Día 23

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El infierno estaba cayendo sobre mí por enésima vez.

Estaba tan cerca de ti y todas esas ganas de besarte y abrazarte fueron remplazadas por un incontrolable deseo de golpearte el pecho para hacerte sentir una milésima parte del dolor que sentía en el alma.

—Otra vez. Otra vez estás renunciado.

Esa plática que deseé en Noche Buena había ocurrido y estas eran las consecuencias: un chico arrepentido por su decisión de seguir con su novia y una chica que solo estaba perdiendo su tiempo con alguien tan confundido que no sabía qué era lo que en verdad deseaba.

—Reina, en serio perdón por todo esto... Yo no sé qué quiero. Necesito ayuda psicológica. No te quiero perder, quiero seguir contigo pero quiero estar solo.

Ira. Pura ira.

—DIOS MÍO. QUÉ ESTÚPIDA SOY.

Veía rojo.

—¡Si quieres darme una bofetada, hazlo! ¡Si quieres golpearme, hazlo! Si eso te va a hacer sentir mejor, hazlo. Me lo merezco, Montse. Perdóname.

Retrocedí al notar mis puños y brazos tensos. Por más que hirviera mi sangre de coraje no te tocaría ni un cabello.

—No entiendo cómo te creí ya tantas veces y en todas me has mentido. Tú en serio me odias para estar jugando de esta forma conmigo. ¡Sólo dime qué quieres! ¡¿Qué te hice pare que juegues conmigo así?! Quiero oír eso y me largaré. Esta vez ya no hay vuelta atrás porque ya fui lo suficientemente estúpida. Ya fue suficiente. Dime, ¿qué quieres?

Cerré mis ojos mientras canalizaba toda la fuerza de mi cuerpo en no quebrarme frente a ti una vez más. Ya no más.

—No tengo respuesta a eso, Mon. No sé si quiero una novia. —Las lágrimas cubrían tu rostro—. Perdóname. Ojalá en algún momento, cuando tú y yo estemos bien podamos coincidir y estar juntos otra vez. Le pido a Dios por eso, pero ya no puedo. Ya no puedo.

Acto seguido, te diste la media vuelta y me dejaste en la calle con la noche lista para verme rota. Mi pecho subió y bajó con una ira que hacía años no experimentaba. Sentí coraje, desesperación y mucho asco.

Quería destrozar mi dolor, la idea de que alguna vez me tocaste, la Montse débil que te dio tantas oportunidades e iba a buscarte cada vez que te dabas la vuelta porque estaba segura de que valías la pena para guardar el orgullo y arreglar todo. Quería romper todo eso.

Ya no valías la pena. Merecía algo mejor, alguien que luchara por mí, alguien que no me diera la media vuelta y me dejara así, justo como tú lo hiciste en ese instante.

No me rompería una vez más. Merecía ser feliz.

No me quebraría. Saldría adelante.

Noté que aún sostenía el plato que me habías dado antes de llegar a este punto de la noche, ese en donde te había servido comida la noche anterior.

No me quebré; pero sí arrojé el plato y se estrelló contra el suelo en una lluvia de ruido espantoso que ignoré pues fue mi turno de dar media vuelta y caminar a mi hogar pensando cómo ese día era Navidad y exactamente dos años atrás tú y yo empezamos nuestra historia juntos.

¿Qué otra señal quería? Más obvio no podría ser: el círculo había llegado a su fin.

Los Días Sin TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora