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La noche en que lo inevitable sucedió, todo en relación con el nuevo disco estaba resuelto casi por completo. Estuvimos en el estudio por mera costumbre, dando los últimos retoques a las canciones, aunque ya no era necesario que grabásemos nada más.

En pocos días sería el cumpleaños de Jackson, el número treinta, una fecha por demás importante, razón por la cual también nos quedamos un poco más planeando la enorme fiesta que celebraríamos en su honor. Para cuando terminamos pasaban de las diez, todos teníamos sueño y estábamos cansados; deseábamos dormir, para ser más claro, después de todo llevábamos meses de una horrible rutina de sueño.

―Yo me voy a quedar un rato más, pero ustedes pueden irse ya, si quieren. Solo déjenme las llaves para poder cerrar.

Bryan y Sam no tardaron en hacerle caso. Yo, en mi cansancio, deseaba hacer lo mismo, pero me contuve, y cuando él me aseguró que no se molestaría conmigo si me marchaba, de todos modos decidí quedarme. Tenía motivos para hacerlo, le conté que había preparado una sorpresa. Aquel día más temprano, salí con la excusa de comprar unas cuerdas para la guitarra, aunque eso estaba lejos de ser verdad; en realidad había comprado su regalo de cumpleaños.

Los muchachos comenzaron a sospechar que algo extraño nos traíamos entre manos luego del concierto; Bryan me encontró el boleto y tuvimos que contarle que habíamos ido. Le preguntó a Jackson por qué me invitó a un recital, él respondió que fue solo un regalo de amigos porque sabía que me gustaba la banda y el dinero no era un problema; entonces vinieron las dudas respecto a por qué no invitarlo a él también, ya que igual le gustaba el grupo.

―A mí nunca me has regalado nada, ni siquiera en mi cumpleaños, y se supone que soy tu mejor amigo. ―Ni siquiera recuerdo haberlo visto molesto, solo extrañado.

―No es lo mismo, Bryan.

―Pues me parece raro.

Con todas las cosas que ellos ya veían extrañas, pese a nuestros constantes intentos de hacerles sentir como unos idiotas por pensar algo tan «ilógico», no planeaba arriesgarme a darle un obsequio frente a un gran grupo de personas, considerando que entre nosotros cuatro no teníamos la costumbre de darnos ese tipo de detalles.

Me observó interesado mientras buscaba la caja dentro de mi mochila, estoy seguro de que no se esperaba lo que le di.

Durante una de las primeras noches que pasó en mi casa, descubrió el NES empolvado que mis padres me compraron a los quince. Me dijo, mientras jugueteaba con uno de los controles entre sus manos, que antes de ir a Las Vegas se compró uno, pero cuando se mudó solo pudo llevarse lo básico: ropa y algo de dinero, su consola no estuvo en la lista. «Ahorré durante mucho tiempo, me dio rabia no poder llevármelo». Nunca dejé de pensar en ello, así que me pareció lo ideal.

Le compré la consola de Nintendo junto con dos cartuchos: Gradius, su favorito, y The Legend of Zelda, mi favorito. No pretendía que fuese a obsesionarse con los videojuegos, mi intención iba por un sitio distinto.

La nostalgia siempre ha formado gran parte de mi vida, todo el tiempo rememoro los momentos importantes, escarbo en mis recuerdos y escribo mis memorias. En aquellos tiempos ya lo hacía, pero de otro modo; amaba observar fotografías mías de cuando era un bebé, o de mis padres cuando tenían mi edad. Llevaba siempre conmigo uno de los casetes de mis padres, el de Lucio Battisti, para no olvidarme jamás de que fue «La canzone del sole» la primera canción que me hizo nacer las ganas de tomar una guitarra y aprender a rasgar sus cuerdas.

Te regalé nostalgia porque quería que tuvieses algo que, aunque tuyo, tuviese algo de mí, y porque sabía que, incluso si no te dabas cuenta, eras igual que yo. Me lo decía la fecha de un recuerdo tatuada en tu hombro, o que preferías tu viejo walkman de casetes que cambiarte al Discman y con ello a los CD's. Incluso que constantemente criticabas a la nueva escena del rock, siendo que nosotros mismos formábamos parte de ella.

Al final te quedas | DISPONIBLE GRATISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora