El gran ángel de abundante vientre y anchas espaldas no se percató de que el día no terminaba. Hacía tanto tiempo que no se movía el sol de su lugar, que no aparecía el atardecer ni mucho menos la noche. Su atención se vio más bien dirigida a las personas que cantaban felices a su alrededor. Estaban todos los ciudadanos de Betania, quienes protagonizaron el coro para invocar a Jao'lod. Estaban también sus amigos de Leviatán, puesto que las diferencias entre ambas localidades habían desaparecido. Todos los ángeles que conoció tenían su lugar en una enorme ronda. Las risas adornaban los sonidos de la naturaleza, la felicidad de cada persona podía ser vista en todo rostro. No dejaban de dedicarse, entre todos y cada uno, los más significativos halagos. Algunas veces, cuando el amor florecía desmedidamente, se sumergían en una placentera actividad grupal. Fue un impacto emocional de enorme magnitud para Anheril enterarse que todo aquello era una ilusión. La realidad había sido mucho más trágica cuando se liberó del hipnotismo. Sin embargo, no fue el ruido de la sirena lo suficientemente fuerte para despertarlo, ni a él ni al resto de los ángeles. Sí lo fue para advertir a Francisco Andrew y a Maximiliano Stillman sobre la anomalía que se había detectado sobre el galpón donde realizaban los experimentos.
El mecanismo de acero que ocupó el lado izquierdo de la cabeza del doctor Andrew estaba conectado con las cámaras del laboratorio. Accediendo a ellas, le pareció que todo estaba calmado, hasta que notó que algunas cámaras no funcionaban. Tomó un arma de fuego y fue a revisar, junto a Maximiliano, aquellas zonas. Enseguida advirtió que las cámaras en realidad funcionaban correctamente, pero eran las luces de las habitaciones las que se habían apagado. Las salas, en completa oscuridad, daban lugar a una briza inusual para un espacio que normalmente estaba cerrado. Con cuidado, siguieron la fuente de la brisa, que llevaba a la habitación donde, varios meses atrás, Francisco Andrew se recuperaba de la caída del edificio en el Bajomundo. Las luces no encendían con el interruptor, y no tardaron en darse cuenta de que los focos habían sido destruidos. Era de noche y el cartel luminoso en el edificio vecino, aquel que decía "somos creadores", era lo único visible a través del gran ventanal. Maximiliano Stillman sintió crujir sus botas en el suelo, pues estaba caminando sobre un cristal roto. Allí cayó en la cuenta de que el gran ventanal había sido destruido.
—Esto ya lo viví —se dijo a sí mismo.
El lado izquierdo del rostro de Francisco contaba con un artefacto que se conectaba a su ojo y le permitía ver en la oscuridad. Aprovechando su nueva tecnología, se le había ocurrido incorporar esa función desde que los demonios manipulaban las tinieblas. Gracias a eso, pudo divisar una figura en un rincón. Apuntó hacia allí con su arma y le ordenó que se presentara. El modificado ojo de Francisco no fue suficientemente avanzado como para prevenirse de la velocidad con que esta figura se acercó a él. Enseguida fue desarmado y arrojado. Maximiliano acudió inmediatamente, atacando la misteriosa figura. La infiltrada detuvo el ataque del superhombre del Paraíso, a quien ya tantas veces le habían bloqueado sus golpes que había dejado de sentirse tan poderoso después de todo.
—¡Maximiliano, basta! —dijo la infiltrada—. Soy yo.
Maximiliano reconoció la voz, pero no pudo creerlo. Como si los focos se hubiesen restaurado por sí mismos, la luz volvió a la habitación. No se trataba, aun así, de luz eléctrica. El señor Stillman pudo observar a su contrincante.
—¡María! —gritó— ¿Cómo llegaste hasta acá?
Detrás del Ave de la Horda, se manifestaba Adkimla, quien con su cuerpo iluminó el escenario. Con ella, aparecieron también Morgan, Ikb'Maiet y Kidema.
—Llévenos con Mateo y Anheril —exigió Kidema.
Todos los intentos de ataque de parte de Francisco Andrew habían sido inútiles. Había sobrestimado su nuevo cuerpo, no obstante, no era rival para tres espíritus y dos humanos conocedores de las artes místicas. Sólo desistió de su hostilidad cuando recibió una amenaza de la Orca de la Horda.
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A la sombra del Paraíso
Fantasy"Era el único hombre vivo en aquel aterrador y oscuro pantano. Los árboles torcidos y sin hojas, la poca vegetación, los restos de lo que alguna vez fueron criaturas vivientes. Componentes perfectos para la imagen de un escenario donde no muy regula...