Vastaya

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En una pequeña localidad de Jonia, conocida como Shon-Ien, moraban algunos de los últimos descendientes Vastaya con sangre de Fénix. Rakan y su madre, Maia, eran dos de ellos. Esa tarde, el pequeño Rakan de solo 9 años escuchaba las historias de su padre Rohir, el jefe de la tribu mestiza, sentado en el regazo de su madre. Rohir contaba la historia de sus antepasados.
Hace muchos cientos de años, el pueblo Vastaya estaba compuesto por diversos clanes. Además de los Fénix, existían los Zorros, Sirenas, Atlantes, Tigres, Ciervos y Arpías, todos convivían en paz y rodeados por la magia salvaje. Solían venerar al Sol y la Luna, los ríos, las montañas y el mar, agradecidos por cada aliento que daban. Sin embargo, un fatídico día la isla conoció la guerra. Soldados noxianos provenientes del continente invadieron sus costas, asesinando todo lo que alcanzaban sus espadas. Los Jonianos se defendieron, y haciendo uso de sus habilidades mágicas lograron expulsar a los invasores.
Esto marcó la historia de Jonia. Trajo el conflicto y el dolor a las vidas de los habitantes de las tribus atacadas, y obligó a Jonia a establecer relaciones con el continente, buscando evitar una nueva invasión. A pesar de la victoria, las bajas y la destrucción causadas por el ataque fueron muchas. Con el pasar de los años, Jonia se distribuyó en ciudades y recibieron varios inmigrante del continente, que venían a la isla en busca de paz y naturaleza. Los recién llegados se adaptaron a la vida y respetaban la naturaleza, incluso cuando se inició el comercio con el continente, en Jonia reinaba la paz y el respeto a la madre Tierra.
Los años pasaban, y los humanos formaron Ordenes y montaron Templos para buscar la iluminación que tenían los habitantes de la isla, y venerar junto a ellos a las entidades celestiales. Sin embargo, las heridas de la guerra echaron raíces en algunos Vastaya, que fueron corrompidos lentamente por humanos que habían viajado para infiltrarse por orden de Noxus. Los últimos intentaron una nueva invasión y la historia se repitió, pero esta vez Jonia no fue capaz de defender las tierras del sur ya que los noxianos venían preparados contra ellos y su magia. Las tribus vastayanas huyeron al norte y al oeste, y solo los Fénix y Arpías quedaron en la costa Este. El sur estuvo muchos años en manos noxianas, quienes explotaban la tierra y a sus habitantes. Los Jonianos del centro y alrededores se dedicaron al estudio y perfección de las artes marciales, apoyados por algunos Vastaya que se quedaron. Pero incluso dentro de estas comunidades existían problemas. El más notorio fue el caso de la Orden Kinkou. Durante la última invasión noxiana, el maestro de la Orden de nombre Kusho, rescató a un huérfano de nombre Zed de una de las aldeas mientras ayudaba a evacuar a los ciudadanos. Zed creció y se convirtió en un hábil guerrero, pero ambicioso, y fue esa ambición la que lo llevó a dedicarse a las artes oscuras y asesinar a su maestro, formando La Orden de las Sombras donde antes estaba el templo de Kusho. La sed de sangre de Zed no se saciaba: asesinó a miles de ciudadanos de diversas ciudades y reclutaba miembros para su orden. En algún momento, apuntó a las tribus Vastaya y llegó a las Arpías y los Fénix, encontrándose con ambas tribus totalmente destruidas y los cuerpos dispersos por el terreno. Solo una persona en pie: un asesino que inmediatamente se ganó el respeto de Zed, quien intentó convencerlo de unirse a sus tropas y sembrar la oscuridad en Jonia. Sin embargo, fueron interrumpidos por refuerzos que venían de uno de los templos cercanos a ambas tribus, liderados por una presencia luminosa: la primera encarnación de Karma, una hermosa mujer de piel morena y ojos de un verde sobrenatural, quien venía acompañada por la hija de las estrellas, Soraka. Ambas corrieron a Zed y el asesino anónimo del territorio, y luego, apoyadas por diversos monasterios, formaron la ciudad de Jonia en el centro de la isla y construyeron el Placidium. Con el objetivo de traer la paz y el equilibrio de vuelta a Jonia, Karma propuso detener a los cinco asesinos más peligrosos, y encarcelarlos en cada una de las cuatro esquinas de la isla, y uno en el corazón de la isla: esto equilibraría la balanza entre bien y mal en todos los territorios. Así se hizo: con el apoyo de los sobrevivientes de la Orden Kinkou, incluido el hijo de Kusho, Shen, capturaron al ya conocido Zed y al asesino anónimo. También fueron capturados Syndra, una maga con un gran poder oscuro, que había esclavizado a algunas tribus del oeste; Jhin, un maniático asesino serial que consideraba a la muerte arte; y por último, Sett, un violento luchador mestizo que había exterminado una tribu entera y puesto a los sobrevivientes a luchar entre ellos para su entretención.
Fueron al norte, este y oeste, además de un monte a algunos días de camino desde el Placidium, y en ellos encarcelaron a los prisioneros. Solo restaba llevar al último al sur para completar el sello, así que pidieron refuerzos a todos los monasterios y templos que pudieron. Llegaron peleadores desde toda Jonia: habilidosos maestros del Estilo Wuju, guerreros del Templo Hirana y la Maestra del Hiten, Irelia. Procedente del sur, Irelia había vivido en carne propia la invasión cuando era apenas una niña. Ahora, volvería para retomar sus tierras y apoyar la cruzada de Karma.
En el transcurso de seis meses, se libraron innumerables batallas y escaramuzas, dando como resultado la ejecución de todo alto mando noxiano que estuviera en las tierras, y el destierro de todos aquellos cuyo corazón era oscuro. En medio de las batallas, Karma e Irelia viajaron a una de las islas cercanas y encarcelaron al último prisionero. Con esto, el equilibrio y la paz volvieron a Jonia, pero el costo había sido demasiado alto: decenas de bajas entre los ciudadanos, y la tierra en llamas que lloraba sus muertes. Karma también había perdido la vida al utilizar toda su magia para instaurar el sello, prometiendo que su espíritu regresaría a proteger Jonia cuando fuera necesario.
La paz reinó en Jonia desde entonces: nuevos templos fueron construidos y el Gran Árbol fue plantado en el centro de la ciudad-estado de Jonia, y se formó el Jardín de Loto para meditar y recordar a los caídos en batalla. Los monasterios prosperaron, y los habitantes de la isla volvieron a su paz y búsqueda de iluminación, y así ha sido desde entonces.
-Wooooooooooooow- exclamó el pequeño Rakan muy emocionado cuando terminó la historia de su padre- Karma es genial! Madre, Padre, podremos visitar el Placidium algún día?
-Por supuesto pequeño -respondió su padre, tomándolo en brazos -dicen que el Gran Árbol llega hasta el cielo!
Padre e hijo se dirigieron al interior de su hogar, mientras Maia los miraba con ternura.
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Aquella fue la primera noche que Rakan tuvo las pesadillas. Su madre corrió al oír el llanto del infante, y escuchó atentamente su relato: rayos morados que lo perseguían y querían asesinarlo a toda costa, acompañados de un terror innato. Su madre lo consoló y le contó que ella también tenía esas pesadillas algunas veces.
-Es un secreto, Rakan. Las leyendas dicen que es un terror heredado de nuestros ancestros, aquellos que sobrevivieron al ataque del enmascarado -le dijo mientras acariciaba sus orejas -vuelve a dormir, todo estará bien. Debes ser valiente.
Y Rakan se durmió, mientras su madre le tarareaba una canción.
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Dieciséis años más tarde, Rakan se ha convertido en un chico jovial y apuesto. Es el alma de la fiesta en su tribu y disfruta haciendo música y bailando. "El Encantador" lo llaman, y no le viene a mal, pues todos sus amigos envidian el éxito que tiene con las chicas a pesar (o quizá gracias) de sus características de Fénix: tenía largas piernas con garras, orejas puntiagudas y una capa de plumas doradas que simulaban los rayos del sol. Rohir había muerto hace algunos años, víctima de una agresiva fiebre, y su madre era ahora la Matriarca de la aldea. Rakan soñaba con salir al mundo, explorar Jonia y por qué no, navegar por el océano. Su sueño de conocer el Placidium se había mantenido, y ansiaba visitar el Jardín de Loto para rezar por su padre y contarle que lo había logrado, ¡estaba en el Placidium! Pero debido a la edad de su madre, no podía irse de la Aldea. Al menos no le pedirían que se convirtiera en Jefe, pues este sería elegido una vez que su madre decidiera abandonar el cargo de matriarca o muriera. Así, Rakan pasaba sus días cantando y bailando, alegrando a todo aquel que cruzara con él en su camino. A pesar de todo, sentía que estaba buscando algo... una pieza esencial de su vida que aún no encontraba, y sentía el llamado del mundo, que le decía que debía ir a buscarla.

La Última Arpía [Rakan x Xayah]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora