II

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Era el único hombre vivo en aquel aterrador y oscuro pantano. Los árboles torcidos y sin hojas, la poca vegetación, los restos de lo que alguna vez fueron criaturas vivientes. Componentes indicados para la imagen de un escenario donde no muy regularmente llegaba la luz del sol. La imagen perfecta de un espacio en el universo donde no solo uno podría imaginar estar siendo observado aún en la desolación, sino también comprobarlo. El escalofrío que sentía Morgan no solo era producto del contacto con el lago que humedecía hasta sus tobillos. Era el único hombre vivo en aquel aterrador y oscuro pantano, pero las voces no venían de él. Con terror en el corazón escapó de las palabras que pronunciaban las sombras y abandonó el pantano llevándose una máscara que flotaba en los fríos humedales.

Nunca estuvo muy seguro del motivo por el cual escogió tal botín. No era el objetivo de su éxodo por allí, pero sin saberlo le resultó de gran utilidad en la posteridad. Aún imposibilitado de vestirla, pues carecía de sostén para el rostro, no impedía sentir sus efectos al tacto. La máscara parecía estar hecha de yeso blanco, agrietada por los años, y representaba un aterrador rostro andrógino. El poder de aquel artefacto del pantano fue abusado por Morgan en varias ocasiones. Cada vez que contemplaba el horizonte del norte, una avalancha de zozobra se apoderaba de su alma. Recurría entonces a su querida máscara, a la cual le hablaba como a un amigo. Pero su magia aparecía al sostenerla. Entonces todas sus emociones se vaciaban casi por completo. En aquel horizonte al norte se asomaba la ciudad del Paraíso.

El Paraíso fue una de las primeras, si no la primera, ciudades flotantes que adornaron el cielo de la Tierra. Sólo dos localidades habitadas estaban lo suficientemente cerca como para vislumbrar sus rascacielos a través de las nubes sobre los oscuros valles. Estas eran Leviatán y Betania. La primera la iniciaron los desertores de la segunda, huyendo de un régimen tiránico que imponía una única fe y castigaba con muertes y torturas a quienes desobedecían. Aquel quien dirigió el exilio era el Chamán Mateo, y orientó a sus seguidores a través de las misteriosas tierras y desoladas ciudades que yacían bajo el Paraíso, donde la luz del sol no volvió a ser vista. El grupo atravesó praderas, colinas, ciudades abandonadas y condenadas a la eterna sombra donde rescataron a una niña perdida; hasta que finalmente se establecieron sobre suelo rico en recursos que contaba con la lujosa vista de la masiva ciudad flotante al norte.

La comunidad creció, se abasteció con arduo trabajo, nuevos miembros se unieron y algunos otros fallecieron. A las cabañas abandonadas que encontraron le sumaron nuevas carpas y viviendas livianas. Nadie se quedaba sin techo, nadie sufría más hambre que otro. Se organizaban por solidaridad, y al ser poco numerosa la población, no se encontraron grandes dificultades. Todos escuchaban al Chamán Mateo, cuya influencia sobre las personas logró poner ciertos límites y crear un ambiente de paz. Los que habían escapado con él conocían del poder de su parla, y los que vinieron después hubieron de descubrirla. Nadie lo cuestionaba, no porque le temieran, sino porque su sabiduría era irrefutable. Aun cuando se convirtió en un anciano, demostraba una fuerza inmensa y un vigor juvenil que no se hubiese esperado de aquel personaje de larga barba gris y cataratas en los ojos. Él mismo se explicó con la energía espiritual que corre por su cuerpo y a la que todos podían tener acceso. A pesar de todo, nadie lo tomó en serio cuando a esa explicación se refería, nadie excepto Morgan.

Luego de que a Morgan le fuera impedida la renuncia de su vida por las voces del pantano, llegó a Leviatán y ofreció su trabajo a cambio de un lugar donde quedarse. Enseñó al Chamán su preciada máscara que, según decía, apagaba todos los sentimientos. Mateo explicaba todo a través de la influencia de la energía de los pensamientos, pero no lograba dar respuestas acabadas y convincentes. Morgan dudó entonces si realmente la máscara poseía tal poder, o si era él mismo quien la había convertido en fetiche.

Varios años pasaron y las pesadillas que vivieron en Betania quedaron casi en el olvido. Una mañana, una mujer apareció desde el norte, moviéndose a duras penas. La asistieron, le dieron de comer y luego habló su propósito. Dijo haber venido desde Betania y que el rey había ordenado la búsqueda y persecución de quienes traicionaron y huyeron durante el reinado anterior, como así también la destrucción de todo pueblo laico. Mateo intuyó entonces que su viejo amigo, el primer rey de Betania, había muerto, y que su hijo, a quien conoció de joven, era el nuevo rey. Si bien la larga edad del Chamán no alteró su imborrable memoria como había descolorido su cabello, no reconoció a la mujer de Betania hasta que dijo su nombre.

A la sombra del ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora