Cap. XXVII: Un país verde.

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En el vuelo a Dublín, iba hablando con Irea y Elisa, sentadas a mi lado. No pretendía hablar de Aaron, porque le echaba muchísimo de menos, ya desde el primer momento, pero Elisa solamente hablaba de él.

—Ostras, pues Daniel tiene un novio en mi curso que está tremendo. —comentó Elisa haciendo alusión al atractivo de mi novio.

—Espera, espera, espera... ¿Tú eres gay, Dani? —preguntó Irea sorprendida.

—Pues sí, y me encanta mi novio.

—Joder, es que tú le ves y te dan ganas de desnudarle ¿A que sí? —rio Elisa de broma.

—Tendríais que verle sin ropa. Eso es algo digno de ver. —dije pensando en Aaron desnudo.

—Sí que debe estar bueno ese tío, ¿no? ¡Enseñadme una foto de él!

Le enseñé una foto de Aaron y de mí juntos, una foto preciosa, tomada en mayo, el día de su cumpleaños.

— ¡JODER!, yo me lo tiraba.

—Cuidado con lo que dices, eh Irea, que a Aaron le gusto yo.

— ¿Y no tienes una foto suya sin camiseta, o algo? —preguntó Elisa, deseosa de ver su torso desnudo, luciendo esos abdominales, esos pectorales, esos brazos que enamoraban a todas.

—Tengo una pero... —dije algo inseguro.

—Ni peros ni nada, nos la enseñas, que quiero saber si está bueno de verdad.

Les enseñé la foto. Se veía a Aaron sin camiseta, con unos vaqueros, riéndose. Le echaba de menos.

— ¡Está cachondísimo!—gritó Irea.

— Shhhh, que te oye tu madre. —rio Elisa.

Llegamos a Dublín. El viaje se me había hecho muy corto hablando con las chicas de todas y cada una de las cualidades de Aaron. Lo cierto es que, aunque le quería mucho, temía que me engañase con otro. O con otra.

Descargué la pesada maleta y me monté en el autobús. Llegué algo tarde y, por desgracia, solamente quedaba un sitio. Un sitio al lado de una persona. Y esa persona no era, ni más ni menos que Tito.

— ¡Hola! —reí avergonzado, tras todo lo sucedido con Tito.

—Daniel, qué sorpresa, tú, sentándote conmigo, después de romper mi corazón en mil pedazos.

— ¿Cómo?

A la conversación se empezaron a unir personas, a las que yo conocía poco, o nada, pero sobre todo escucharon Marina, Celeste, Ainhoa, Irea, Elisa y Diana.

—Sabes perfectamente de lo que hablo. Yo dejé a Alex por ti. Yo te quiero. Pero tú no lo quieres entender—dijo Tito.

—No quiero seguir esta conversación
—dije levantándome, mientras Irea, deseosa de hablar con Tito, me cambiaba el sitio.

—Dani, no te sientas mal—dijo Elisa consolándome.

—Temo caer en él—dije preocupado.

—No te preocupes, Daniel, estaremos ahí —dijo Diana desde el asiento más próximo a mí.

La llegada al pueblo fue horrible. Todos estábamos cansados, y con el problema de Tito, yo aún más.

Según nos nombraban, iban apareciendo nuestras familias de acogida, nuestras "host families".

—Daniel Villanueva Hernani—dijo Fátima, una de las coordinadoras del grupo.

—Esta es tu familia, saluda a Tina Morris —dijo muy amablemente, presentándome a la señora.

Tenía aspecto muy irlandés, no por el pelo, ni los ojos, sino por su cara. Tenía un pelo negro, algo enredado, recogido en una coleta. La mujer llevaba un chándal rosa y unas deportivas, conjunto muy común en ella, como descubrí más tarde. Tendría unos 50, y sabía que tenía siete hijos, de los cuales solamente uno era de mi edad.

Hola, Daniel—dijo Tina en su idioma tratando de pronunciar mi nombre.

—Hola—dije tímidamente.

Me metió en su coche, nada más entrar me dijo que no tocase nada. Desde ese instante supe que nos íbamos a llevar bien, por la forma en que me lo dijo.

Era muy de noche, casi las 12, allí es una hora antes que en España.

Su casa era grande, aunque parecía vieja y poco cuidada. Entramos juntos, y me recibieron el padre, el hijo de mi edad y otro hijo de 16 años. Los tres tenían un aspecto desgastado, como si comieran muy poco, y entonces comprendí por qué la mujer no trabajaba. Esa familia pasaba hambre. Mucha hambre.

—Hola—dije en inglés tratando de ser amable.

El señor y sus hijos se presentaron. Se llamaban Fergus (el padre); Alex (el chico de mi edad), y Tony (el hijo de 17 años).

Me acompañaron a "mi" habitación. Lo digo así, porque no era en absoluto mi habitación. Compartiría habitación con cuatro hijos de la familia, en una habitación algo pequeña para tanta gente. No estaba acostumbrado a dormir con gente. No estaba acostumbrado a vivir en familia; y mucho menos a vivir con alguien, quien quiera que fuese.

A la mañana siguiente, la habitación apestaba a humanidad. Cinco chicos durmiendo en una habitación no era algo normal, por otro lado, en la habitación de al lado, dormían dos niñas, y el hijo más mayor de todos, no vivía ya en la casa.

Me levanté apresurado y me presenté a mis hermanos. Intenté ir a ducharme, pero el baño estaba ocupado siempre. Hablé con la señora, que me decía que ella y su familia tenían preferencia para ducharme, lo malo era que a ellos les estaba permitido darse una ducha de más de 10 minutos, y a mí como máximo, una de 3. Eso me enfadaba mucho.

Bajé a "desayunar". La familia tenía cinco tostadas para todos, y ahora que estaba yo, tocaban a menos, y eso a los hijos les enfadaba. Cuando devoré hambriento mi tostada, y me bebí un triste vaso de leche irlandesa (que por cierto estaba buenísima), subí a mi habitación algo enfurruñado. Preparé mi mochila, cogí algo de dinero. Se suponía que la familia debía darme el almuerzo, pero la señora trató de decirme que eso era mentira, que no me tenían que dar de comer. Y eso me cabreaba aún más.

Salí enfadadísimo de la casa, tenía que ir al punto de encuentro, la estación de tren del pueblo. No tenía ni idea de ir, la señora de la casa me dio unas indicaciones incorrectas sobre cómo llegar a la estación. Por suerte me encontré con Irea y su madre Belén, que sí sabían cómo ir a la estación.

— ¿Qué tal Daniel?—dijo Irea bromeando, pronunciando mi nombre en inglés.

—Ni me hables de cómo estoy.

— ¿Por?

—Verás, para empezar tengo que compartir habitación con cuatro tíos.

— Pero será una habitación enorme... —interrumpió Irea.

—No precisamente. Además, no me dejan ducharme con agua caliente, tiene que ser agua fría, poco tiempo, a la señora no le ha salido el darme  el almuerzo, he desayunado un cuarto de tostada... —dije desanimado.

—Hostias.

—Pues ya hablaré yo con la señora. —dijo Belén, la cual pensaba que podía solucionar el problema.

Llegamos a la estación, donde estaba esperando un autobús que nos llevaría a los jardines de Powerscourt.

Me monté en el autobús, al lado de Marina, en los asientos de al lado estaban Celeste, y su mellizo Gus, que también había venido.

Con un beso y una rosa (Gay/Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora