión, me la haría saber. Por supuesto a pesar de que aparentaba una tranquilidad admirable, la espera me tenía ansioso todo el tiempo; constantemente estaba mirando el reloj, observándolo de reojo cuando nos hallábamos en la misma habitación y pasaba mi tiempo libre pensando en todos los factores que pudiese estar considerando.

Claro que me golpeaba la moral que fuese tan difícil para él decidir si estar conmigo o no, porque de haber estado yo en su lugar, lo hubiese escogido mil y una veces en un solo segundo. A pesar de todo, intenté no comerme demasiado la cabeza, imaginando que pensar en Wendy tampoco le resultaría sencillo.

Volver a ser parte de Waterhunt debajo del escenario significó, como no podía ser de otro modo, dejar atrás la mala costumbre de dormir todo el día, por lo que tuve que volver a la cafeína para mantenerme despierto y alerta. Era, en general, un círculo bastante agotador y vicioso. Necesitaba estar vivo, por lo que tomaba café a lo bestia, pero cuando sus efectos se revolvían con mis rollos mentales hasta tenerme tan ansioso que saltaba al primer sonido extraño, debía recurrir a la marihuana. Un porro por lo general bastaba para relajarme, pero como comenzase a pasar el efecto de su humo, me sentía muy pesado y somnoliento, por lo que inevitablemente volvía a las bebidas energéticas.

No puedo decir que hubiese un solo momento en que estuviese por completo sobrio, libre de cualquier sustancia, lo que me comenzó a sacar factura.

Las semanas se me fueron volando, tan rápido que, antes de darme cuenta, estábamos de vuelta en América para dar los últimos espectáculos de la gira y a tiempo para poder celebrar mi cumpleaños ―que cada día estaba más a vuelta de la esquina― en un sitio que pudiese sentir familiar.

Cuando el día llegó, no me sentía particularmente motivado para salir y festejar. Luego de hablar durante un par de horas con mis padres por teléfono, mucha energía no me quedaba. Incluso me hizo sentir mal verme en la necesidad de mentirles respecto a mi estado de ánimo: «estoy mejor que nunca», les dije, aunque no era verdad, pero no quería preocuparlos. Además, ¿cómo hubiese explicado mi espíritu decaído sin hablarles también de Jackson? No lo hubiesen entendido, así que preferí mantener con ellos la misma fachada que le daba al público durante las noches de show.

Antes de las ocho ya estaba en un hotel de Connecticut, preparado para dormir, cuando ellos ―incluido Jackson― irrumpieron en mi habitación. «¡Nos vamos a celebrar!». Me negué al principio, pero luego de sus múltiples amenazas de sacarme hasta el lobby en bóxer como no me vistiese, acepté de mala gana.

Me llevaron a un bar donde flotaba el tabaco y la decadencia, aunque en su defensa he de decir que la música era excelente y las luces de colores me hicieron sentir reconfortado. Se encargaron de sacudirme el mal genio a base de chupitos, dándome un trago tas otro hasta que se me aflojó la sonrisa y estuve dispuesto a olvidarme de todos mis problemas, aunque fuese por una noche. Decidí soltarme y divertirme de verdad por primera vez en meses.

Me dediqué a bailar y cantar hasta que la garganta me dolió, tomando una cerveza tras otra como si se tratase de agua fresca, sabiendo bien que a la mañana siguiente aquel descontrol me traería sus consecuencias, pero sin que me importase demasiado. Después de todo, no podía seguir saliendo de fiesta siempre con miedo a la eventual resaca; si mis compañeros de banda no lo hacían, ¿por qué yo sí? Lo que no tuve en cuenta fue que, si el ambiente se nos iba de las manos, un dolor de cabeza y el estómago revuelto podrían convertirse en el menor de mis problemas.

Al final te quedas | DISPONIBLE GRATISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora