XVIII

4 0 0
                                    

Uno enormes bloques de rocas se lucían en el páramo. Entre las altas montañas en el horizonte, la muerta vegetación y la incesante lluvia, las runas escritas en cada roca mantenían su atractivo. Se mantenía allí desde hacía miles de años, habiendo cumplido su objetivo de separar el mundo espiritual del mundo físico. Desde la existencia del enorme techo encima, desde que la extensa sombra de la ciudad flotante se proyectaba encima, los rayos del sol no volvieron a alumbrar las bellas ruinas ancestrales. Entonces los espíritus fueron liberados. Sin embargo, aquellos que nacieron antes del primer ángel permanecieron atrapados. Solo la muerte de Helictog ocasionaría su libertad, así habían aprendido Morgan y Evangelina cuando respiraron el aire del mundo de los espíritus.

Luego de la meditación, los humanos y los espíritus despertaron en aquel escenario donde el tiempo ocurría deprisa. Ninguno de los increíbles eventos de los últimos meses se comparaba con aquella vista en donde el día y la noche combatían incesantes por la soberanía del cielo. Arriba, ninguna ciudad flotante, ningún Paraíso obstruía el paso de los astros. Las estrellas lucían preciosas los pocos instantes que la noche duraba. La vida alrededor florecía y marchitaba, una y otra vez. Los aromas se sentían con intensidad y los sonidos de la naturaleza se acumulaban. Pero lo más atractivo que sus oídos pudieron notar fue el susurro de la montaña.

—Así que éstos son aquellos destinados a grandes hazañas.

Kidema conversó una vez más con el espíritu de la montaña, comenzó a nevar cuando les presentó a Morgan, Evangelina, Adkimla e Ikb'Maiet. Florecieron los árboles cuando la dama oscura presentó al hombre como el guerrero de piel de ébano que tanto había mencionado. El día se iluminó con intensidad cuando dijo que Adkimla era la ángel más bella y con mayor conexión con el tiempo. Finalmente, el rocío cayó sobre amarillas hojas que se dejaban arrastrar por el viento, cuando Kidema presentó a su más íntimo amigo, el demonio con la luz en su pecho.

—Los últimos hombres y mujeres a quienes les enseñé nuestras artes —dijo el espíritu de la montaña—, terminaron matándose. Uno de ellos nos utilizó a través del ensalmo.

—Podés confiar en ellos —dijo Kidema—. Pues son las personas de la profecía.

—Esos tótems y esos sacos están hechos con la sangre y la piel de quienes vinieron antes —dijo el espíritu de la montaña, acusando a los humanos.

—Nuestro mentor es Mateo Cantos —dijo Morgan—, alguien a quien, pese los errores que cometió acá, queremos rescatar.

—Mateo Cantos es el hombre que nos manipuló para matar a sus compañeros.

—Lo sé —insistió Morgan—. Por favor, permítanos aprender con usted y expiar a nuestro maestro de todos sus pecados.

Solo entonces la montaña accedió a transmitir la sabiduría de los espíritus. Era el mismo privilegio que el Chamán Mateo, junto con el resto de los exploradores que no sobrevivieron, había tenido. En aquel mundo, Morgan logró llevar sus habilidades más allá de los límites. La influencia de la energía espiritual era mucho más poderosa en aquel mundo donde el tiempo estaba adelantado. La Orca de la Horda logró llamar a las tormentas, dirigir los relámpagos del cielo, mover la tierra con su voluntad, incendiar los bosques con la mirada y apagar las llamas con el deseo. Logró manipular los elementos con una naturalidad impecable.

—Cada partícula de la tierra, cada átomo en el cielo y la energía de cada fuente de calor, están igual de presentes en sus cuerpos —dijo la montaña—. Los humanos, verdaderos hijos de la naturaleza, conjuntos de cada elemento existente en el universo; tuvieron desde siempre la habilidad de ejercer su voluntad sobre la realidad. Si bien es más sencillo en este mundo, no es imposible en el plano físico desde que el sello de estas ruinas se ha roto.

A la sombra del ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora