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Harry estaba deprimido.

No porque se quedaba en casa a llorar, o porque perdía el apetito ante su comida favorita. No. Él estaba mal.

Había dejado de guardar silencio, a pesar de que antes le gustaba. Había dejado de lado la comida caliente, y su dieta se basaba en hielos y ensaladas. Había dejado de desvelarse por su libro favorito, ahora sólo esperaba la hora de dormir. Había comenzado a detestar sus hoyuelos, no lo dejaban decir cómo se sentía.

Harry estaba deprimido.

Y también estaba muy borracho.

Hace un par de horas había salido a comprar todas las botellas de vodka que encontró en la tienda. Tomó una completa de camino a casa, y tomó otra cuando no encontraba sus llaves por el estado de ebriedad.

Harry estaba deprimido.

Harry estaba borracho.

Y Harry estaba desamparado.

Buscó su teléfono en sus bolsillos, este sí lo encontró. Estaba sentado afuera de su casa llamando a Louis. Pero en lugar de marcar su teléfono marcó al de Samantha.

— ¿Está todo bien?— Preguntó la pelinegra del otro lado, divertida por los balbuceos de Harry.

— Samy, ¿Qué es el amor?— Preguntó Harry como un niño pequeño.

La chica lo pensó, con el corazón en las manos.

El amor es arrancar una flor desde la raíz para plantarla en tu jardín. Aún si sabes que matará con el tiempo tus cosechas.

Harry guardó silencio esta vez, pensando en sus palabras.

— ¿Tú me plantaste?— Preguntó Harry, calmándose lentamente.

Samantha soltó una pequeña risa, las conversaciones de las madrugadas no eran lo suyo.

—No, Harry. Tú...— la línea se quedó en silencio, Samantha eligiendo sus palabras. —Tú ya eras una rosa marchita cuando yo quería plantarte.

Harry lo pensó. Él no quería ser una rosa marchita.

Harry estaba deprimido.

Harry estaba borracho.

Harry estaba desamparado.

Y Harry estaba por hacer algo estúpido.

—Sam... voy a cometer una estupidez. —Samantha se asustó. Ella conocía a Harry, pero no a Harry borracho. Le iba a preguntar, pero Harry la interrumpió. —Samy, voy a llamar a alguien que no debo de llamar. Te quiero. Duerme bien.

Y Harry colgó.

Entonces se quedó sin batería. Pero eso no podía detenerlo, no había forma.

Caminó un par de cuadras hasta cruzarse con una pequeña cabina telefónica. Entró en ella, viendo las gotas de la pequeña lluvia que había comenzado a caer deslizarse por sus ventanas de cristal.

Marcó el número de Louis, que tenía grabado a fuego en el alma.

Un timbre.

Por favor contesta.

Dos timbres.

Quiero decirte algo.

Tres timbres.

Realmente te necesito.

Cuatro tim...

— ¿Hola?— Harry guardó silencio. — ¿Esto es una broma?, son las tres de la mañana.

—Quiero estar contigo. —Louis reconoció su voz, dialogando consigo mismo qué decir. —Escucha...—continuó Harry, sabiendo que Louis quería colgar. — Sé que está mal, y que debería dejar de llamarte. Pero te quiero. Te amo, eres demasiado para mí, lo sé. Pero eres como... eres como mi fuente de felicidad. Te necesito.

—Pero yo ya estoy harto. — Louis respondió, sin saber él mismo de su frustración. —No sólo de lo que eres y del daño que me haces. Estoy harto de tu mundo. Siempre estás en el ojo público, y no me interesa tu carrera de empresario o tu bellísima voz. No quiero estar con alguien que le teme a lo desconocido, no si yo soy alguien que vive de ello. También te amo, Harry. Pero no quiero. Has que pare, me duele demasiado.

Harry se quedó callado, sabiendo que no debía de haber llamado.

—No puedo. Pero tengo una propuesta. Ven mañana a mi casa, déjame quererte una última vez. —Habló por última vez.

Y colgó.

Harry estaba deprimido, borracho, miserable y estúpido. Pero había una razón para ello.

Harry tenía el corazón roto.

Océanos [l.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora