Azul

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El día que visité a Elisa habíamos acordado almorzar las tres juntas el domingo, obviamente Emma no estaría enterada de nada. Todas íbamos a cumplir con un rol importante, la abuela iría a confesarse a la iglesia y dejarnos en paz, Elisa cocinaría algo delicioso, Emma escucharía mis disculpas, y yo por otra parte sería franca conmigo y con ella.

Desde que desperté, no podía dejar de pensar en la posible reacción de Emma. Mi mente creaba miles de escenas que solo le agregaban inseguridades a mis intenciones.

Ese día quería verme bonita, quería que ella me vea como yo la veo todos los días. Apenas abrí las puertas del armario,  me enredé en las varias opciones que tenía delante de mí. Luego de desespérarme por no saber cuál sería el atuendo perfecto, opté por usar una linda camisa celeste acompañada por una falda corta oscura, un par de zapatos color vino con plataforma y unas largas medias negras que estilizaron elegantemente mis piernas y para agregarle un toque aún más sofisticado a mi conjunto, decidí estrenar una boina gris que mi madre me había obsequiado. Eso no fue lo único que estrené ese día. Porque un par de pendientes esperaban ser usados.

Unos días antes del esperado domingo, abrí por primera vez el cofrecito. En su interior descansaba un par de hermosos aretes arcoíris. Nunca antes me había emocionado tanto por un regalo. Mi corazón estallaba de felicidad pero igualmente el remordimiento se hizo presente. Recordar lo acontecido mientras observaba el precioso regalo, hizo que tomara más fuerza y determinación a la hora de disculparme. En cuanto a los pendientes, era claro que Emma me conocía. Ella sabía con exactitud lo que me gustaba, y precisamente lo que amaba.

Estando ya frente a la casa de Emma, disculparme no era una opción. Mis manos temblaban, mi corazón golpeaba con fuerza mi pecho y la vocecilla dentro de mí, gritaba ¡ve por ella!

Por segunda ocasión en la semana, toqué el timbre de la villa. El sonido despertó a Venus quien se acercó a las rejas para recibirme.

Elisa acudió a la puerta.

—Buenas tardes señorita Marie— saludó con picardía.

—Buenas tardes señora Elisa— contesté igualmente y ambas reímos por la innecesaria formalidad.

Al entrar a casa Elisa palmeó mi espalda y susurró "vamos", en esos momentos la señora quería brindarme un alentador empujoncito, que sin duda sirvió. Sabía que Emma estaría en la cocina por lo tanto no pensé dos veces para dirigirme allí.

El momento exacto en el que Emma me notó, fue totalmente deprimente. Al verme su cara se descompuso, era evidente que mi presencia no le hacía ninguna gracia.

—Hola Emma. — tenía la esperanza que respondiera al saludo, pero no lo hizo. Ignorándome, volteó a ver a su madre.

— ¿Qué hace ella aquí?—Preguntó muy molesta.

—Vino a verte— respondió Elisa.

—Bueno, ya me vio ahora puede irse. — eso fue muy hiriente, pero me lo merecía.

—Emma, no seas grosera. —Elisa la reprendió. Ella no contestó.

En el almuerzo los únicos que platicaban enérgicamente eran los cubiertos que golpeaban los platos. Parecía que Emma comía muy deprisa para evitar estar cerca de mí. Elisa notó eso y para no echar a perder la intención de almuerzo, se levantó primera.

—Chicas iré al mercado, tengo algunas cosas que hacer, me voy a demorar. — se inclinó a mí y apretando mi hombro, dijo. —Hablen, por favor. — Elisa era el ángel que necesitaba.

AL FINAL DEL ARCOIRISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora