CHAPTER 1: El comienzo

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1990.

Creo que ya llegado el tiempo de contarles la historia de mi vida; cómo sobreviví a la muerte, me repuse del golpe y aquí estoy sentada frente a una vieja máquina de escribir, recordando cómo comenzó todo. Difícil sería expresar cada detalle, cada palabra, cada miedo y alegría que invadieron mi corazón por años. Pero luego del miedo, del dolor, sé que una brecha de luz se abre en el camino y allí mismo sabes que las cosas pueden comenzar a mejorar. Te permites una nueva oportunidad; la esperanza parece querer alcanzarte y con las manos en alto, dices: Aquí estoy, haz de mí lo que quieras, que ya nada podrá lastimarme. Mi nombre es Camila Cabello, soy cubana y hoy en día tengo 62 años.

Desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial todo ha sido una osadía. Desde pequeña mi familia se había trasladado a Francia porque mi padre había conseguido trabajo con administrador público. No tengo mucha memoria del país donde nací aunque mi madre no para de repetirme lo hermoso que es y me prometió que algún día iríamos a visitarlo pero los planes siempre se pospusieron; el futuro de mi padre como Intendente de la Municipalidad de Inmigrantes, nos puso piedras en el camino, nos hizo soñar con grandes lujos; un coche nuevo, una casa propia, una nueva vida.

Todo se derrumbó el uno de septiembre de 1939 cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. En aquella época tenía once años y mi hermana Sofi seis, y poco entendíamos de lo que significaba, a pesar de que yo tenía una idea más formada por haber escuchado conversaciones privadas de mi padre con sus superiores. Horribles cosas especulaban al respecto e imágenes caóticas acudían a mi mente aún sin quererlo: Muertes masivas y automáticas, despidos de los trabajos municipales, alemanes invadiendo países enteros, hambruna… Pero por entonces creí que no debía preocuparme porque no pertenecíamos a la comunidad judía y sólo escuchaba comentarios del estilo: “Los judíos de…”; “Los perseguirán por todo el mundo”; “Sólo quieren matarlos a ellos, Alejandro, verás que todo irá bien”.

Papá se enojaba muchísimo con su íntimo amigo y jefe, Pierre porque pensaba que la ejecución y persecución del mandato de Hitler era una locura, no importa a qué religión o raza pertenecieses.

Había transcurrido un año; la tensión continuaba creciendo entre los habitantes parisinos, y los rumores de un posible ataque de parte de Italia llegaban de todas partes. Sucede que la Italia fascista de Mussolini nos tenía en la mira.

Una noche que no podía dormirme, me desvelé escuchando unas voces en el despacho de mi padre y bajé a escondidas en aquellas escaleras que crujían terriblemente de noche, haciendo que todo tu cuerpo temblara, y espié por el cerrojo de la cerradura. Pierre y mi padre discutían fervientemente mientras bebían whisky.

- No podemos dejar las cosas así… ¡Sabes que esto ya no se trata sobre los judíos! Mussolini vendrá pronto por nosotros –Aquella era la voz de mi padre.

- Pues tranquilo, Alejandro. Como te he dicho, no pueden hacernos daño.

- Ya no han sacado a patadas por el Canal de la Mancha, ¿Qué esperas?

- Paciencia. Es todo lo que pido.

- Necesitamos largarnos ahora… mi familia… temo por ellos –Noté un miedo atroz en su voz como nunca antes y me cubrí la boca para no emitir sonido alguno y que no me descubrieran.

- En una semana nos iremos –Se levantó y cogió el sombrero saludándolo políticamente-. Prepara todo –Alejandro se levantó tambaleándose.

- ¡Pierre, espera! ¿Cómo lograremos irnos con los italianos bordeando las fronteras? Y ¿A dónde? ¡Por el amor de Dios!

- Dios… -Rió sarcásticamente, escupiendo en el suelo-. Si Dios estuviera viendo esto… no creo que lo permitiera. Sus propios hijos matándose unos a otros. Dios no existe, Alejandro. La suerte está echada y esta vez, será de nuestro lado. El jueves a medianoche en mi casa. Los esperaré.

Una sombra se apoderó de mi visión y no tuve tiempo de retroceder cuando Pierre abrió la puerta y caí de espaldas. Me miró con cierto desprecio al principio pero luego su mirada y la tonalidad de la voz, se suavizaron.

- Pequeñita, ¿No crees que es demasiado tarde para estar despierta? –Me acarició la cabeza mientras lo miraba asustada y luego se alejó. Mi padre me levantó en brazos y escuchamos en silencio, las pisadas de Pierre hasta que cerró la puerta de entrada.

No nos atrevimos a decir palabra alguna por un buen rato hasta que él suspiró y bajándome me miró fijo.

- Camilita, supongo que lo has oído todo –Me miró con piedad.

- Lo siento, padre. Algo… no todo –Escondí mi vista encogiendo los hombros.

- Ya eres grande y tienes derecho a saber. En una semana nos iremos de París. Es por la seguridad de todos nosotros mija.

- No lo entiendo –Negué con la cabeza repetidas veces-. Pensé que ellos sólo buscaban a los malos. ¿Qué hicimos nosotros?

- ¿Los malos? –Alejandro frunció el entrecejo, mirándome duramente, como sesionándome por lo poco que había dicho-. Y ¿Quiénes vendrían a ser los malos en esta historia según tú? –Lo miré aterrorizada por la pregunta; tartamudeando.

- Los ju…ju…díos –Noté la rabia que azotó su corazón cuando lo dije; levantó su mano para pegarme mientras yo me encogía hecha un ovillo pero se detuvo.

- Te equivocas, los judíos no son los malos aquí. Eres grande y sé cuán madura eres pero aún te falta aprender mucho sobre el comportamiento humano y la historia.

- Creo que no me gusta esta historia –Dije entre sollozos, cubriéndome los ojos porque me daba vergüenza llorar frente a él. Se arrodilló ante mí y me abrazó fuertemente, suspirando y temblando al mismo tiempo.

- A mí tampoco, mija, a mí tampoco.

Fue todo lo que dijo aquella noche. Fue todo lo que pude averiguar sobre mi futuro.

Ahora sabía dos cosas: Nuevamente sería una exiliada de mi país y la segunda era que aunque pretendiese saberlo todo, leyendo los libros complicados de mi padre, aquella noche entendí que en verdad no sabía nada.

Un amor en tiempos de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora