Línea del destino III

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III

Los secos cardos y el brezo estepario cedieron mientras caminaba y su bota se hundía entre éstos. El olor a nardo y canela lo inundó, Jaskier recordó aquel aroma de ella en Thanedd. Había sido el olor de Ciri, pero también se lo había sentido a Filippa, aquella noche, cuando el ataque en la isla comenzó y él había visto a la hechicera vestida de túnica gris dirigirse sospechosamente a los pasillos ilusorios del palacio en Aretusa.

Llevó su mirada argentina hacia el frente y notó que en los suelos encharcados abundaban los ranúnculos de flores amarillas y las manchas violetas de los lupinos. Al poco, divisó un río. Jaskier se detuvo. Se sentía extraño, pero no podía explicar con claridad la sensación que lo embargaba. El poeta volvió a mirar el agua del río, y notó que, pese a la transparencia de sus aguas cristalinas, tenía una coloración parduzca.

Jaskier avanzó, sin saber por qué iba hacia allí, pero hacia allí se dirigía. De golpe, se tropezó. Miró el suelo y encontró una rama seca, que se había quebrado por el golpe. Levantó la visión y un unicornio blanco se presentó frente a él. El poeta dio un salto, asombrado y comenzó a reír por la ironía de que, aquel animal místico, se hubiera acercado a un hombre y desde ningún punto de vista casto... Al final, todo lo que se decía de los unicornios era mentira. Les importa una mierda si eres casto o no ¿Qué hace este animal frente a mí? No tuvo miedo. Simplemente no lo tuvo.

El unicornio era de pelaje blanco, desde la punta de las orejas hasta el final de la cola, salvo los ollares que los tenía rosados y sus ojos que eran negros. Jaskier y el unicornio se miraron. El poeta estaba inmóvil. No sabía qué hacer, pero por algún motivo que se le escapaba, sabía que todo aquello tenía que ver con Ciri. Su largo y magistral cuerno parecía mágico, parecía brillar sutilmente.

Ihuarraquax. Escuchó en su mente. - ¿Este es tu nombre? – preguntó Jaskier, el unicornio sacudió su brillante pelaje, pero no respondió. – Oye, que es difícil ¿Tengo que llamarte así? Ihua... así te diré, si me lo permites. Soy Jaskier.

El animal se acercó y se situó justo a su costado, invitándolo a montar. - ¿Ciri te envía? – el unicornio no respondió, el poeta resopló. Somos sardinilla y Geralt, intentando sacar una conversación entre ambos. Nunca sucederá. – Bien, lo que tú digas. – Jaskier montó al unicornio, sin poder creérselo. Miró sobre sus espaldas, a lo lejos, aún visualizaba el castillo de Beauclair.

El unicornio comenzó a caminar y de golpe Yennefer estuvo al lado de Jaskier y comenzó a hablar. Por algún motivo, él supo que no era a quién habían estado destinadas aquellas palabras, que era una ilusión del pasado, pero escuchó: - Recuerda. La magia es Caos, Arte y Ciencia. Es maldición, bendición y progreso. Todo depende de quién se sirva de la magia y para qué fines.

Yennefer... Se sorprendió por la puntada que atravesó su corazón. Al parecer, a pesar de todo, Jaskier la había apreciado. O es que quizás le dolía que hubiera traicionado a Geralt y Ciri. Fuera como fuera, dolía verla hablar... sabiendo que aquella mujer había sabido todo desde el comienzo y todo había callado. Yennefer, entregaste a Ciri a las hechiceras... Pero también nos defendiste de Vilgefortz, ¿dónde estás? ¿Cuál ha sido tu destino?

La hechicera siguió con aquella lección, destinado a un mago, sin lugar a dudas. Él acarició el suave pelaje de aquel unicornio, que lo llevaba montado encima de su mágico lomo, para serenar su corazón afligido. – La magia está en todas partes. Alrededor de nosotros. – los ojos de tormenta lo miraron, Jaskier contuvo la respiración. – Es fácil llegar a ella, basta extender la mano. Mira. – Yennefer extendió su mano. Algo vibró alrededor, Jaskier oyó un estruendo sordo, un retumbar que procedía del interior de la tierra. Se estremeció, Ihua relinchó, él volvió a acariciarlo. – La tierra por la que andamos. El fuego que nunca se apaga en su interior. – siguió Yen. – El agua de la que surgió toda la vida y sin la que toda la vida es imposible. El aire que respiramos. – lo miró una vez más, y Jaskier, una vez más, se estremeció ante aquella mirada de tormenta. – Basta extender la mano para gobernar sobre ellos, para obligarlos a obedecer. – El poeta sintió electricidad recorrer su espina dorsal, ¿acaso era justo que existieran personas con aquellas capacidades? De poner de rodillas a la naturaleza misma. Pensó en Ciri, ella tenía aquellas capacidades... No debía temer a la magia, porque ella era magia pura. – La magia está en todas partes. Está en el aire, en el agua, en la tierra y en el fuego. Y está detrás de las puertas que la Conjunción de las Esferas cerró antes nosotros. – Jaskier arqueó sus cejas ¿Detrás de las puertas que la Conjunción de las Esferas cerró ante ellos? ¿Qué significaba? Él sabía que el evento conocido como "Conjunción de las Esferas" era algo difícil de explicar, pero a través del cual se decía que habían aparecido los seres humanos sobre la tierra ¿Para que ellos existieran como raza tuvieron que cerrarse puertas? ¿Qué significaba aquello? ¿Y por qué Yennefer lo sabía? – De ahí, de detrás de las puertas cerradas, a veces la magia extiende sus manos hacia nosotros. A por nosotros. Lo sabes, ¿no? – Jaskier negó con movimientos de cabeza, a Yennefer pareció no importarle. – Ya has sentido el contacto con la magia.

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora