III

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—No comprendo quien fue el astuto que decidió poner gimnasia un lunes —la oigo murmurar a Penny entre trotes.

El señor Madson, nuestro profesor de gimnasia, ha puesto a correr a todos unas diez vueltas. Siempre agradable, ¿verdad? Por suerte yo me he salvado de esta asignatura por unos cuantos días más. Al menos hasta que mi brazo se termine de recuperar.

Ahora solo me dedico a ver desde las gradas a los demás correr. Cada vez que Penny pasa frente a mí la oigo murmurar algo que me saca una sonrisa.

Distraídamente poso mis ojos en el señor Madson. Los falsos recuerdos que tengo de él llegan a mi memoria para iniciar una batalla donde entra en juego mi estabilidad emocional. Al igual que Dylan, Kyle y yo, en mi libro el profesor Madson también era un Raezer. Pero eso no es lo peor de todo, en la última batalla él dio su vida por mí. Murió por mi culpa. De solo recordarlo siento un horrible malestar en la boca de mi estómago.

No fue real.

No, no lo fue. Debo olvidarme de eso.

—Al menos es la última clase del día —le digo a Penny cuando pasa frente a mí otra vez.

Miro a Jill que ya está por su cuarta vuelta en cuanto su prima recién va por la segunda.

—¿De verdad mataste a Jill en tu historia? —me pregunta Penny una vez que inicia la tercera vuelta.

Miro de reojo al entrenador para asegurarme de que no nos esté viendo. Si nos encuentra charlando de seguro pondrá a Penny a hacer flexiones de brazos. Según él no es bueno hablar mientras corremos, porque no estaríamos respirando correctamente.

Y tiene razón.

Pero a más de uno le gusta arriesgarse, desde aquí puedo oír varios murmullos.

Penny voltea la cabeza mientras se aleja, esperando mi respuesta. Asiento una vez con mi cabeza solo para que vuelva a poner atención en el camino y así evitar un accidente.

Pero no sería tan trágico como el tuyo, ¿verdad?

Sin poder hacer nada al respecto, delante de mis ojos se enciende una pantalla donde comienza a reproducir mis más recientes recuerdos.

Miré por el espejo retrovisor y pude ver al auto negro más cerca que antes. Esto se pondrá feo. Lo peor de todo es que Dylan quería despistar a esos Raezer él solo. Sin ayuda.

—¡No dejaré que vayas tú solo! —le grité con enfado, la adrenalina fluía a raudales por mis venas.

¡No te pondré en más peligro del que ya te encuentras! vociferó en un tono más elevado que el mío.

Pero...

¡Sujétate! —me interrumpió, aferrando sus manos con fuerza al volante.

De pronto, el coche sufrió una embestida en la parte trasera que nos impulsó violentamente hacia adelante. Y de un momento a otro, el panorama frente a mis ojos cambió por completo. Ya no me encontraba en el auto de Dylan, y tampoco estaba en el centro de la ciudad. Ahora por el parabrisas podía ver la carretera rodeada de césped y árboles. A mis lados pude ver los cuerpos de mis padres siendo amortiguados por las bolsas de aire, y frente a mí la carretera parecía acercarse cada vez más. O podía ser que yo me estuviese acercando a ella...

Un tirón en el brazo me detuvo a un centímetro del parabrisas y me vi jalada hacia atrás.

—Sublime, Caitlin. Una obra de arte sublime.

CAITLIN | LIBRO II ~ Amor ParaleloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora