XVII

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Era un pueblo que no tenía el privilegio de divisar los dorados rascacielos entre las nubes del horizonte que caracterizaban a la ciudad del Paraíso. Ninguna ciudad flotante se observaba desde la región, a tal punto que, para muchos, tal cosa era un mito. Si hubiesen viajado tan solo algunas horas, habrían tragado sus palabras. Uno de ellos era una persona muy enferma. No sólo cuestionaba cualquier saber que provenga desde fuera del pueblo, sino que tampoco escuchaba las advertencias desde la moral que a diario recibía. Tenía una actitud sospechosa con los menores que encontraba jugando en la plaza o los niños de la calle. Donde no hubiera un adulto cuidando de un infante, allí estaba él, dispuesto a seducirlos con alimentos o con falsas promesas de adopción. Los pobres niños que creyeron en este hombre se impresionaron al ser llevados a su vivienda, en cuyo sótano colgaban grandes jaulas cilíndricas. Allí, los niños eran sometidos al encierro y obligados a prácticas de lo más repugnantes para la satisfacción de aquel enfermo hombre.

Una de estas víctimas era una niña llamada María. Encerrada en una jaula, sus llantos y pataleos no bastaron para ser escuchados por nadie excepto por los niños encerrados en las demás pajareras. Vivió varios días de frío y fue alimentada con repugnante comida en escasa cantidad. Todas esas mañanas tembló de miedo al escuchar los pasos del despreciable hombre, quien buscaba en su sótano al siguiente infante que satisficiera sus necesidades perversas mientras cantaba una canción en donde repetía la misma oración:

—¿Dónde están mis avecillas bonitas?

Todo lo que recuerda María es haber escapado de aquella situación y del pueblo entero, y pasaron algunos años antes de que llegase a Leviatán y se convirtiera en el Ave de la Horda. Durante esos años, María había buscado ser madre en más de una ocasión, para descubrir a los meses que todos los embarazos los perdía. Nunca recordó qué fue lo que sucedió en el sótano de aquel enfermo humano, pero a eso asociaba con lo que le impedía cumplir su sueño de ser madre. Quien sí recordaba todo, pues había heredado tales recuerdos, tanto de ella como de víctimas similares a lo largo de la historia, era Ikb'Maiet. Ese era el motivo por el que el demonio simpatizaba en demasía con María. En una oportunidad, conversaron sobre aquello, pero el Ave de la Horda no quiso saber nada de lo que Ikb'Maiet recordaba sobre el episodio de su infancia. La voluntad del vengador a quien le hacía honor con su imagen se desató incontrolablemente. Faltaban algunos días para la guerra e Ikb'Maiet aprovechó el tiempo en viajar hacia aquel pueblo donde no había ciudades flotantes al horizonte. Se vistió de su caperuza y se cubrió el rostro, sin saber si en aquella región habían visto algún espíritu en sus vidas. En aquellas calles, el demonio fue testigo del pasado que sus recuerdos indicaban. Observó al hombre jugando con niños en la plaza pública, ofreciéndoles golosinas e invitándolo a su hogar. Si no hubiera sido un espejismo del tiempo, Ikb'Maiet lo habría asesinado allí mismo. Encontró el hogar de aquel monstruo, tal como lo recordaba. Él mismo nunca había estado allí, pero varios recuerdos que heredó de muchos niños le provocaron la sensación de conocer muy bien el lugar.

Desde dentro, un joven asistente sostenía los cubiertos mientras alimentaba a un hombre inválido. Era el hombre que secuestraba niños, había subido de peso de una forma abominable y no podía moverse mucho. El joven se despidió y salió de la casa. Cuando abrió la puerta de enfrente para salir, nada había detrás, pero una vez que la cerró, Ikb'Maiet se manifestó allí. Apareció detrás de la puerta como un espectro terrorífico. El hombre, que apenas podía moverse, se cayó de la silla del susto. El suelo sintió la presión de la caída de un hombre de gran tamaño y sobrepeso.

—¿Quién sos? Por favor no me lastimes —chillaba el hombre.

Los objetos se rompían, los muebles se corrían con brusquedad y las paredes eran arañadas por manos invisibles alrededor de Ikb'Maiet, quien se acercaba lentamente al hombre. El demonio lo tomó del cuello y lo alzó con extrema facilidad. El pequeño y delgado espíritu no parecía hacer esfuerzo para sostener al enorme perverso.

A la sombra del ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora