Lauren y los otros
Puente. Infinita línea del pensamiento a la sensación.
Nilda Marchesi.
No recuerdo cuánto caminamos con Sophia hasta llegar a una granja cuya fachada era exacta a la de ella; golpeó la puerta un par de veces y un hombre mayor asomó la cabeza; al comprobar que se trataba de Sophia, la recibió con un abrazo y una gran sonrisa.
Me presentó como su amiga y tímidamente le devolví el saludo.
Nos hizo entrar mientras esperábamos al famoso Thomas. No sé por qué motivo me encontraba nerviosa; jugaba con mi cabello, pasándolo de un lado hacia el otro y no podía dejar mi pierna quieta. Ella lo notó y cogió mi mano sonriendo.
Luego de lo que pareció una eternidad, un muchacho que mediría 1,90 bajaba las escaleras moviendo ambos brazos y con una amplia sonrisa en su rostro. Sophia se levantó de un golpe y corrió a abrazarlo; éste la hizo volar en el aire un par de vueltas. Sus ojos avellana se posaron en mí, expectantes y altivos, debo admitir que en aquel momento me sentí bastante cohibida.
Nos guió hasta el cobertizo donde una joven y dos chicos estaban leyendo unas historietas. Se voltearon al ver a Sophia y la recibieron de un modo tan familiar y agradable, como si hacía años que no se veían.
Noté que todos estaban intrigados por mí, “Lauren, la muchacha nueva”, ¡Ahg! Con lo que odiaba llamar la atención y al instante comenzaron a bromear junto a mí para hacerme sentir más cómoda.
Sin embargo, la mirada misteriosa de Thomas continuaba clavándose sobre la mía cuando menos lo esperaba, y no podía más que apartarla lo más pronto posible.
Uno de los chicos, Dylan, había robado de la vinoteca de su padre una botella envuelta en papel de diario. Tomó un sorbo y aulló, excitado, luego se la pasó a Christie, la otra chica. Ésta la olió y puso una mueca de asco.
- ¡Vamos, no es veneno! –Se echó a reír, secundado por los muchachos. La chica se ofendió ante el comentario y valientemente se llevó la botella a la boca, intentando no vomitar lo que acababa de ingerir.
- ¡Dylan! ¿Qué diablos es esto? –Le reprochó tirándole un almohadón.
- Aguardiente –Sonrió ampliamente, observando cómo Sophia parecía provocarlo con la mirada cuando se apoderó de la botella-. Se volverás todos locos en cuestión de minutos –Volvió a reír, sin apartar su atención de mi amiga.
Luego de pasar la ronda completa dos veces, llegó mi turno. Los miré tímidamente sosteniendo la botella con mis dos manos. Noté que Dylan tenía razón porque reían sin motivo aparente, o al menos eso me pareció. Sophia me susurró algo al oído que no logré entenderle y nos miramos profundamente por unos segundos,
Las siguientes imágenes son algo confusas: recuerdo haber bebido algunos tragos y efectivamente el alcohol subió muy rápido a mi cabeza. Thomas puso un disco y comenzamos a bailar. Dijo que el disco se lo había traído su padre directo de los Estados Unidos, era una novedad aquí. Un rock que sonaba muy fuerte, rebotando en las paredes del cobertizo. Formamos parejas al azar, y bailamos desenfrenadamente, como si estuviéramos en un universo paralelo y ninguna guerra estuviera transcurriendo.
Bailamos, maldecimos y jugamos como adolescentes inconscientes, sin el remordimiento de que pasarla bien estaba prohibido porque tantos en nuestra situación no tenían el lujo de hacer lo que hacíamos; sin pensar que nuestros compatriotas y aliados se mataban entre sí.
Pero admito que era jodidamente genial no tener que pensar en todas esas cosas; poder distraerse, olvidarse de la maldita situación.
No sé cuánto tiempo transcurrió cuando nos echamos en los sillones, extasiados, riendo del cansancio y el sin-sentido de la situación.
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