IV

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Ya han pasado dos horas desde que llegué a mi casa. Desde entonces, he estado tirada en mi cama con el fin de poder estar sola para pensar mejor las cosas.

¿Existen las coincidencias? ¿Es posible que todo lo que una vez imaginé de verdad exista?

Ya sé que me obligué a mí misma a olvidarlo todo, pero es que es tan difícil hacerlo. No puedo simplemente olvidar de un día para otro todos los momentos que creí vivir.

Todo fue una mentira.

Me incorporo en la cama, quedándome sentada en medio, y levanto mis rodillas para envolver mis brazos alrededor.

¿Qué es lo que está pasando conmigo?

Tan solo insinuar que Dylan es real y pueda estar aquí entre nosotros ya me califica como una demente. Ni siquiera puedo hablarlo con nadie, porque ninguno en su sano juicio pensaría en estas cosas.

Entonces olvida todo lo que tú cabeza una vez creó.

Estoy segura que una vez que lo haga no habrá vuelta atrás. Soy ese tipo de personas que deja el pasado donde debe estar, jamás vuelvo a él. Es por eso que la actitud que tengo ahora me está volviendo loca, no acostumbro a salirme de los márgenes y lo que me pasa en estos momentos se escapa totalmente de mi control.

Un par de golpes en la puerta me advierten que alguien está por entrar. Me acomodo mejor en la cama para que nadie se percate de la crisis que me carcome la cabeza.

—¿Caitlin? —pregunta Taylor, asomando medio cuerpo por la puerta—. Te buscan abajo.

No tiene ni que decirme el nombre, yo ya sé de quien se trata.

—Es Aristeo, ¿verdad? —me limito a decir.

Mi hermano asiente, observándome con sus ojos entrecerrados.

Sin decir más nada, me levanto, me pongo nuevamente las zapatillas y salgo de mi cuarto.

—Hola —me saluda Aristeo una vez que abro la puerta de la entrada y nos vemos a la cara.

—Hola —respondo.

¿Cómo sabe dónde vivo?

—Yo... lo lamento, busqué la dirección en tu expediente médico —se excusa rápidamente, respondiendo así la pregunta formulada en mi cabeza.

Cierro la puerta a mis espaldas y lo enfrento. Él se pasa una mano por la nuca en un gesto de incomodidad.

—Lo de hoy...

—Es tu trabajo, lo entiendo —digo sin dejar que termine—. ¿Cómo está el conductor del vehículo?

—Bien, no tuvo ningún tipo de lesión —afirma, denotando cierto alivio en su tono de voz.

—¿Y pudieron descubrir quien era el otro? —intento averiguar.

Que me diga cualquier nombre y eso será suficiente para mí.

—No, nadie pudo ver la matrícula del vehículo. Tuvo suerte, las cámaras de las tiendas tampoco apuntaban en su dirección.

—¿Nada? No puede ser posible.

Y otra vez estoy en el punto de inicio.

—El ángulo no lo permitió —responde él con un leve encogimiento de hombros.

No puedo creer la mala suerte que tengo en estos momentos.

Ya déjalo.

No, no puedo dejar esto así. Aun hay algo que puedo hacer. Sí, agotaré todas las opciones que haya.

CAITLIN | LIBRO II ~ Amor ParaleloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora