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Lunes por la mañana.
Estoy segura que nadie disfruta de los lunes, y peor si son de regreso a clases.
Aquel día desperté bastante temprano, puesto que quería tomarme mi tiempo para alistarme y no llegar tarde. Estaba un tanto obsesionada con la puntualidad, porque al fin y al cabo las primeras impresiones son las más importantes, además ¿Qué pensarían los maestros de mi, si llego tarde?
Tomé una ducha rápida y me vestí con el uniforme del instituto. Aquel uniforme era soso y desaliñado en su totalidad. Constaba de una falda gris por debajo de la rodilla, una camisa blanca y por encima un suéter abierto color negro y para completar con el outfit de anciana, no podía faltar un par de mocasines negros tipo escolar.
Con aquel uniforme me hacía dudar, si mis padres me habían matriculado en un instituto de educación secundaria o en un asilo para gente de la tercera edad.
Para mejorar el desastre de uniforme que tenía, decidí arreglar mi cabello muy bien para que este resaltara. Por eso lo peiné muy atentamente y con ello mi casquilla. Até un listón color rojo a mi melena y ¡ya estaba lista!
Mi padre se ofreció en darme un aventón hasta la escuela, pero desistí de su propuesta porque quería ir caminando y de paso disfrutar un poco del aire fresco de la mañana.
Caminé un par de calles cuando una silueta familiar pasó frente a mis ojos. Era la muchacha de la tienda, vestía el mismo uniforme que yo, lo que significaba que estábamos en la misma escuela. La idea de compartir clase con ella me asustaba un poco, no es que me molestara su presencia, no en lo absoluto, solo que tenía miedo que sea la típica adolescente popular que disfrutaba molestar a otros ¿qué tal si les contaba a los demás acerca de lo torpe que he sido?Sería mi perdición. Intenté obviar eso y seguí con mi camino.
Una vez que llegué al instituto quedé fascinada con lo grande que eran sus instalaciones. El lugar estaba bien cuidado, cada detalle era tomado en cuenta, cada jardín estaba lleno de flores que brindaban un ambiente hogareño y tranquilo. La institución contaba con tres grandes edificios que rodeaban el patio principal, cada uno tenía tres pisos y en cada piso habían al menos cuatro aulas. Entre tantos salones ¿Como saber cual era el mío?
No tenía idea para donde ir y poco a poco la tensión que sentía, se hacía notar en el sudor de mis manos.
La multitud de estudiantes que llegaba, se desplazaba con familiaridad por el lugar y yo por otra parte me limitaba a observar. La seguridad de los chicos me agobiaba un poco. Tenía miedo de estar allí parada en la puerta principal sin hacer nada, pero también recelo de preguntar por información. Sin duda alguna la timidez se apoderó nuevamente de mí haciéndome pasar un mal rato.
La incertidumbre me acorralaba, hasta que una mano tocó levemente mi hombro. Al sentir aquello, regresé a ver para saber de quién se trataba. Y era ella, la chica de la tienda.
— ¿Perdida? — preguntó con un tono que inspiraba amabilidad.
No pude articular ni una sola palabra por lo tanto solo asentí.
— ¿A qué curso vas? — Volvió a preguntar.
—Segundo — Contesté.
Vi cómo echaba un diligente vistazo a las aulas, hasta que encontró mi salón.
—Es en el edificio dos, segundo piso, ultima aula.
—Muy gentil, te lo agradezco—Respondí.
No dijo nada, solo alzó los hombros para que entendiera que no importaba.
Estaba a punto de marcharme cuando ella tomó mi muñeca y dijo:
—Soy Emma, mi nombre es Emma—dijo cortante.
Habló con frialdad pero pude notar como sus mejillas se coloreaban un poco, acaso ¿se sonrojó al hablarme? Pero bueno, esos fueron detalles irrelevantes así que no le di importancia. Intentando corresponder su gesto, también le dije mi nombre.
—Y yo Marie, mucho gusto—dije.
Levantó la quijada en señal de que entendió y repuso:
—Adiós e intenta no perder más—Dijo mientras se marchaba.
¿No perder más? ¿A qué se refería con eso? Es decir, la primera vez que la vi perdí mi dinero, la segunda mi dignidad... ¿Qué más podría perder?
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AL FINAL DEL ARCOIRIS
RomancePara: Mi tesoro ¿Sabes cuál es tu mayor tesoro? ¿Alguna vez te lo has preguntado? Yo jamás había pensado en eso antes. Hasta que llegué a Capella, la ciudad que me entregó mi propio tesoro. De este regalo del destino, aprendí mucho. Comencé a enten...