II

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Me calzo las zapatillas y una vez lista me miro al espejo. El otoño se hace notar en las calles de mi ciudad. El viento frío que sopla afuera me ha obligado a ponerme un jersey blanco con unos vaqueros. Se siente extraño volver a usar ropa abrigada. Yo ni siquiera tuve tiempo de cursar el paulatino cambio de clima. De un día para otro el verano para mí se convirtió en otoño. Así sin más.

Miro mi brazo cubierto por el yeso y analizo a través del espejo la manera en que mejor pueda quedar esto. Me bajo y me subo la manga del jersey unas diez veces hasta que decido que queda mejor con el yeso al aire.

Listo.

Tomo dinero de mis ahorros y lo guardo en el bolsillo de mi vaquero, al igual que mi teléfono.

Mis amigas ya deben de estar por llegar. Hubiese sido más fácil si Penny tuviese ese increíble auto rojo como imaginé en mi libro. La realidad es que me tocará ir al instituto en el autobús escolar o me llevará mi padre los días que pueda, como siempre ha sido. Bienvenidos a la realidad de mi vida.

Mis amigas llegan al cabo de unos pocos minutos y juntas nos dirigimos a pie hasta el centro que queda a unas cuantas calles de mi casa. Me resulta extraño despertar de un día para otro y ver que al menos tres tiendas a las que solía visitar hayan cerrado. ¿Cuántas cosas pueden cambiar en dos meses?

Quince minutos después ya estamos con los pies dentro de la tan esperada feria. Hay más personas de la que esperábamos, pero está bien, al menos se puede caminar tranquilamente.

Me tomo un segundo para contemplar el sitio más a detalle. La mayor parte de la gente se concentra en los diversos puestos de juegos, y otra tanda hace fila alrededor de los carros de perritos calientes, o de palomitas de maíz. Veo a niños correr por doquier, extasiados por la cantidad de azúcar y diversión que tienen a su alrededor. Esto es el paraíso para ellos.

—¡Algodón de azúcar! —grita Jill entusiasmada al ver frente a ella los copos de azúcar listos para ser consumidos.

—Ya la perdimos —se lamenta Penny a mi lado, viendo como su prima corre lejos de nosotras, en dirección al carrito de chucherías.

—Fue demasiado rápido —digo en su mismo tono, pero con una sonrisa en los labios.

Jill es como una niña pequeña. En estos sitios ella se olvida por completo que casi es un adulto hecho y derecho. Aunque cualquiera lo haría, ¿no? Con Penny compartimos una rápida mirada antes de salir corriendo detrás de Jill para ir por unos deliciosos algodones de azúcar.

—Y no puedo creer que me hayas hecho esperar hasta último momento para contarte que yo también era una Raezer, Caitlin. Estoy muy enojada contigo, ¿por qué no confiaría en ti? —me reprocha Jill, mientras damos un paseo por la feria.

—¿Solo estás enojada por eso? —le pregunto con cautela.

¿No se olvida de algo más importante?

—¡¿Te parece poco?! —exclama  indignadísima—. Yo te hubiese contado todo desde un principio.

—¿Incluso si mi vida peligra al hacerlo? —le pregunto en un intento de hacerle razonar el verdadero por qué de mi silencio.

—No entiendo nada —dice Penny a mi lado.

Por supuesto que no entenderá, si ni siquiera leyó el prólogo de mi libro.

—Bueno, si ese fuera el caso, entonces las obligaría a ustedes a cerrar sus bocotas —responde la rubia, haciendo caso omiso a lo que dijo su prima.

—Entonces, ¿solo eso te molestó? —vuelvo a preguntar para asegurarme.

—Bueno, aun no lo terminé. Mamá me pidió que le ayude a colocar trampas de ratones en la azotea, así que no tuve tanto tiempo como hubiese querido. Hoy retomaré la batalla esa donde Taylor y yo estamos por luchar juntos como una pareja de súper héroes —dice esto último flexionando su bíceps.

CAITLIN | LIBRO II ~ Amor ParaleloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora