xiii.

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-¿Ana? Dios mío, ¿qué te pasó?- Ingrid estaba esperándome afuera de la zapatería donde hace unas horas la había dejado.- ¿Estás borracha?- se acercó a mí rápidamente, y juzgando por la manera en la que me veía, estaba preocupada.

Se plantó frente a mí con el ceño fruncido, observándome por varios segundos, como si intentara descifrar la situación en la que me encontraba. Yo la intentaba mirar a los ojos, queriendo parecer normal... estable, pero vamos, a kilómetros se veía que yo acababa de llorar un mar de lágrimas.

-Ana, ¿estás bien? ¿estabas llorando? ¿qué ha pasado?- Ingrid volvió a preguntar, y yo no estaba segura si debía contarle lo que unos minutos antes había sucedido. Finalmente, decidí que era mejor responderle, no quería que se preocupara aún más.

-Raúl estuvo aquí.- fue lo único que pude decir. Mi voz, débil, apenas era audible. Me sorprendió que Ingrid me haya escuchado.

-¿Qué estás diciendo? ¿Raúl? ¿Te ha hablado? ¿Dónde está?- Ingrid no dejaba de hacer preguntas, y yo francamente estaba demasiado cansada para responderlas todas.

-Yo... no quiero hablar.- ella frunció el ceño.- Ahora no.- mi voz se quebraba, sabía que si seguía hablando, iba a romper en llanto.- Por favor Ingrid.- mis manos jugaban con mi vestido, nerviosa, tal vez asustada incluso. Mi amiga asintió lentamente, comprendiendo que no era ni el lugar, ni el momento, para hacerme un interrogatorio. Me tomó del brazo y me ayudó a caminar de vuelta al estacionamiento, así como Raúl lo había hecho tan sólo unos minutos antes. No estaba consciente de mis acciones, tenía demasiado alcohol en la sangre, y un gran dolor en el corazón. Todo lo que sentí la noche que Raúl me rompió el corazón, regresó a mí, y yo sólo quería desaparecer y no volver a pensar en él.

Me subí al auto de Ingrid, me coloqué el cinturón de seguridad débilmente, y recargué mi cabeza en el asiento, mirando fijamente a mi ventana mientras el auto comenzaba a avanzar, dejando la plaza atrás. Una que otra lágrima rodaba por mi mejilla cuando recordaba a Raúl. La manera en la que iba vestido, la manera en la que me sostuvo de camino al estacionamiento, la manera en la que se disculpó y la manera en la que me seguí sintiendo terrible aún después de escuchar su disculpa. Ingrid sabía que no me encontraba bien, pero también sabía que a veces el silencio ayuda más que forzar una conversación que pueda lastimar.

Me llevó al departamento que Ismael y ella compartían. No se lo dije, pero estaba agradecida de que no me hubiera llevado de vuelta a casa de mis papás. Necesitaba salir de ahí, arreglar mis pensamientos-- limpiar mi mente. Bajé del auto y me apuré a subir al departamento. En cuanto Ingrid abrió la puerta, yo caminé a la sala y me senté en el sofá, mirando hacia el vacío, sin decir nada. Ingrid se sentó a mi lado, y sentí como me observaba. No me juzgaba, no, pero sabía que seguía preocupada.

-Puedes quedarte aquí si deseas.- Ingrid rompió el silencio. Yo asentí levemente a sus palabras.- Hay una habitación para invitados y siempre estará ahí para ti. El tiempo que quieras, Ana. Estoy segura que a Ismael le gustará tenerte por aquí.- pude ver que Ingrid intentaba sonreír.

-Gracias.- murmuré.- Tal vez sólo está noche. Algún día tengo que regresar a mi departamento.- traté de regresarle la sonrisa, pero fallé en el intento.

-Sí, entiendo.- pausó por unos segundos y se levantó.- Iré a caminar. Te dejo sola para que pienses y si necesitas algo, me puedes marcar, ¿está bien?- yo asentí, y ella se acercó a darme un corto abrazo antes de girarse y caminar hacia la puerta.- Estarás bien, Ana.- dijo suavemente antes de salir y cerrar la puerta, dejándome totalmente sola.

Yo me quedé sentada unos minutos, sin saber qué hacer con mis manos. No sabía si debía llorar, o si ya había llorado suficiente. Realmente, ni siquiera sabía qué sentir. No me sentía tan confundida como antes, pero me seguía sintiendo vacía. La disculpa de Raúl no me había hecho sentir mejor, pero el hecho de que lo pude mirar a los ojos y decir todo lo que me había estado guardando, me hacía sentir como si me hubiera quitado un gran peso de encima. Me levanté del sofá y caminé hacia el cuarto de invitados. Una vez llegando, me tiré a la cama y cerré los ojos. Mis manos temblaban ligeramente, y me estaba tomando todo en mí no tomar el teléfono de la casa y llamarlo-- seguro Ismael tenía guardado el número de Raúl, y aunque no lo tuviera, yo me lo sabía de memoria.

Sabía que no debía contactarlo. Sabía que debía cerrar ese ciclo, y dejarlo atrás. Si lo intentaba contactar, sólo me lastimaría más, y eso era justamente lo que había estado evitando desde esa noche. Tomé leves respiros, e intenté pensar claramente. No debía llamarlo, no debía llamarlo, no debía llamarlo. Pensando, me quedé dormida. Pensando en que no valía la pena tanto sufrimiento, y que algún día me sentiría mejor porque tenía que hacerlo.

AsÍ me quedé dormida aquel día. Aquel día que había confrontado a la persona que más quería, aquel día que escuché la disculpa que tanto había anhelado, aquel día que me di cuenta que las disculpas no siempre curan un corazón roto. Aquel día, que al principio parecía una pesadilla, aprendí que tenía que dejarlo ir. Que no valía la pena sufrir por alguien como él. Que por más que quisiera, por más que mi cuerpo entero doliera por la necesidad de escucharlo, de besarlo, de amarlo, no debía.

No debía. No debía. No debía.

Aquel día supe que era hora de empezar a superar. Y que tal vez, algún día, sería capaz de saludarlo sin sentir absolutamente nada. Sin sentir el amor quemando cada espacio de mí. Sin ese vacío que me dejó aquella noche. Tal vez, y sólo tal vez, algún día sería capaz de sonreírle, y conversar con él como si fuera una persona más. Y ese pensamiento logró tranquilizarme. Algún día volvería a ser feliz.

Never dreamed of this. [AuronPlay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora