Amarillo

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10

Es temprano aún

Aprovechando el fin de semana, me encontraba durmiendo hasta lo más tarde posible. Para aquel sábado, tenía en mente despertarme al medio día. Pero los planes se echaron por la borda, cuando mi móvil comenzó a sonar insistentemente.

La primera llamada opté por ignorar el molesto ring, pero después de la quinta acudí a regañadientes a tomar el móvil.

— ¿Qué pasa?— contesté molesta y aún dormida, sin fijarme de quien llamaba.

—Hola Marie—contestó una vocecilla llorosa.

— ¿Emma?— reconocí su voz al segundo.

—Si—contestó — Siento haberte despertado, pero quería saber si puedo pasar el día contigo. Por favor — . Su tono era muy suplicante y aquello hizo que toda la pereza que aún tenía, desaparezca inmediatamente.

—Por supuesto, pero ¿estás bien?

—Si lo estoy. —habló entre sollozos.

—De acuerdo, dime ¿Dónde te veo?

—En el parque, aquí estoy.

—Voy para allá.

Tomé del closet, unos sweetspants, una sudadera y un par de zapatos. Salí con mucha prisa de mi habitación y agarré del refrigerador dos frascos de comida de bebé que tanto le gustaba a Emma. Desde la primera tarde en mi casa, mi hermano se encargó de exponerle a Emma, mi gusto por la comida de niños pequeños. Ella por su parte, en vez de avergonzarme por eso, confesó que por ocasiones también comía papillas y que le agradaban mucho. Desde ese entonces comer papillas en horas de tutorías, se había vuelto un ritual.

Al llegar al parque, noté una chica cabizbaja sentada en esos duros bancos de cemento. Con rapidez me acerqué a ella, pero por muy cerca que estuviera, Emma hacia caso omiso a mi proximidad. Asumo que estaba tan inmersa en sus pensamientos que no notaba mi presencia. Toqué su hombro y ella ligeramente alzó la mirada, en ese instante nuestras miradas coincidieron. Sus pequeños ojitos alargados, estaban tristes y vidriosos. Mi corazón se encogió al sentirla tan penosa.

— ¿Todo en orden?—pregunté, y sé que fue la pregunta más absurda del mundo porque evidente nada estaba en orden, aquel día.

No dijo nada, solo se abalanzó hacia mis brazos, y apoyó su cabeza sobre mi hombro y se echó a llorar. Lloraba como si algo la estuviera lastimando y no pudiera hacer nada para evitar aquel dolor. Sus lágrimas mojaban mi sudadera, podía sentir su cuerpo vibrar entre mis brazos. Temía que si decía algo, pudiera incomodarla, por ello simplemente la abracé lo suficiente para que sepa que estaba allí para ella, que no estaba sola. Al cabo de unos minutos sus brazos dejaron de rodearme. Algunas lágrimas solitarias, se deslizaban en carrera sobre las tiernas y coloradas mejillas de Emma. Seguía triste y sus ojos cansados de llorar miraban directamente el suelo, como refugio.

Aferré su mano y la lleve de vuelta al banco. Una vez allí, sentadas una al lado de la otra, podía sentir cómo su sus sollozos se calmaban y su respiración se tornaba más ligera. Notándola serena, me atreví a preguntar.

— ¿Qué sucedió?—al no obtener respuesta, agregué —confía en mí, ahora estoy aquí para ti, solo para ti–. A estas últimas palabras le sumé un suave apretón en una de sus manos.

Emma contempló nuestras manos, y levemente alzó la mirada hasta conectarnos otra vez. Sus ojos me hicieron saber que confiaba en mí, que entendía que ahora estaba allí para ella, solo para ella.

Empezó a relatarme la desagradable discusión que hace poco había tenido. Al parecer su abuela estaba muy molesta con ella, porque Emma no quería acompañarla a la iglesia, eso ocasionó una gran riña entre ambas. La señora juzgó muy fuertemente a Emma, la llenó de improperios hasta hacerla sentir severamente mal. Aparentemente estas peleas eran muy frecuentes, la mujer era muy religiosa y se dedicaba a señalar a su nieta en todo.

Estaba muy sensible en esa situación. Escuchar como Emma intentaba defenderse de las acusaciones de su abuela y como aludía a su trabajo con el fin de ayudar a su familia y a pesar de todo eso, aquella mujer se atrevía a menospreciar a Emma.

—Trabajo para mi madre y abuela, intento que no me vean como una carga y aun así osa decir que cada vez que salgo es para "perderme en el mundo".

Yo no hablaba, nada de lo que hubiera dicho podría haber servido de ayuda, por eso era mejor dejarla alivianarse.

—Desde que mi papi falleció, creí que mi vida se arruinaría. Él no era solo mi padre, era mi mejor amigo, lo era todo para mí, aunque nunca lo supo. —sus sollozos regresaron una vez más—.Creí morir con él, pero supe que existía otra razón para seguir adelante. Esa razón es mi madre. Ella es la motivación que necesito, cuando pienso en seguir adelante solo lo hago con un propósito. Darle todo a mi madre. –Lloró con más intensidad.

Mis ojos, al igual que los de Emma, estaban opacos. Me entristecía saber por lo que estaba pasando. Fui testigo de lo responsable y buena hija que era, y bajo ninguna condición estaba permitido que esa mujer se dirija de tan mala manera a mi Emma.

Después de un largo rato, Emma volvió a tranquilizarse. En ese mismo banco, estábamos disfrutando de las papillas y charlando sobre chismes del colegio, cuando de repente unas gotas de lluvia empezaron a posarse sobre nosotras. Al notar la lluvia, decidimos ir a la pequeña casita infantil, mientras que escampé. La lluvia no daba señales de querer parar. Decidimos acostarnos sobre el frio suelo del juego y sin percatarnos, nos habíamos tomado de abrigo, una a la otra haciendo que nos acurrucáramos inconscientemente.

—Por cierto, siento mucho agobiarte con mis problemas, no es mi intención. —habló, rompiendo el silencio que nos cobijó por unos minutos.

No dejé que continuara, la abrecé más fuerte y añadí:

—Nada de ti me molesta, todo de ti me importa, todo de ti me preocupa. –dije acercándola aun mas a mi cuerpo.

Todavía no comprendo la libertaba que Emma me brindaba sobre mí misma.

—Gracias.

AL FINAL DEL ARCOIRISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora