𝘮𝘶𝘥𝘢𝘯𝘻𝘢

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—¿Cómo es posible que me hayan convencido para esto? —preguntó Julia mientras Mangel, Rubén y su padre se hallaban reunidos en el salón con varias cajas alrededor.

—La pregunta es cómo me convencieron a mi para dejarte venir a vivir con estos dos —dijo el padre se Julia señalando a los muchachos.

—Porque la cuidaremos como si fuera nuestra hermanita, Pablo —respondió Mangel abrazando a la muchacha.

Aquella tarde se habían pasado el rato acomodando las cosas de Julia. Tres en un departamento no iba a ser nada fácil, pero estaban seguros que pasarían los momentos más divertidos.





—¿Quién dejó la cocina así de asquerosa? —preguntó Julia entrando a la habitación de Rubén. Ambos miraron a la muchacha.

—Mangel.

—Rubius.

La muchacha se quedó mirándolos con la peor cara que podía poner. Lo que más odiaba de estar conviviendo con esos dos monos era el desorden. Les había dicho mil veces que si usaban la cocina, limpiaran.

—Es la última vez que se los digo y es en serio. Estoy cansada de estar atrás de ustedes limpiando todo, no soy su mucama.

—Te oyes como mi madre —dijo Rubén riéndose.

Julia salió de la habitación dando un portazo. Como los odiaba a veces. Si fuera por ellos vivirían rodeados de mugre y basura.

El timbre del departamento sonó y Julia fue corriendo a abrir la puerta. Manuel se encontraba el otro lado. Lo saludó con un beso en los labios y lo invitó a pasar.

—¿Tus amigos? —preguntó entrando con una caja llena de medialunas para merendar.

—En la habitación de Rubius, creo que graban algo.

Julia entró a la cocina y se desesperó de ver todos los platos sucios. 

—Como los detesto —susurró mientras se ponía los guantes.

—Déjalo, yo limpio. Tu hazme un café.

Julia y Manuel se habían pasado toda la tarde en la habitación de esta comiendo medialunas, tomando café y viendo series. La muchacha no podía sentirse mejor. Al fin el chico del que había estado tan enganchada durante todo el año la había notado y era su novio desde hacía ya un buen tiempo.

—Dentro de poco llegas al millón, ¿Cómo te sientes? —le preguntó mientras se miraba en el espejo de la habitación.

Los ojos de Julia brillaban con tan solo verlo. Manuel era un chico precioso. Usaba siempre sudaderas con capucha que ocultaban su cabello negro y una sonrisa que la morena amaba. Su mirada tan misteriosa, pero intensa provocaban en ella incomodidad, pero deseos de que jamás apartara sus ojos.

—Nerviosa, todavía no sé qué voy a hacer para el especial —dijo acostada en su cama observándolo.

—Si quieres puedo ayudarte —dijo Manuel caminando por la habitación revisando todo lo que su novia dejaba a simple vista. Era algo que hacía cada vez que entraba al cuarto mientras charlaban—. ¿Y esto? —le preguntó agarrando una caja de bombones.

—Me la regaló Rubén hace unos días. Hace un año y cuatro meses de que nos conocimos.

Manuel se dió la vuelta para mirarla incrédulo.

—¿Como si fuese tu novio?

Julia puso los ojos en blanco y se levantó para acercarse a él. Lo abrazó de la cintura y alzó la cabeza para besarlo, pero él corrió la cara.

—No podés ponerte así, Manu.

—¿Cómo que no? Te vienes a vivir aquí con él, todo el puto mundo cree que sales con él —se separó de Julia y tiró la caja sobre la mesa—, la gente que nos conoce no para de decir que me engañas, nunca subes una foto conmigo a ningún lado y encima este gilipollas te regala bombones como si fueran pareja.

—¿Eso es lo que te importa? —le preguntó indignada—. ¿Lo que la gente piense de nuestra relación?

Manuel se quedó callado, pero era suficiente para notar que realmente lo pensaba.

—Ya te dije por qué no subo fotos con vos a ningún lado. No quiero que todo el mundo esté molestándote...

—¡Me da igual! —exclamó molesto—. Siempre fotos con él, vídeos con él, mira, ya me tiene hasta los huevos.







—¿Ha venido hoy Manuel? —preguntó Mangel mientras cenaban. Julia asintió—. Escuchamos los gritos.

—Sí, se enojó por los bombones de Rubén.

Ambos muchachos se quedaron callados y se miraron de reojo, pero siguieron comiendo. El problema estaba en que a Julia no se le escapaba nada.

—Suelténlo.

—¿El qué? —preguntó el mayor de los muchachos

—Lo que están pensando.

Volvieron a mirarse y fue Mangel el que se acomodó en la silla y habló.

—Nos parece que Manuel es un gilipollas, nada más.

—Ya, el piensa lo mismo de ustedes.

—¿Quién tendrá la razón? —susurró Rubius antes de meterle un sorbo a su bebida.

Julia lo miró molesta. El hambre se le había quitado.

—No es para que te enfades. Somos tus amigos.

Mangel intentó apaciguar la tensión, pero parecía que Julia ya tenía las palabras en la boca.

—¿Tenés algo para decir, Rubén?

—¿Qué?

El mayor se hizo el incomprendido. Julia tensó el cuerpo.

—Bien, si vamos a hablar de las parejas del otro a mi tampoco me cae del todo bien Jannie.

Mangel miró primero a Julia, luego a Rubén quien lanzó los cubiertos sobre la mesa, para después suspirar. Ahí iban devuelta.

—¿Y eso de qué va?

—Sé perfectamente que odia que esté viviendo acá. Los escuché la otra vez planeando irse a vivir juntos, ¿Por qué mejor no te vas?

Julia se levantó de la mesa completamente enojada y se encerró en su habitación.

—¡A lo mejor sí me iré! ¡No te soporto!

Rubén se levantó también de la mesa y se metió a su cuarto.

—¿Y yo qué culpa tengo? —susurró Mangel mirando la habitación vacía.

𝙨𝙤𝙛𝙩 𝙧𝙪𝙗𝙞𝙪𝙨 • 𝙧𝙪𝙗𝙚𝙣 𝙙𝙤𝙗𝙡𝙖𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora