Azul

21 2 0
                                    

Quédate cerca de la felicidad.

El sermón que Peter me había echado el fin de semana, sirvió de mucho. Ablandó mi razón y me ayudó a tomar cierta decisión que podía resolver mi vacío personal. Era sencillo, me disculparía con Emma porque su perdón era lo único que buscaba con ansias. A pesar de mi entusiasmo por resolver las cosas, estaba consciente que no era fácil borrar un mal acto con un par de palabras bonitas.

Un lunes por la mañana en vez de ir a clases, hice un inocente desvío a casa de Emma. Tomé el camino más largo y divagué por las citadinas calles de Capella, con el fin de tardarme mucho y asegurar que Emma no estuviera en casa. Mi objetivo era hablar con Elisa.

Con las manos entumecidas del frio, las mejillas rojas de tanto caminar, el cabello despeinado por el furioso viento de la capital y la esperanza desbordando mi conciencia, presioné el rustico timbre de la villa.

Esperaba que Elisa sea quien me recibiera, pero no. Tuve la grata sorpresa de conocer a la antipática abuela. Blancas raíces amenazaban con invadir su oscura y reseca cabellera, las prominentes arrugas que se dibujaban en su rostro hacían que su apariencia sea aún más tosca, su robusta figura cubierta por un vestido largo casero y adornada por una chalina multicolor, me gritaron a la par ¡vete!

— ¿Quién eres?— no saludó.

—Buenos días, soy Marie, una amiga de Emma. — intenté sonar lo más confiada y tranquila, sin embargo estaba muriendo del frío y del miedo. Temía que se enfade y me cierre la puerta en la cara.

— ¿No deberías estar en clases?— era muy observadora la doña.

—Sí, pero tengo permiso del colegio para llegar más tarde. — ajá si claro—. Vine a darle un pequeño recado a Elisa.

—Ella se está arreglando para ir al trabajo, entra y espérala en la sala.

—Gracias— entré al lugar.

Con recelo tomé asiento en un mueble. Me quedé ahí estática sin decir o hacer algo. En un principio pensé que la señora me dejaría sola, lo cual hubiese sido lo mejor, pero al contrario, se sentó en un mueble cercano y permaneció allí.

— ¿Qué recado tienes para Elisa?— al parecer su objetivo era saber mi propósito pero yo no estaba dispuesta a compartirlo con ella.

—Nada importante. — lo dije en el tono más tranquilo posible, no quería que se enfade.

—Mientes, si no fuese importante estarías en tu salón de clases no aquí, chiquilla.

—Es acerca de Emma, señora.

— ¿Qué desastre hizo, esa mocosa?

—No hizo nada malo. — los comentarios de la anciana era realmente muy desubicados.

— ¡Si claro!— se mofó— seguramente son estupideces de muchachos, conociendo cómo es mi nieta, a lo mejor ya se metió en líos o ya viene con su sorpresita. — era obvia su insinuación.

—Me disculpa pero lo que está diciendo no tiene sentido alguno. — no levanté mi voz, pero si reafirmé mi postura—. Emma es una buena chica, cualquier cosa que haría la pensaría dos veces antes de hacerla. Ella es una buena chica— hice énfasis.

No dijo nada, pero rió de manera sarcástica y desagradable. Era increíble como una abuela podía pensar y hablar así de su nieta. La señora carecía de empatía.

Un silencio incomodo nos acompaño por un par de minutos más, hasta que Elisa se hiciera presente. Ella me llevó a la cocina y charlamos mucho. Hablar con Elisa era muy agradable, se mantuvo neutral respecto a la discusión, más bien su atención se centraba en cómo resolver el problema de ambas y al cabo de treinta minutos llegamos a una conclusión.

— ¿Estás siendo sincera?

—Sí—contesté.

— ¡Cuánto me alegra!

AL FINAL DEL ARCOIRISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora