Tuve mucho tiempo para pensar y me convencí de que aquella conversación habría sido el punto final de nuestra relación, tan efímera y dolorosa que no supe si llamarla historia de amor, y en su lugar me limité a pensarla como un momento en común.
Yo estaba enamorado de él, lo amaba con un ardor que inclusive los mismísimos Romeo y Julieta hubiesen envidiado, pero no éramos ellos, y lo único que yo compartía con el protagonista de Shakespeare era que ambos éramos peligrosamente estúpidos; y él, con Julieta, que podría llevarme a la muerte por un amor sinsentido. De hecho, una parte de mí la había matado ya.
No me jactaré de mi gestión emocional diciendo que no sufrí, pues lidiar con la resignación no fue sencillo. En realidad, pensar en él era tan asolador que me orillaba a quedarme en cama tanto tiempo como era posible sin que mis padres sospecharan que todo lo que podía hacer era llorar, llorar hasta que todo lo que nada tenía que ver con el cuerpo me dolía. Lo único que por alguna razón me reconfortaba era saber que, incluso si Jackson era incapaz de corresponder a mis sentimientos, yo había tenido la oportunidad de amarlo; mi madre solía decir que amar, incluso cuando dolía, siempre era maravilloso.
Ahora, pensé, incluso no era capaz de hallar de nuevo su amistad, me conformaría con ser su compañero de banda y nada más. Según mi parecer en ese entonces, podría sobrevivir solo de recuerdos de sus besos, sus sonrisas y su cuerpo; era cuestión de aprender a administrármelos con cuidado y en pequeñas cantidades, tanto para no agotarlos como para no aplicarme una dosis mortal por accidente.
Durante las siguientes semanas conocí lo que era el silencio ensordecedor, y la soledad me mostró que podía ser tan o más violento que los gritos desgarradores. Los chillidos significaban presencia, y la ausencia siempre dolía más. A pesar de ello, quise verlo como algo bueno, pues me ayudó ―o así lo quise ver― a desintoxicar el efecto Jackson de mi sistema a mi propio ritmo, sin sus intervenciones. Aunque claro, siempre te empeñabas en recordarme que estabas ahí, vivo y tortuoso, incluso sin quererlo. Cada vez que el teléfono sonaba mi corazón revivía esperando que fueses tú. Puedes pensar de mí lo que quieras, que soy débil o patético; lo acepto, yo lo hago varias veces mientras me tomo el café de la mañana desde que comencé con la tortura.
Las vacaciones llegaron a su fin con Raphael convocándonos para volver a salir de viaje y terminar la segunda parte del tour, que tendría lugar en diversas ciudades del este, desde Nueva York hasta Virginia. No me asombró que nuestro primer encuentro después de tantos días fuese incómodo y tenso a partes iguales. Todo el tiempo era capaz de notar tu mirada sobre mí, hecho que me dejaba con los nervios de punta, y como si no pudiese ser mejor, nos consiguieron los asientos juntos; después de todo siempre íbamos de un lado a otro como siameses. De haberme negado ellos hubiesen sospechado, razón por la cual me tragué los sentimientos y me acomodé, en silencio, junto a una ventana. No fue una buena idea, a la derecha tenía tus ojos y a la izquierda una vista que me los recordaba.
Llevábamos un par de horas de vuelo cuando le vi revolver dentro de su maleta de mano, sacar una libreta y garabatear sobre una de las hojas para después extendérmela.
«Necesitamos hablar», decía, con tu mala caligrafía que bien aprendí a descifrar.
Escribir siempre fue más sencillo para mí que hablar, por lo que, aunque dudé, terminé por tomar el bolígrafo que me ofrecía para así poder responderle: «No lo creo».
Así comenzó un juego de escribirnos mensajes a través de aquel cuaderno desgastado. Me recordó a cuando estaba en mis primeros años de secundaria, a un día en que, hablando de aquel mismo modo con Adam, una de nuestras profesoras nos decomisó el trozo de papel y lo leyó en alto frente a toda la clase. Me sentí muy avergonzado, porque en una de mis líneas dije que Liza, una de nuestras compañeras, me parecía muy linda; y sí, así era, pero no me gustaba, como ella creyó. De cualquier forma, esa tarde conseguí mi primera novia sin saber bien por qué. Debí darme cuenta de que desde muy pequeño siempre seguí los mismos patrones: dejarme arrastrar por las circunstancias, pocas veces pasando a la acción para ir hacia donde yo quería en realidad.
«Raphael dijo que al volver tendremos que buscar un sitio donde vivir en LA. Estuve pensando en que tal vez podríamos encontrar un departamento para los dos».
Un malestar extraño tomó posesión de mi cuerpo, lo nombré desamor, porque me habría hecho sentir feliz antes de que todo se hundiese en la mierda. Tomé valor, busqué su mirada y negué con la cabeza, tratando de parecer decidido. Me observó de aquella manera que parecía escudriñar dentro de mis ojos hasta llegar a mi cerebro para tratar de entenderme. Tomó el papel para preguntar por qué, y casi me reí por lo absurdo de su pregunta. ¿Cómo fuiste capaz de cuestionarme algo así, siendo tan listo? Te gustaba hacerte el tonto para acorralarme.
«Ya lo sabes».
«Pensé que ya estarías más tranquilo. ¿Qué quieres, una disculpa?».
«No has entendido nada, lo que quiero no es una puta disculpa».
―Entonces explícame qué es ―lo dijo en apenas un susurro, acercándose a mí. Me hizo sentir tan nervioso que lo empujé de vuelta a su sitio para que me dejase meditarlo un instante.
«Lo que yo quiero, pensé, es que me ames como yo a ti. Que me des la misma importancia que yo te doy; ninguna otra cosa la quiero, no me sirve». No obstante, mi orgullo estaba lo suficiente mallugado como para arrastrarme de ese modo por un poco de su afecto; no estaba dispuesto a sentirme más patético de lo que ya me sabía. Antes de que pudiese escribir cualquier cosa, él lo hizo.
«Ale, estamos juntos, tenemos que aprender a superar algunas cosas».
¿Cómo iba yo a superar que no me amabas y solo estabas experimentando conmigo? Me molestó eso, pero todavía más que hubieses pasado por alto lo que yo te dije en nuestra última conversación. Esa misma molestia fue lo que me dio las agallas suficientes para responderte. Escribí, porque si no iba a gritar.
«No, no estamos juntos; te dije que ya no quería seguir con lo nuestro».
«No podemos volver a eso después de todo, no quiero que seas solo mi amigo».
«Y yo no quiero solo ser tu amante, no estamos en la misma sintonía».
Se aproximó de nuevo, más cauteloso, y me dijo que yo no era solo su amante, ni una persona con la que se acostaba y ya, ni «ninguna de las mierdas que estés pensando». Le pedí que lo probara, que dejase a Paige si en serio quería estar conmigo. Dudaste lo suficiente como para que conociese tu respuesta antes de que fuese pronunciada.
―No puedo dejarla.
Recuerdo reír para no romper en sollozos como un idiota, reír siempre era mi salida fácil antes de romperme. Tomé el cuaderno no por discreción, sino porque el nudo en mi garganta me imposibilitaba hablar.
«Entonces yo solo soy tu amante».
En un arrebato de furia e impotencia, mientras él escribía, le arrebaté la libreta y arranqué la página,la hice una bola y la guardé dentro de mi abrigo, junto con el bolígrafo, para que no pudieses escribir nada más. Tal vez lo recuerdas, quizá no, tu mueca me hizo pensar que se te quedaría grabado para siempre igual que a mí. Pensarás que es un absurdo lo que estoy por confesar, pero todavía la conservo. No he tenido, en tantos años, el valor suficiente como para botarla a la basura pues es, junto con una de tus chaquetas, un ticket y la corchea bajo mi oreja izquierda, lo único que me queda de ti. Eso y esta tortura.
¡Hola! Nuevo día, nuevo capítulo. <3
Que comiencen las apuestas, ¿cuánto le va a durar la voluntad a Ale bebé? O mejor, ¿qué podría hacer Jack para que lo perdone? Espero que el capítulo les guste. <3
Nos leemos el domingo. UwU
Xx, Anna.
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Al final te quedas | DISPONIBLE GRATIS
RomanceDurante los noventa, Alessio formó parte de la banda de rock más grande del mundo. Una década después, debe desenmarañar lo que lo llevó a abandonarla: una relación secreta con el vocalista. - Cuando Alessio abandonó Waterhunt, el mundo entero quedó...