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—Esto te ayudará— le dijo mientras tomaba uno de sus brazos para luego perforar su piel con una aguja —¿Hace cuánto no comes?—

Sus dorados se dirigieron a ella, el dolor que estos emanaban no era de hambre, ni de sed, ni de sueño o de soledad. Su dolor, era descrito como la agonía de haber perdido a la persona que más había amado.

—No me toques— Soma escupió sus palabras con debilidad, su mano fue en busca de la aguja y la sacó de un tirón ocasionando que algo de sangre se perdiera en el proceso —No eres mi niña de ojos violetas—

La enfermera entendió, asombrada pues ya había escuchado esas palabras antes —Es mi trabajo, intento ayudarte— le hablaba con dulzura, cosa que nunca funcionaba con él —Si pudieras comer yo no estaría aquí—

—Si pudiera morir…— comenzó a decir el pelirrojo —Yo tampoco estaría aquí…así tu trabajo no sería desperdiciado—

—Bueno— ella se levantó mientras tomaba la carretilla con sus cosas —Vendré luego—

—¿Crees que me importa?— preguntó con enojo.

Los guardias volvieron a colocar su camisa de fuerza como era debido, hace tiempo que dejó de luchar con la misma ya que fracturar sus brazos solo le provocaba dolor y no pasaba de eso, su cuerpo se resistía al sueño del siniestro.

Ya había probado golpear su cabeza contra el muro, ahora el colchón amortiguaba tales acciones. Intentó morder su lengua en más de una ocasión, pero siempre trataban sus hemorragias a tiempo. Incluso cuando intentó inyectarse agua en las venas le detuvieron. Cuando intentó provocar a un oficial este ni siquiera respondió ante él.

—Es frustrante— sabía que nada funcionaba —Antes era más fácil, querían verme morir— dijo contemplando la ironía de las cosas.

Su único plan fue el de pasar hambre y sed, esperando morir de inanición.

Se fue hasta una de las esquinas de la habitación, se acurrucó entre sus piernas mientras ocultaba parcialmente sus ojos por las mismas.

Pensaba en cuánto más podría soportarlo, no quería darle el gusto al oficial Soe de matarlo, ni decepcionar a Erina de no seguir una de sus órdenes.

—¿Erina?— preguntó mientras la imagen de la niña de ojos violetas venía a su memoria —¿De verdad te olvidaste de mí?—

Sabía que con cada pregunta que se hacía la voz en su cabeza interrumpía de manera casi segura. Pero por su suerte o desgracia ese día no habló con él. Quizá hasta su conciencia lo había abandonado.

Y recordó…

Recordó su vida, la parte importante de la misma…
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—Mamá amaba a mi padre—

Y el pequeño Soma sonríe bobo mientras miraba a sus progenitores compartiendo un tierno abrazo, le saludan a la distancia y ambos le invitan a unirse.

—Mamá definitivamente amaba a papá—
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—Ven aquí Soma— ella le llamó.

El pequeño dejó sus juguetes de lado mientras buscaba el regazo de su madre. Cuando siente sus manos tomando su torso para luego levantarlo y mostrarle el espectáculo de papel que hay sobre la mesa solo sabe mirar con curiosidad.

FilofobiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora