Cap. IX: Vacaciones solitarias... o no tanto.

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Por fin habían llegado mis tan ansiadas vacaciones de Navidad; aunque, desgraciadamente, son las vacaciones más tristes que siempre he tenido... Adivina el porqué de esto... exacto... soy huérfano, bajo custodia (cuando ellos querían) de mis tíos, unos adinerados que vivían en la sierra de Madrid.

No obstante, también tenía tíos y primos en Pamplona. Normalmente iba a verles en Navidad. Con los años, fui dejando de ir a verles. Eran muy majos sí, pero a partir de cierto momento de mi vida, tuve mejores cosas que hacer.

En la época en la que transcurre esta historia, yo vivía prácticamente solo, a veces, mis tíos venían a cenar, o a visitarme, también pagaban la luz, el gas y el agua de la casa (el piso estaba en propiedad, sin hipoteca). También disponía de una especie de "asignación mensual", que constaba de 1000 € mensuales, con los que compraba ropa, comida etc. Esas necesidades básicas que tiene cada uno. A por cierto, mis tíos también pagaban el colegio y mis actividades extraescolares. Quizá no te parezca una cantidad importante, pero lo era.

Por lo tanto, tenía a mi alcance bastante más dinero del que necesitaba realmente, y lo ahorraba para ocasiones especiales.

El día 22 de diciembre (sábado), cogí un billete de autobús, y viajé a Pamplona. Me alojé en casa de mis primos, eran gemelos y tenían la misma edad que yo. Me encantaba esa casa, era confortable, en ella había una familia y no me sentía tan solo. Determinados días, en mi casa tenía una sensación de soledad absoluta, me sentía vacío, sin unos padres que me cuidaran y sin un amor de familia propio, ya que mis tíos no se quisieron quedar porque en la sierra estaban "muy cómodos".

A todo esto, mis primos; hijos de mis tíos Gonzalo y Raquel, por orden de edad se llamaban Irene, Pablo y Alexia.

La vida en Pamplona era bastante más desacelerada que en Madrid: no era una ciudad muy grande, y no vivía mucha gente.

Todas las mañanas, me levantaba, acompañado por mis primos y nos íbamos un rato por ahí. También solíamos quedar con el resto de nuestros primos de allí.

De regalo de Navidad, ese año tuve un bonito reloj (cortesía de mis tíos Gonzalo y Raquel); dos libros, algo de ropa y dinero. No fue mi peor Navidad...

Me lo estaba pasando muy bien, pero... Echaba de menos a Aaron. Me sentía vacío, no le veía sentido a las vacaciones y después de Reyes (es decir el 6 de enero), volví a mi casa. Empezaría el colegio el lunes (día 8 de enero).

La vuelta al cole había sido bastante más confortable que otros años; ese año estaba enamorado, y me moría de ganas por empezar, ya que solo entonces podría verle.

El primer día, como de costumbre, quedé con Rebe y con Ainhoa para ir al colegio.

Llegamos mucho más pronto que lo habitual, quizá se debía a que por una vez, habían llegado a la hora adecuada. Aaron estaba en la puerta de la entrada... solo... Rebeca, Ainhoa y yo fuimos a hablar con él.

— ¿Tú no te cortas ni un pelo eh, Dani?—vaciló Ainhoa algo cortada.

—Ah, déjame, tan solo quiero preguntarle qué tal le han ido las vacaciones...—dije asqueado.

—Vamos, Dani, no merece la pena que hables con él, jamás de los jamases se...—dijo Rebeca, mientras Aaron se acercaba a nosotros... La interrumpió con un saludo.

— ¡Hola, Dani!—dijo decididamente—. ¿Qué tal las vacas?—preguntó, sin saber mi orfandad.

—Pues...—respondí ruborizado—. La verdad es que bien pero... No es lo mismo. Mis padres murieron hace años—decía, hasta que me interrumpió.

— ¡Lo siento! No lo sabía...—dijo Aaron, poniendo la mano sobre su boca, muy apurado.

— ¿Y tú?—pregunté sin responder a su anterior pregunta.

— Pues... Estuve en Francia, en el sur—dijo algo apenado todavía—. Pero tu tranqui, ¿Eh? que mis vacaciones tampoco han sido lo mejor de lo mejor. Mi padre es más plasta...

— ¿En serio?—pregunté sorprendido.

—Sí, es... muy tradicional—respondió Aaron intentando buscar una palabra que no fuera demasiado obscena.

Abrieron la puerta que nos daba paso al colegio y entramos todos en manada. Ese día teníamos música a primera hora.

La profesora de música, Viola (curiosamente, como el instrumento musical), era muy buena profesora. Tocaba el violoncelo, cantaba de soprano en el coro, y además era una excelente música. Su padre, Felipe, era el director del coro y tocaba, entre otros instrumentos, el clarinete, y enseñaba música también en el colegio, pero en 2º y 3º de secundaria.

Ese día estábamos repasando los intervalos. Afortunadamente, tenía enchufe a esa profesora, Viola, principalmente porque me conocía del coro.


Con un beso y una rosa (Gay/Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora